Eligiendo el momento "más apropiado" para morir

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Tumbado en la cama y en profunda paz, mi mente se detuvo en la ventana. Captó mi atención una avispa que sintiéndose prisionera en el interior de la habitación, quería salir hacia afuera.

Con los cristales medio abiertos, ella pensó que le impedía el paso la ventana. Su falsa apreciación la limitaba otorgándole poder a la ventana en lugar de a sus alas.

Totalmente presente la observé en profundo silencio.

Una y otra vez hacia el mismo recorrido. La avispa se volvía al llegar al borde de la ventana. ¡Justo ahí estaba su liberación!. Ella no se percataba y se volvía; una y otra vez para poder salir.

Me sentí compasivo con la avispa y decidí abrir más la ventana, Ya que según ella esta le impedía el paso, y no es que me lo hubiera dicho, sin embargo sentí su agotamiento e irritabilidad.

La avispa me volvió a sorprender. ¡Había una abertura de más de una cuarta!, pero al llegar al borde de la ventana repetía la misma acción.

No se percataba de que era libre, ¡que nada le impedía salir fuera de la habitación!; y volvía a intentarlo, para nuevamente volver hacia el cristal y de nuevo hasta el borde de la ventana.

Mi mente dejó de prestarle atención y sucumbió al pensamiento.

No somos más inteligentes los humanos que los insectos cuando una y otra vez repetimos aquello que no queremos, lo que nos incomoda y no nos hace felices. Cuando nos aprisionamos con leyes que un día inventamos y nuestras falsas apreciaciones nos hacen como a la avispa, ver como real lo que no es.

Le cedemos nuestro poder a lo imaginario, cuando nuestra mente es cautiva de los pensamientos del pasado. Cuando nuestras costumbres se hacen normas impuestas para nosotros y por nosotros.

Tenemos que comprender y cambiar para no repetir los mismos patrones de conducta, pues al igual que la avispa nos esforzamos mirando pero sin ver.

Mientras nos esforzamos por no ser condescendientes con los enredos de nuestra mente. Sigamos intentándolo hasta que logremos el dominio, y mirando.

Veamos y comprendamos para siempre "que somos los amos de nuestros destinos y los capitanes de nuestras almas".

Cuando parece que el mundo se derrumba bajos los pies

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Cuando parece que el mundo se derrumba bajos los pies.

Cuando se vive la oscura noche del alma y la confianza y las fuerzas son tan limitadas que no se extiende más allá de la persona.

El temor y la ansiedad se hacen miedo.

O aun sin tanto sufrimiento, simplemente cuando las circunstancias no son favorables. En esas situaciones ¿qué decreto o afirmación podemos hacer que nos garantice el éxito de aquello que deseamos?

¿Hay algo en nosotros que nos capacite para ser consciente de todas las facetas de un problema, reconocer la solución y garantizar el éxito?.

¿Que hay en nosotros que esté libre de ira, culpa, depresión, ansiedad, miedos con sus múltiples caras?; Y la afirmación, decreto o aquello que queremos y pedimos con vehemencia ¿no tenga su base en estos sentimientos?

Por otra parte, como podemos estar seguros de que un tiempo más tarde después del cumplimiento de aquello que tanto hemos visualizado y decretado, no nos arrepentiremos, aburriremos o desilusionaremos?.

¡Qué impedidos y pequeñitos podemos llegar a sentirnos!.

Con tantas limitaciones no es de extrañar que nos sintamos atemorizados sin saber qué hacer y en qué dirección ir.

Más allá de enfocarnos en conseguir un deseo con todas nuestras fuerzas; también con limitaciones, miedos, y falta de datos, podemos mirar en la fuente de toda fortaleza, esa que habita en cada ser humano pero que a veces ocurre que por falta de un reconocimiento no se sabe de su existencia. Es ese lugar donde la paz permanece y es segura, donde nada es imposible. La llamamos universo, yo superior, conciencia, el ser supremo o Dios.

Donde cuando ocurre, su reconocimiento es inequívoco pues no se asemeja a nada externo. Es la paz que sobrepasa todo entendimiento y es el reino de los cielos que Cristo predicaba. Allí en ese lugar absoluto, arrojamos nuestra carga, expresamos nuestros sentimientos y simplemente confiamos en esa fortaleza.

Reconoceremos en ese instante santo, que ya lo tenemos todo. Que ya somos todo. ¡Que no hay nada que temer!

La muerte no es tan temible como nos la solemos imaginar

La muerte no es tan temible como nos la solemos imaginar

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