Capítulo 2. Visiones

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Capítulo 2

Visiones

La joven llegó a su casa cuando apenas quedaba una hora para anochecer. Su madre estaba sentada en el patio, aprovechando lo que quedaba de la tenue luz solar, parecía tener trabajo pendiente. Era un poco más baja que Xégoda, de ojos marrones y una media melena castaña lisa.

–¿Qué tal el día, cariño? –preguntó Diana con tono afable.

–No muy bueno, como siempre. Todo es tan repetitivo, tan cerrado, damos vueltas sobre lo mismo, me agobia pensar que voy a contribuir a echarle más cieno al planeta. No me encuentro a gusto con esa gente y no nos explican nada por lo que pueda sentir curiosidad, ni nada que se desvíe de lo que haremos en la planta de Girto. Salvo la asignatura de medio natural y la quitarán el año que viene. –Se interrumpió un segundo para respirar y soltó todo el aire tan de golpe que hundió sus hombros–. A veces me frustro por no tener más opción que esto. –Diana se levantó de la silla y abrazó a su hija, colocando la mano en la nuca de la chica.

–Siento mucho no poder pagar tus estudios en la fábrica de alimentación, pero hay muy pocas personas que se lo puedan permitir. Sé que al menos esa forma de vivir sería más amena para ti, pero Niovisky está lejos, apenas damos a vasto para pagar los gastos aquí. Además Ninta es uno de los enclaves más protegidos para nosotros –se excusó Diana mirando a su hija con tristeza. Se mataba por hacer horas extra, y aun así veía que no era suficiente...

La joven le dedicó una sonrisa triste.

–No importa mamá, sé que no es posible. Ya os esforzáis muchísimo para que yo pueda estudiar y trabajar el día de mañana, pero no puedo evitar sentirme atrapada –comentó la chica, al tiempo que besaba la mejilla de su madre y se encaminaba al interior de la casa. Xégoda subió a su habitación. Encendió la luz del escritorio y se puso a leer sus apuntes. Casi a los cinco minutos el fluorescente se fundió, era la tercera vez que lo cambiaba ese mes. «Maldita ley de obsolescencia» pensó la chica enfadada. ¿Por qué la sociedad se empeñaba en hacer las cosas para que se rompieran? Sacudió la cabeza, no le servía de nada quejarse, así que cambió aquel fluorescente y continuó leyendo.

Nada de aquello le producía el menor interés. Ella hubiera titulado sus apuntes como: "Las mil y una formas de llevar a este planeta al garete", pero era obvio que el resto del mundo no opinaba así. Consideraba que la mayoría de las personas se habían resignado a la supervivencia más que a vivir, no había medio que disfrutar, no había culturas diferentes con las que enriquecerse, no había casi alimentos con los que deleitarse, ni colores naturales para embelesarse...

Toda la gente parecía inundada por una enorme falta de energía y pocos eran los que se atrevían a hacer deporte, puesto que la concentración de oxígeno había descendido tanto en los últimos cien años que sus organismos no se podían adaptar tan rápido.

¡¡Xégoda!! ¡¡Ya están todos poniendo la mesa, baja a ayudar!! –gritó su madre en una lengua extraña, aunque Xégoda la entendió a la perfección. Era la lengua de los Kescla, la raza a la que pertenecía toda su familia y de la que poca gente sabía de su existencia. A esa raza pertenecían magos, Kaegil y Kibona. Todos eran seres mágicos, pero poco más sabían de su origen, pues habían sido perseguidos durante muchos años por los humanos y ahora se veían obligados a mantener su origen en secreto.

La joven dio un salto de la silla dejando a un lado sus apuntes. Lo único divertido y estimulante de su vida eran aquellas cenas con su familia, realmente el único sitio en el que solía sentirse segura y comprendida.

Bajó las escaleras lo más deprisa que pudo, mientras aquel aire cargado irritaba sus pulmones. Cogió veinte tenedores y salió al pequeño patio, sus tíos colocaban las mesas tan pegados entre sí, que se chocaban. Xégoda le dedicó una mirada de soslayo a la endeble valla de caña que estaba quebrada por un lateral. «Por ahí puede colarse cualquiera» pensó, después sacudió la cabeza y sonrió. «Como no nos roben las entrañas, para mañana ni siquiera quedará agua» pensó la chica sin saber si reír al imaginarse a un ladrón con las manos vacías o llorar por tener que volver a comprar aquel liquido tan caro. La joven sacudió la cabeza de nuevo y empezó a colocar los cubiertos esquivando a sus tíos.

Nándidor. Viaje a un continente de ensueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora