3 La Rinconada

2 0 0
                                    

Al día siguiente volvimos a casa de Fiorella, su papá ya había llegado de Lima y el ritual de velorio albergaba la casa de la chica. A las tres y treinta sería la misa en la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe cerca al malecón, luego sería el entierro en el cementerio de la ciudad. No conversamos nada la noche anterior por lo que queríamos saber el significado de la carta y que sería "La Rinconada", pero no veíamos a Fiorella por ninguna parte. La gente que llegaba a su casa era muy elegante, vistiendo vestidos y trajes costosísimos. Luz y nosotros estábamos sentados a un lado mirándonos sin decir nada. Mi amiga vestía una falda negra plegada junto a una blusa negra entallada junto a unos tacos aguja que le hacían ver erguida. Mi hermano y yo estábamos con los mismos trajes del velorio y entierro de nuestro abuelo. De pronto, mi amiga se sobresaltó cuando sintió algo rozándole las piernas, solo era Emilio, su gato de Fiorella. Casi al instante aparecieron Emilia y el minino Emilio Júnior. Fiorella decía que eran sus "Gatos Aristocráticos", hermosos ejemplares de raza Angola querían mimos de parte nuestra.

-¡Fuera de acá!-dije entre dientes-. Detesto los gatos.

-Pero si son lindos-opinó Luz mientras mi hermano era de mi misma ideología. Mi amiga cogió a Emilio quien se acurrucó en su regazo. Empezó a acariciarle el lomo y la barbilla. Luego lo bajó y le dio golpes para que se retire. Yo la veía espantado.

-Ya, Manu, qué bárbaro-me recriminó-. Deberías preocuparte por Fiorella, aún no baja y casi son las once.

-Desde que llegamos hace media hora no se ha aparecido. Es muy amable de su parte –recriminó Alfredo.

-Es obvio que está descansando, debió quedarse hasta altas horas por todo esto-agregué.

-Puede ser-agregó Luz-. Nosotros sabemos lo muy apegada que era a su abuelo. Lo que no acabo de entender es por qué debemos ayudar a Fiorella ¿No piensan que esto huele a gato encerrado?

Mi amiga tenía razón. Don Alberto sabía lo muy amigos que éramos los cuatro pero de todas maneras algo no encajaba dentro de este complicado rompecabezas. "Ayúdenla", había suplicado, pero ¿de qué forma? Le había dado un papel en donde estaban escritos muchos números de los cuales varios se repetían. La manera fugaz en que vimos esa carta nos asustó; sin embargo algo nos decía que los próximos días serían muy largos.

A las once y media Fiorella bajó a la sala. Estaba serena pero con los ojos hinchados. Me sorprendí al pensar el gran ajuar que debía tener. Tenía un atuendo diferente para cada duelo. Esta vez la blancura de su piel resaltaba ante la opaca blusa semitransparente. El pantalón de pana resaltaba su extraordinaria figura y se veía más alta por las botas negras que calzaba. Al vernos se acercó y se paró frente a nosotros como invitándonos a algo.

-Chicos, suban conmigo, quiero decirles algo muy importante.

Le miramos extrañados. Le seguimos hasta la entrada al segundo piso, ella subió unos escalones, se volteó para hacernos señas de seguirle. Le acompañamos. El rellano era amplio, como una salita pequeña, había dos sofás pegados a la pared y en medio una mesita de centro. Al lado del umbral, un anexo del teléfono, uno inalámbrico para las llamadas que se hagan cuando estas por arriba. Fiorella nos susurró que le esperáramos en el sofá. De pronto abrió la puerta de su habitación y entramos con ella. Había cambiado en estos tres años de ausencia. La cama de plaza y media seguía siendo la misma en donde Alfredo cayó al momento de la hipnotización. Ahora había un zoológico de peluches viéndonos sonrientes. Esta vez tenía una nueva cómoda con un gran espejo la cual había adornado con diferentes fotos nuestros tantos en grupo como individuales. También un mueble para su computadora equipada con dos buffer para escuchar música al volumen que uno quisiera y una impresora multifuncional. Cerca de la enorme ventana cerrada por cortinas estaban la televisión y un reproductor DVD.

La Maldición del CollarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora