Día cinco: Viernes

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Jacob se había suicidado.

Eso era lo único que llenaba la cabeza de Megan esa mañana de viernes. Llegó al salón de clases con paso lento, como si la vida se fuera en ello, y apenas se dio cuenta cuando se dejó caer sobre el asiento y miraba el vacío sin ninguna expresión en el rostro. Karen entró enseguida, con su habitual alegría y esta vez mascando un chicle de uva. Hizo un pequeño globo morado y se sentó delante de su amiga.

—Ay, ¿por qué esa cara de muerta, eh? —dijo la chica de pelo rosa mientras esbozaba una media sonrisa. Megan llevó los ojos hasta ella, con la mirada tan gélida que la dejó perpleja—. Caramba, ¿qué pasó?

—Fui hasta los archivos del periódico escolar —murmuró, y su voz parecía áspera como la lija. Karen abrió los ojos azules con terror, como si esperara una noticia espantosa, y se llevó la mano a la boca—. Había un titular del año pasado. Decía que Jacob se había suicidado.

Mierda. —La chica de cabello rosa sacudió la cabeza con violencia y se pasó los dedos por el pelo con nerviosismo. Se levantó del asiento y caminó por el salón bajo la mirada escrutadora de Megan. —Oh, por Dios, no puede ser, ¿él también?

—¿A qué te refieres con él también?

Karen le dedicó una mirada nerviosa y volvió a sentarse frente a Megan, inclinándose hacia ella con ansiedad.

—¿Descubriste algo más? ¿Sobre la novia de Jacob?

Megan frunció el ceño profundamente. Había algo que no encajaba allí. Su amiga había tomado muy en serio su declaración cuando cualquiera con un mínimo de cordura la hubiera tachado de loca. Le escondían algo, Jacob y Karen, e intuía que era sobre la novia de éste. Iba a presionarla a contarle, pero el tropel de alumnos ingresando al salón luego de la campana la interrumpió. Miraron hacia la puerta buscando a Jacob, pero no apareció.

Era lógico, pensó Megan, si acababa de revelarle que estaba muerto.

Siguiendo esa línea argumental, era lógico concluir también que él había asesinado a su novia. Se habría arrepentido de tal acto y se había suicidado en consecuencia. Recordó el primer día de clases, cuyo profesor de astronomía lo había nombrado al pasar la lista y él se había limitado a reír, mientras que alguien decía que él no contestaría. Claro que no contestaría, ¡si está muerto!

Así como aquella vez que se había molestado con su comentario -"si fuera su novia también me suicidaría"- y se había ido haciendo un sonoro movimiento con la silla, cosa que asustó a la clase.

Pero lo que intrigaba a Megan era por qué lo podía ver. ¿Por qué se empecinaba en asustarla y perseguirla si no tenía nada que ver con él?

—Karen, ¿cuándo murió la novia de Jacob? —insistió en voz baja, en el medio de la clase, inclinándose hacia adelante para llamarle la atención, pero ella la ignoró—. ¡Karen! —Chasqueó la lengua en un gesto de molestia porque ella le hacía caso omiso—. ¡Hey, te estoy hablan...

Se detuvo en seco. La mano que había estirado para tocarle el hombro y llamarle la atención atravesó la ropa, la carne y el hueso, como si fuera incorpórea. Con un jadeo de terror, se tiró para atrás y Karen se giró instintivamente, abriendo los ojos y la boca de par en par.

—Megan... —gesticuló, pero ningún sonido salió de su boca.

La muchacha volvió a estirar una mano temblorosa, y Karen no se lo impidió. Como la mano de un fantasma, no logró encontrar un tope y siguió a través del rostro de la chica de cabello rosa. Lo quitó así que se dio cuenta de la realidad.

—¡¿Lo sabías?! —chilló, y Karen se giró para apoyar la frente sobre el pupitre, totalmente martirizada.

No le respondió. Claro que no lo haría, si lo hacía la tacharían de loca. Por eso se limitaba a conversarle antes de clases y en el almuerzo, alejados de todos bajo aquél roble. Para que nadie supiera que hablaba sola.

Vidas fugaces [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora