Capítulo 3

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El tiempo había sido desapacible durante unos días, hasta que por fin amaneció luminoso y despejado. Hayley se preparó para el siguiente encuentro con Jace. Sabía, gracias a Bryn, que estaría en la casa trabajando en el nuevo tejado y decidió que era hora de empezar a llevar sus cosas, dado que había terminado con las reparaciones del interior.

Bryn y Logan la habían instado intensamente para que se quedara, pero quería darles espacio; se imaginaba cómo se sentiría si tuviera que acomodar a su hermana cuando empezaba una nueva vida con el hombre que amaba. Eso solía eliminar la espontaneidad en el romance. No habría ningún encuentro ardoroso delante del hogar o en la mesa de la cocina si la hermana de una podía entrar en cualquier momento.

«Eso sería una situación bastante desagradable», pensó con una mueca.

Después del desayuno pasó algún tiempo cargando el coche con las cajas que sus padres la remitieron, tras telefonearles para comunicarles su decisión de mudarse a Whispering Springs. Igual que Bryn, tenían sus dudas sobre que hubiera dejado su trabajo pero, como de costumbre, le dieron todo su apoyo. Se alegraron al saber que sus hijas estarían juntas en la misma localidad y que podrían cuidarse mutuamente.

Habiendo dejado para el final su precioso ordenador portátil último modelo, Hayley cogió el estuche que le guardaba e hizo el último viaje a la planta baja. Logan y Bryn habían estado ausentes todo el día. Cerró la puerta con llave e instaló su ordenador cuidadosamente en el asiento del pasajero, antes de situarse detrás del volante.

Hayley se dirigió hacia la casa con parsimonia, relajada, admirando la vista y permitiendo que la anticipación tomara las riendas. Después de su charla con Logan, estaba en ascuas, preguntándose cual sería el siguiente movimiento por parte de Jace, si es que hacía alguno. Odiaba la idea de que él no pudiera sentir nada salvo deseo y, la verdad, eso sería una gran desilusión. En conclusión, se alegraba de que, de una manera u otra, en los próximos minutos lo sabría con toda seguridad.

Al acercarse a la casa, la imagen de la camioneta de Jace en la entrada del garaje hizo que se tensara. Aparcó su coche al lado, intentando tranquilizarse. La primera cosa que notó fue el sonido del golpeteo, pero sin nadie a la vista. Tomando su ordenador portátil, avanzó unos pasos y subió al porche. Usando su llave entró por la puerta delantera.

Hayley puso su ordenador en el sofá y atravesó la cocina, saliendo por la puerta trasera que estaba abierta. Siguiendo los rítmicos sonidos del martillo, bajó por la parte trasera del camino y el cercado; una vez que estuvo algo alejada de la casa se volvió para levantar los ojos hacia el tejado. Encaramado sobre él, trabajando duro y aparentemente indiferente a la altura, se encontraba Jace, golpeando con un martillo un clavo en una tabla.

El corazón de Hayley brincó sobresaltado y la mandíbula se le descolgó. En deferencia al calor, Jace se había quitado la camisa. Su torso brillaba lustroso con una ligera capa de sudor, los músculos se tensaban con cada movimiento y, cuando ajustó su posición volviéndose ligeramente, pudo ver los esculpidos músculos, la espalda y el valle de su pecho. La parte superior de su pecho estaba recubierta por una alfombra oscura de vello, que hizo que los dedos de Hayley sintieran la necesidad de tocarlos.

Para ella, la única cosa manifiestamente masculina, aparte del vello del pecho, era una verga dura y gruesa. ¡Oh esto sí que no era justo!, pensó, mientras automáticamente concedía el primer punto a Jace, en una competición de la que ni siquiera era consciente. Con esfuerzo mantuvo la mandíbula encajada, dándose la orden de respirar profundamente para poder llamarle la atención.

-¡Yuju! -le gritó.

Jace volvió su cabeza y sonrió cuando la vio.

-¡Eh!, ¿a que hace un día estupendo?

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