Capítulo 3

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La vida en La Madriguera era fascinante, habían muchas sorpresas y cosas asombrosas. El espíritu del ático aullaba y golpeaba las tuberías cada vez que le parecía que reinaba demasiada tranquilidad en la casa. Y las explosiones en el cuarto de Fred y George se consideraban completamente normales. Lo que encontraba más raro en casa de Ron, sin embargo, no era el espíritu que hacía ruidos, sino el hecho de que allí, al parecer, todos querían a Harry. No es que a mí no me quisieran, es solo que siento que lo quieren más a él ya que es el «niño que vivió». Creo yo.

La señora Weasley se preocupaba por nuestra salud e intentaba hacernos comer cuatro raciones en cada comida. El señor Weasley no ha llegado todavía, había enviado una carta diciendo que tendría que viajar a un pueblo lejano para resolver un caso de un teléfono que no paraba de hablar.

Una mañana soleada, cuando llevaba más o menos una semana en La Madriguera, les oí hablar sobre Hogwarts. Cuando Harry, Ron y yo bajamos a desayunar, encontramos a la señora Weasley, Fred, George, Percy (segunda vez que lo veo en toda la semana) y Ginny sentados a la mesa de la cocina. Al ver a Harry Ginny dio sin querer un golpe al cuenco de las gachas y éste se cayó al suelo con gran estrépito. Ginny solía tirar las cosas cada vez que Harry entraba en la habitación donde ella estaba. Se metió debajo de la mesa para recoger el cuenco y se levantó con la cara tan colorada y brillante como un tomate.

-¿Qué acaso no saludas a tu padre, Ronald?-preguntó la señora Weasley con voz autoritaria.

Sin verlo, el señor Weasley estaba sentado en una silla de la cocina, con las gafas quitadas y los ojos cerrados. Ron fue corrieron a su encuentro. Era un hombre delgado, bastante calvo, pero el escaso pelo que le quedaba era tan rojo como el de sus hijos. Llevaba una larga túnica verde polvorienta y estropeada de viajar.

-¡Qué semana! -farfulló, cogiendo la tetera después del abrazo que le dio Ron, mientras nos sentábamos a su alrededor-. El viejo Mundungus Fletcher intentó hacerme un maleficio cuando le dije que no pude con el teléfono parlanchín. Así que volví a intentarlo y misión cumplida.

El señor Weasley tomó un largo sorbo de té y suspiró. Cogí la tostada que me ofrecía la señora Weasley.

-¿Quienes son?-preguntó el señor Weasley mirándonos con interés a Harry y a mí.

-Soy Alanna Diggory señor, debe conocer a mi padre, Amós Diggory.

-¡Ah Amós! Si si lo conozco, es un gran hombre. Tienes un hermano ¿verdad? Cedric parece que se llama, tu padre habla todo el tiempo de él, presumiendo como ganó el partido de Quidditch. A ti no te ha mencionado mucho, pero siempre quise conocerte-y me sacudió el brazo, saludándome- ¿Y tú?-preguntó refiriéndose a Harry.

-Perdón, no me he presentado. Soy Harry, Harry Potter.

-¡¿Eres tú?!-preguntó exaltado y sorprendido el señor Weasley.

Harry con timidez asintió.

-Hace una semana, Arthur, tus hijos volaron el auto en busca de Harry y Alanna-le informó la señora Weasley.

-¿En serio?-preguntó emocionado su esposo?- ¿Y cómo anda?

-¡Arthur!

Él se aclaró la garganta.

-Eso estuvo mal-dijo con voz grave.

En ese momento, se escuchó un fuerte golpe de la ventana de la cocina y todos volvimos la vista hacia allí. Errol, la lechuza de los Weasley, había chocado contra la ventana y al parecer traía cartas.

Percy fue a ayudarlo y al mismo tiempo a recoger las cartas.

-Son cartas de Hogwarts-anunció.

-¿Dumbledore saben que están aquí?-preguntó el señor Weasley refieriéndose a Harry y a mí- Nada se le escapa.

Alanna Diggory y el diario [2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora