Día tres: miércoles

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Megan se vio nuevamente delante de las puertas del Instituto, al día siguiente, y el terror de lo ocurrido en la biblioteca había remitido casi en su totalidad. No recordaba haber llegado a su casa, ni lo que había hecho luego, pero ya estaba allí, sana y salva otra vez para comenzar un nuevo día. Se dirigió hacia su salón como se estaba volviendo rutinario y Karen estaba ya estaba allí. Como era temprano estaba sola y hacía anotaciones en un cuaderno de tapas verde manzana, el mismo que había llevado a la biblioteca. Estaba tan concentrada que no la oyó entrar, y dio un respingo cuando se sentó detrás de ella.

—¡Ay, Megan! ¡Entraste como si fueras un fantasma! —exclamó la chica de cabello rosa, tapándose la boca luego de chillar. Balanceó la cabeza y volvió a concentrarse en su trabajo. Megan soltó una risita y se sintió bien con aquello. Hacía tiempo que no reía. La verdad era que hacía mucho tiempo que no tenía amigos y no se sentía bien consigo misma—. ¿Pudiste terminar lo tuyo ayer? —preguntó Karen levantando entonces sus ojos azules hacia ella y sacándola de su ensimismamiento.

Megan suspiró y apoyó el mentón en su mano, dejando sus cuadernos sobre el pupitre.

—No... —respondió escueta, pensando si debía contarle lo que había ocurrido luego que ella se fuera, pero decidió callar. No quería que la tachara de rara, aunque eso no tenía mucho sentido teniendo en cuenta la personalidad de su interlocutora, su extraño color de cabello y su mochila ruidosa.

Jacob fue el siguiente en llegar y se sentó al lado de Megan con su habitual silencio y frialdad. Se cruzó de brazos y se acomodó con los pies en el asiento delantero, como si fuera a dormitar durante toda la clase. Siquiera se había quitado la capucha.

Ambas muchachas los observaron hasta que él se quedó inmóvil.

—¿Ya tienes compañero para el trabajo de Astronomía? —pinchó Karen, y Jacob abrió los ojos, dedicándole una mirada tan gélida que Megan creyó que la convertiría en un témpano de hielo. Se irguió sobre su asiento y estrechó sus ojos color café.

—¿Qué tanto te interesa, eh, Lloyds? —le increpó él, pero su voz no tenía tono de regaño. Siquiera parecía enojado de verdad.

La aludida bajó los ojos al instante, cohibida ante aquella mirada, y Megan soltó una risita sin poder evitarlo. Jacob la contempló y le correspondió con una sonrisa tímida que la muchacha veía por primera vez en su rostro. Al parecer, él no era puro hielo como aparentaba ser.

Las clases pasaron más rápido de lo que la muchacha podía seguir y pronto llegó el mediodía. Cuando todos salieron para almorzar, Megan se fue directamente a sentarse debajo del roble del patio. Se había encariñado con aquel lugar y poco a poco se estaba volviendo especial. Desde allí, además de poder ver el edifico del Instituto, también se perfilaba en el horizonte, del lado opuesto, el Gimnasio. Podía sentir una extraña energía que provenía desde allí, y aunque ella no era muy creyente de esas cosas paranormales, sabía que una muerte había ocurrido en aquel lugar y era algo que no podía negar. El lugar era siniestro y abandonado, y se notaba que los alumnos iban allí porque era el único lugar donde podían practicar deportes. De preferencia, lo evitaban, así que permanecía vacío la mayor parte del tiempo bajo un halo sombrío de misterio.

Un halo que la invitaba a acercarse.

Se levantó lentamente sin quitar la vista de aquella fachada. ¿Qué habría pasado realmente? ¿Jacob Bunsen habría llevado a su novia allí, entre risas y besos? ¿Habrían subido hasta lo alto de las gradas y de alguna forma ella había caído? ¿O Jacob la había empujado de una forma engañosa?

Con un estremecimiento, Megan se acercó paso a paso hasta el Gimnasio, apenas sintiendo que sus pies se movían solos. Había algo allí que la llamaba, que la incitaba a aproximarse, y no se detuvo hasta que estuvo en su interior, en el medio del salón.

Efectivamente no había nadie allí, estaba vacío e impoluto, y sus pasos hacían un eco estremecedor. Quizá estaba quedando loca, o su mente le jugaba una mala pasada, pero parecía que sus pasos no era lo único que estaba resonando allí.

También se oía un llanto.

—¿Qué haces aquí?

Se giró bruscamente, tomada de sorpresa con aquella voz aún retumbando en la extensión del lugar. Jacob tenía las manos en los bolsillos y fruncía el entrecejo con una expresión confusa y molesta que desconcertó a Megan. Ella se llevó una mano al pecho para tranquilizar su corazón que latía desbocado y balanceó la cabeza, moviéndose de forma errática, aún con la adrenalina del susto corriendo por sus venas.

—¿Yo? Nada. Simplemente... vine a ver el Gimnasio —declaró, colocando el cabello detrás de las orejas para tener las manos ocupadas. Por un momento pensó que él podría deshacerse de ella allí, en aquel instante, como a su infeliz novia—. Aún no había tenido la oportunidad de conocerlo.

Jacob quitó las manos de los bolsillo, cerrándolas en puños y se acercó a ella con pasos rápidos y pesados. La observó fijamente por un par de segundos y la tomó del brazo, jalándola y sacándola de allí.

—No debes estar ahí. —Fue lo único que le dijo.

Megan soltó un quejido mientras se dejaba llevar por él a trompicones.

—¿Por qué? —indagó, enojada por la extraña actitud del muchacho.

—No puedes y punto.

La dejó sentada justo debajo del roble y se fue sin decir nada más. Completamente enojada y con ganas de saber más, de exigir explicaciones, Megan golpeó el suelo con los puños. En ese momento oyó el timbre y miró su reloj digital para verificar que realmente hubiera pasado la hora de descanso, ya que parecía que sólo habían sido segundos, pero se había detenido a las 19:38. Lo golpeó con los dedos, pero siguió sin funcionar, y bufando volvió al Instituto.

Tenía que descubrir qué había pasado con la novia de jacob Bunsen. No se sentiría en paz hasta que supiera la verdad, ya que aquello la estaba envolviendo más de lo que podía soportar.

Aunque no le agradara saberlo después.

Vidas fugaces [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora