Octubre apareció con tardes soleadas y llenas de vientos fuertes. Uno no podía saber si estábamos aún en invierno o en una primavera muy fría. Igual andaba un poco abrigado para cualquier situación como cuando en plena tarde soleada me cogió la lluvia empapándome en el acto durante el verano anterior. Llegué a casa hecho una esponja, ahí nomás me cambié rápidamente de ropa. Pero, bueno, ahora estaba en clases, las de estadísticas me tenían harto con tantas fórmulas y tantas cosas para hallar un tanto por ciento. A veces lo único que hacía era rellenar con el primer número que se me venga a la mente.
Las demás áreas no lo eran tanto. Las clases que más me gustaban eran Comunicación y Expresión Corporal, así como Sociedad y Psicología. Otras cosas que me aburrían era estar removiendo y cultivando terreno. Hacía mi mayor esfuerzo, pero creo que no era suficiente. Junto con Leo, mi mejor amigo, habíamos nivelado un terreno con tal de tener una nota extra en el área de Ecosistema. Bajo un sol que ardía, durante una semana estuvimos jugando a los agricultores. En cierta parte sentir cómo quedaba la parcela llena de bordes nos daba una gratificación indescriptible.
-Loco, mira-me dijo mi amigo-, es nuestro hijo.
Reí, pero en el fondo tenía razón. De lo que estaba lleno de maleza y piedras, ahora era una tierra apta para el cultivo. Una concepción que estuvo bajo nuestra responsabilidad y ahora era nuestro pequeño crío. Ya luego otros alumnos se iban a encargar de sembrarlo y cosechar, al menos nuestros puntos ya estaban asegurados con el profesor Pablito.
Por otro lado, los trabajos ocupaban el 99.9% de mi atención y lo que sucedería en el día de Halloween con Fiorella y todo el rollo del misterio que tanto nos ha rodeado había pasado a segundo plano... por mientras. Aún estaba con todos los trabajos y el material educativo que tenía que preparar para mis prácticas. Me habían dado primer grado y sí que era un mundo enseñarles. La paciencia no era una de mis virtudes, pero comencé a ser tolerable desde que me hice animador de la Catequesis Familiar.
Las reuniones eran una especie de terapia porque no estaba tan estresado como con los estudios. Siempre esperaba que fuera sábado para reunirme con los niños y reírme de sus ocurrencias. Me mataba con decirles que el Halloween era una fiesta que no iba con la fe cristiana, que era mejor festejar mil veces el Día de la Canción Criolla o ir a la procesión de El Señor de los Milagros y yo estaba esperando ese día con ansias a tan solo una semana de llegar aquella fecha.
El viernes 31 de octubre, Fiorella me llamó por la tarde para que Alfredo y yo fuéramos a su casa a partir de las siete de la noche. Entendimos en seguida a lo que se refería. Íbamos a ser partícipes del rito que su abuelo le había explicado en tan enigmática carta.
Luego de hacer un poco de tarea, me bañé y me cambié de ropa. Afortunadamente la charla de Catequesis Familiar había sido suspendida hasta el próximo sábado, así que tenía excusa para poder dormir en casa de mi amiga hasta el día siguiente y llegar a la hora del almuerzo. Todo estaba en saber a qué nos podíamos enfrentar en las siguientes horas. Pedí permiso de improviso, cosa que no agradó del todo. Al final mis tías cedieron, recomendándonos portarnos bien y no sobrepasar ningún límite. Con mochilas sobre los hombros, Alfredo y yo salimos cerrando la puerta sin saber qué nos ocurriría.
Ya en casa de Fiorella, Luz fue la que nos abrió la puerta. Estaba vestida con un buzo color azul marino que resaltaba su piel blanca, o "sacalagua", como se dice popularmente. Nos saludamos, conduciéndonos hasta el jardín donde Fiorella terminaba de armar dos carpas y, en medio, había una pequeña fogata, alrededor de ésta tres piedras marcadas con las letras A, S Y F. Obviamente que ya sabíamos a qué se refería. Supuse de inmediato que todo sería como un campamento, a mi hermano y a mí nos emocionaba la idea de dormir de esa manera porque jamás lo habíamos hecho en nuestras vidas.
-Hola-saludó Fiorella algo seria-, dejen sus mochilas aquí-nos señaló la carpa que estaba a su izquierda.
Hicimos lo que nos pidió mi amiga. Tenía el cabello sujeto en una coleta blanca. Se le veía muy preocupada. Luz me miró y me dio un codazo en las costillas para disimular mi preocupación. Alfredo la miraba con lástima y a él también le cayó su golpe. La actitud de Luz no la entendimos hasta que caímos en la cuenta de que no quería que evidenciemos nuestra preocupación. Había que ser muy valiente sabiendo que hay alguien que quiera matarte junto a toda tu familia. Desaparecerte de la faz de la Tierra como a dé lugar. La muchacha encendió la fogata y, en ella, puso las piedras. Cuando por fin, Fiorella nos prestó la atención debida, sonrió tímidamente, invitándonos a sentar. Obedecimos, sin embargo un aire gélido nos escarapeló el cuerpo haciéndonos poner la piel de gallina. Ya era fin de mes y no creía que aún el clima no cambiara. Luz me miró de soslayo como advirtiéndome que no dijera nada.
-Chicos-empezó con la voz algo temblorosa. Creo que era más el miedo que el frío helado que corría en el patio-, quiero que sepan que si pasa algo, su vida es más importante que la mía. No podría vivir si les ocurriera algo con todo lo que se avecina.
Aquellas palabras no las esperábamos pero éramos conscientes del peligro inminente que se avecinaba. No dijimos nada. No hicimos bromas o algo parecido hasta que Fiorella empezó a llorar. Sin mucho qué decir, nos acercamos a ella mientras tratábamos de consolarla en vano.
-A lo que voy-continuó- es que si La Bestia Negra llegara a aparecer quiero que ustedes huyan, corran lo más lejos posible de mi casa.
El frío aire que corría erizaba nuestra piel cuando, de pronto, todo quedó oscuro en la casa. La fogata empezó a arder de la nada y las piedras con las iniciales pintadas saltaron al fuego. Por un momento solo se podía ver las chispas incesantes que bailoteaban en la pira de un lado a otro, muy caprichosas danzando maléficamente.
Un humo negro comenzó a esparcirse lentamente frente a nosotros haciendo que las llamas se volvieran de un azul intenso haciendo que las piedras empezaran a bailar bruscamente una y otra vez provocando chasquidos al roce de cada una de ellas.
La fogata se apagó.
Nos quedamos a oscuras completamente.
Sentimos una gélida brisa que se combinó con un traquetear de las piedras. Ellas se levantaron ante nosotros resplandeciendo la inicial marcada y, ante nosotros, cayó la que tenía grabada la letra F.
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La Maldición del Collar
Novela JuvenilMisterios rondando tras la muerte de un anciano