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La semana consecutiva a Halloween era la más ajetreada en Monstruópolis. Los empleados de la corporación de monstruos tenían por lo general el doble o triple de trabajo en esas fechas puesto que los niños se asustaban con mayor facilidad y aquello significaba una cosa: más gritos y por ende más energía para el funcionamiento de la ciudad.

Y como todos trabajaban tan duro, lo más justo era que obtuvieran un descanso, de modo que el día treinta y uno de octubre lo tenían libre de actividades. Era bien sabido que la mayoría de niños estarían pidiendo golosinas de puerta en puerta con sus disfraces puestos y volverían a sus camas ya entrada la noche, seguramente para no dormir tras haber consumido tanta azúcar. Los monstruos, satisfechos y dichosos por la pausa en su jornada laboral, habían hecho planes para realizar tareas ajenas a la fatiga del trabajo.

Todos excepto Kai.

Aunque de hecho ya era considerado uno de los mejores entre los de su generación, todavía otros lo subestimaban como cuando era novato debido a su aspecto semejante al de un humano, aquellos seres tóxicos que repelían a los de su especie. Durante sus años de universidad había sido marginado por no lucir tan aterrador como el resto de sus compañeros asustadores, martirio que perseguía a su familia desde generaciones pasadas. Kai detestaba que lo miraran con superioridad cada vez que pasaba junto a ellos, pero no los podía culpar del todo; de no ser por los cuernos color hueso que sobresalían entre su oscura cabellera, sus colmillos afilados, uñas tan largas como garras e iris color fuego, bien podría ser confundido con una de esas criaturas.

El único que lo había acompañado desde siempre era su mejor amigo TaeMin, quien se había convertido además en su asistente. TaeMin no era mucho más espantoso, en realidad Kai pensaba que un saco de huesos como él lo llamaba, no podría asustar nunca ni al humano más cobarde.

Incluso en ese preciso instante, mientras abría con dificultad una de las ventanas de la planta para subirse después en el alféizar y dar un salto hacia dentro, su fiel compañero no lo abandonaba.

Habría usado las llaves, pero el día anterior no había tenido oportunidad para tomarlas del escritorio de su rechoncho jefe a escondidas.

Se aseguró de no cerrar la ventana en su totalidad para después salir por ahí mismo, pero sí la acomodó de un modo que no se notara que estaba abierta. Respiró la última ráfaga de viento nocturno y dio un aviso a TaeMin para que lo siguiera a través de los oscuros pasillos y salas. Como no había nadie allí a esa hora, en especial aquel día, ninguna luz del lugar estaba prendida y debían tener el doble de cuidado para no chocar o tropezar. La imponente y alta figura de Kai se desplazaba con sumo sigilo bajo la avasalladora bruma como todo un experto y, a sus espaldas, resonaban los pasos de los huesudos pies de su asistente.

—¿Podrías tratar de hacer menos alboroto? —susurró por lo bajo sin detener la marcha, siempre con la vista al frente.

Oyó un bufido detrás de él y su espalda fue golpeada por un puño.

—Para ti es fácil decirlo, no estás hecho de solo huesos.

No tenía caso darle pie a una discusión, mucho menos en la situación en la que se hallaban. Pronto llegaron a la planta de sustos. Kai estiró el cuello para mirar con detenimiento cada recoveco de la estancia, asegurándose de que nadie los hubiese seguido hasta allí. Al no encontrar nada sospechoso presionó el interruptor a la derecha de la puerta y las lámparas del techo se encendieron inundando la sala de una pálida luz.

Utilizando los comandos de una pequeña mesa llena de botones, Kai logró que en la gigantesca pantalla de la pared apareciera la imagen de un país al azar. TaeMin se colocó su casco azul de trabajo y caminó hasta su estación; conectó el tanque de almacenamiento, una especie de cápsula amarilla y usó su tarjeta de instalación para hacer que una hilera de puertas comenzara a avanzar sobre sus cabezas, colgando de las vías que las sostenían a un nivel muy alto. Kai se posicionó en su sitio y esperó hasta que una puerta comenzó a descender delante de sus ojos para asentarse en la estación. Era de un tono azul claro con algunos dibujos que parecían ser soles y un nombre escrito en rojo con caligrafía temblorosa en la parte inferior.

Se imaginó que al entrar por ahí se hallaría con un niño varón, y aunque prefería asustar a las niñas porque eran un blanco mucho más fácil, en esos momentos cualquiera serviría. Todo lo que quería era demostrar cuán terrorífico era. Necesitaba superar a cada monstruo.

Sin más preámbulos abrió la puerta y se adentró hacia otra dimensión. Llegó a una habitación de tamaño mediano. Lo primero que notó fueron las hojas con dibujos pegadas en paredes recubiertas de una capa vieja de pintura verde. Al centro de la estancia estaba la cama. Si tenía suerte habría alguien allí. Caminó un pasó y echó una mirada.

Lo vio acurrucado, cubierto con una colcha de estampado infantil hasta el pecho, de modo que solo se podía ver parte de una playera a rayas y un gorro de tela roja por donde sobresalía una mata corta de cabello negro. En la almohada, cerca de su cabeza, estaba una paleta de aspecto pegajoso y sobre la mesita de noche descansaba un vaso con leche hasta la mitad y un emparedado a medio comer. Avanzó con sigilo hacia él, se plantó a un costado de la cama a espaldas del niño y decidió comenzar.

Abrió la boca para recitar las palabras mágicas. ¿Dónde están tus padres? Era su método de sustos, cien por ciento efectivo. Su voz profunda y ronca facilitaba el trabajo.

No obstante, antes de que pudiese emitir cualquier sonido, unos sollozos le provocaron sorpresa y su boca se cerró de nuevo. El niño estaba llorando, hasta podía notar cómo su cuerpo temblaba bajo la colcha.

—No, ya no papi —suplicó de repente el humano con la voz entrecortada, causando que Kai diera un paso atrás bajo el efecto de la impresión. Algunos trozos de vidrio crujieron bajo sus botas. Al bajar la mirada se percató de la botella fragmentada en varias partes junto a algunas golosinas regadas que al parecer habían caído del contenedor en forma de calabaza que estaba volcado en el suelo.

—Por favor, prometo portarme bien —continuó diciendo con dificultad para hablar. El llanto no se lo permitía—. No saldré otra vez sin tu permiso. Ya no me pegues.

Observó con suma atención cómo el pequeño se levantaba despaciosamente hasta quedar sentado sobre el colchón sin dejar de cubrirse con sus endebles brazos en ningún momento, como si estuviera protegiéndose de algo. Fue entonces cuando se percató de la mejilla hinchada y las marcas rojas que poco a poco se volvían moradas alrededor de las muñecas, además de la sangre que emergía de una grieta en su labio superior.

Se miraron uno al otro con asombro, por completo pasmados. Kai reaccionó primero. Dio vuelta y se marchó deprisa de ese lugar. Estaba consternado.

Afuera lo esperaba TaeMin, quien al verlo en ese estado le dirigió una mirada llena de preocupación.

—¿Qué ocurrió? —preguntó omitiendo el hecho de que el tanque seguía vacío. Kai sacudió la cabeza repetidas veces y retomó la actitud fría habitual.

—Nada. El niño no despertaba —mintió—. Ahora devolvamos esa puerta a su lugar antes de que nos atrapen.

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Antes que nada quiero avisar que algunos datos no serán correctos.

Estoy muy feliz de al fin subir esta historia *u* en lo personal me gusta mucho.

Las actualizaciones serán lunes, miércoles y viernes.

Gracias por leer. 

La puerta azul / Monsters inc!Au (KaiSoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora