Día uno: lunes

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Había algo que Megan detestaba: comenzar de nuevo. Eso de hacer una y otra vez lo mismo pero en distintos lugares era una pérdida de tiempo, más si eso era culpa de su padre por tener un trabajo en el que tenía que mudarse cada tres meses. En ese momento el lugar de turno era un pueblo perdido en el medio de la nada llamado Sunshine.

Y el primer día de clases en un nuevo Instituto siempre era funesto. Ser la chica nueva en un lugar donde todos se conocían era como tener una luz de neón en la frente, pero al parecer en ese extraño pueblo era distinto. Cuando pisó en la entrada ninguna mirada se dirigió hacia ellas. Es más, era como si la ignoraran por completo.

A Megan incluso le alivió aquello. Esbozando una mueca, alzó el mentón con decisión y enfiló hacia las enormes puertas del Instituto. Al traspasarlas, sintió un viento frío y una mirada furiosa sobre la nuca que hizo que se girara de forma inmediata, pero no había nadie allí, o al menos que la estuviese observando directamente. Con un estremecimiento y una sensación extraña en el pecho, se dirigió sin desvíos hacia su salón y lo encontró vacío. Al parecer no había llegado nadie aún, así que decidió sentarse al final de la fila que estaba contra las ventanas, lejos de las miradas inquisitivas.

Cuando se acomodó con el mentón apoyado sobre la palma de su mano, una chica con el cabello del mismo color del chicle rosa que masticaba entró haciendo un escándalo con los llaveros y pines que colgaban de su colorida mochila. Se quedó estática al ver a Megan, pero enseguida alzó las manos con alegría.

—Hola, chica nueva —exclamó, dedicándole entonces una sonrisa mientras hacía un globo enorme que reventó ocupando casi toda su cara. Como si nada, volvió a comerlo—. Soy Karen Lloyds —agregó, acercándose con pasos largos y volviendo a levantar las manos haciendo floriteos.

—Megan Linus, un gusto —le respondió la muchacha, dubitativa.

Karen tomó asiento justo delante de ella y a Megan le molestó un poco que ni siquiera preguntara si podía sentarse allí. Pero al fin y al cabo era la nueva y no podía quejarse. El tercero a llegar era un muchacho flaco y alto, cuyas facciones estaban ocultas bajo la capucha de su canguro. Al verlo, Megan sintió que se le ponía la piel de gallina e inmediatamente supo que aquel chico era del tipo que vivía metiéndose en problemas. Pasó por las chicas sin decir una palabra y se sentó al lado de ella, colocando los pies en el asiento delantero.

Nadie habló, no había ningún ruido salvo el chicle de Karen y los cuadernos que sacaba de su ruidosa mochila. El timbre sonó unos minutos después y los alumnos entraron lentamente.

El profesor, un anciano que apenas se mantenía en pie, entró con la velocidad de una babosa y depositó sus papeles sobre el escritorio. Miró a los alumnos estrechando los ojos a través de los gruesos cristales y suspiró como si la vida misma se le escapara por la boca.

—Muchachos, soy el señor Herbstein y les daré clases de Astronomía. Pasaré la lista a ver si están todos. —Se ajustó las gafas y levantó un papel arrugado y manchado. Megan le dedicó una mirada a Karen y ella soltó una risita mientras sostenía un enorme globo rosa chicle entre los dientes—. Albrich, Yéssica. —Una chica pelirroja alzó la mano diciendo "presente". —Bunsen, Jacob. —Se hizo un incómodo silencio en que todos miraron al chico que dormitaba al lado de Megan. La muchacha lo miró expectante como todos los demás, pero él siquiera se inmutó.

—Profesor, si sabe que no va a responder, ¿por qué lo sigue nombrando? —dijo un muchacho de la primera fila y su voz sonó molesta. Al lado de Megan, Jacob Bunsen soltó una risita desdeñosa.

El señor Herbstein suspiró, empujando los lentes sobre el puente de su nariz, y continuó nombrando a los alumnos uno por uno. Megan no estaba incluida, pero supuso que aquel profesor era demasiado despistado como para haberse dado cuenta que había una nueva alumna allí. Por un lado, Megan lo agradecía. Odiaba que la hicieran pasar al frente, presentarse, contarle los miles de lugares que había estado y los miles de institutos a los que había asistido.

La clase era extremadamente aburrida, la cual culminó con un importante trabajo en pareja sobre la lluvia de estrellas que iba a ocurrir en la noche del viernes. Intentó por lo menos pedirle a Karen que hiciera grupo con ella, pero la chica de cabello rosa ya estaba riendo con una castaña al frente del salón. El único que no se había movido ni un ápice había sido el chico extraño que se sentaba a su lado.

—Ni lo sueñes —le dijo él con voz susurrante cuando lo miró. Megan alzó las cejas y se levantó, colocando la mochila sobre los hombros.

—No te lo iba a pedir. —Intentó sonar altanera, pero aquel muchacho le daba escalofríos y su voz salió entrecortada.

No le había podido ver la cara en toda esa hora de clase y eso no le gustaba.

La mañana pasó de la misma forma, lenta y perezosa, y Megan apenas si prestó atención a lo que ocurría a su alrededor. El tiempo se arremolinaba en los temas de la clase y se esfumaba de la cabeza de la muchacha. Al rato ya había olvidado todo, ya que Megan sufría de pérdidas ocasionales de memoria. Cuando sus padres la llevaron al psicólogo hacía ya más de un año, le había dicho que era a causa del estrés de cambiar de vivienda muy seguido, cosa que su padre ignoró y lo continuó haciendo.

Y a ella tampoco le importó. Como si a sus padres realmente les importara su salud.

Al salir al almuerzo, apenas se dedicó a sentarse bajo un roble enorme que había a un costado y miró hacia el cielo despejado. No sentía hambre, así que tomó nota sobre lo que debía hacer en el trabajo de Astronomía.

—Hey, ¿qué hay? —Megan giró para ver a Karen de pie a su lado, con una media sonrisa y colocando una mano a modo de visera sobre los ojos. —Noté que no tienes pareja para el trabajo. Ya había quedado con Lucy, sino lo hacía contigo. —La muchacha hablaba muy rápido, cosa que le hacía tener dolor de cabeza, pero no dijo nada.

—No pasa nada. Lo haré sola.

Karen se revolvió inquieta, como si estuviera nerviosa.

—Jacob también está solo —dijo como si tal cosa. Megan refunfuñó.

—Lo sé, pero me despachó.

Karen se mordió una uña. Miró hacia todos lados y luego se sentó al lado de Megan, inclinándose para susurrarle:

—Está así desde que se suicidó una chica unos meses atrás. Dicen que él la mató, pero nadie pudo comprobarlo.

—¿Que mató a una muchacha? —exclamó horrorizada, sin esperarse aquella noticia.

Karen asintió con vehemencia.

—En el gimnasio. La noticia oficial dice que ella se cayó del techo. Pero todos los alumnos comentan que él la empujó.

—¿Por qué la empujaría? —quizo saber Megan. Jacob daba miedo, y si realmente era culpable, debería alejarse de él lo máximo posible.

—Pelea de pareja —le respondió Karen, y aquello le cayó con un regusto amargo en el estómago.

Como un déjà vu.  

Vidas fugaces [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora