Estrellas: Polvo dorado.

186 40 15
                                    

Alana caminaba por el bulevar hablando de Doctor Who con su nueva amiga Paula, antes de que el camión rumbo al lugar de origen de la otra chica partiera. Al mismo tiempo que comían helado de limón de una tarrita y leían sus horóscopos en una página de internet.

Cuando Wind alcanzó a atisbar su enredado cabello, perpetuamente revoltoso, ondear al viento primaveral de aquella tarde cálida.

—¿Eres Escorpio?—Paula chiflo sonriente—. Creo que me lo esperaba de una chica tan fuerte.

Alana soltó una carcajada ajada.
Lo cierto era que siempre se había sentido fascinada por las estrellas, por su luz incandescente y su cualidad imposible, tan cercanas, tan lejanas.
Era imposible no suspirar por ellas.

—¿Alana?—exclamó Wind y ella lo miró con su cara de pregunta—. No esperaba verte por aquí.

—¿Es en serio que con eso esperas liarme?—la joven elevó las cejas.

—¿Lana quién es el?—cuestionó Mila.

—Wind Finch...

—El chico que ya se iba—alcanzó a interrumpir Alana.

Y allí estaba Wind con su espesa cabellera de rizos del color que tendría el trigo si fuera de oro, con sus ojos de Esmeraldas líquidas con sabor a dulces manzanas y su piel de nacarada perla; un rey azul sobre su solemne trono.

Y allí estaba Alana con su cara de pocas pulgas y su boca de pocas palabras, con los ojos de tinta derramada, sus mejillas que no lucían rojas como las granadas, ni eran raras como el marfil; una chica que era un desastre, el arte hecho mujer.

Y en medio de aquellas dos figuras, entre el cosmos y el caos, estaba Paula, pequeña y flacucha, que los acompañaba con su tierna cara de bebe; la única que no entendía, más no la única incomprendida.

La canción del desayuno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora