Capítulo 3. El ascenso

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Capítulo 3. El ascenso

A la mañana siguiente, preparó su mochila con comida y un poco de agua. Caminó hasta las afueras del núcleo urbano. La zona de Ninta estaba delimitada por una alta valla y dentro de esta se encontraba un enorme cerro, la ciudad de Ninta y varios enclaves pequeños de población obrera.

Xégoda ya casi había llegado al pie del cerro, cuando los primeros rayos del sol empezaron a despuntar tras este. Caminar en aquellas circunstancias era toda una proeza. La notable falta de oxígeno hacía que se le embotara la cabeza y una vez saliera el sofocante sol no le daría tregua.

La mayoría de los humanos de aquella ciudad se dedicaban a quedarse en sus casas delante del televisor o en zonas recreativas, pero Xégoda prefería caminar, aunque esto fuese costoso. Era inquietante cómo la población mundial se había sometido al dinero y el consumo. La televisión les incitaba a consumir y a eso se dedicaban, a trabajar y consumir en un ciclo infinito.

Xégoda comenzó a ascender el cerro con aquellos pensamientos en la cabeza. «Y somos los afortunados, esclavos afortunados» pensó con tristeza. Las gotas de sudor corrían por su frente y el aire con olor azufrado parecía quemar sus fosas nasales. Aquel hedor se fue intensificando conforme ascendía. La joven notaba cómo le dolían las sienes en el ascenso, pero si se entregaba a la apatía estaba perdida; sería como esos mil fantasmas que deambulaban del trabajo a casa y de casa al trabajo sin tiempo que dedicar a nada más.

Tras mucho caminar, por fin llegó a la cima. Posó sus manos en las piernas, mirando al suelo e hiperventilando. Aquel aire quemaba sus pulmones con un poco más de intensidad de lo habitual y aunque estaba acostumbrada a él, soñaba con el día en el que pudiera respirar en el exterior de los edificios al menos como lo hacía de pequeña. Por un segundo recordó una imagen celosamente guardada en su memoria. La primera vez que subieron a aquel cerro no tenía más de seis años, pero lo recordaba con mucha nitidez. En aquella época vio una enorme extensión de terreno, la mayor parte de este con zonas grises, marrón y color paja, pero un diminuto punto verde y otro azul se distinguían a lo lejos, la zona a la que solían ir cuando era pequeña; un bosquecito con un lago que había a una hora de la ciudad.

Xégoda sonrió levemente ante ese recuerdo mirando sus pies. La perspectiva de alzar la vista no le parecía muy tentadora, pero se obligó a hacerlo. Se dio la vuelta y miró el paisaje que doce años atrás había contemplado con ilusión e hizo una mueca de dolor. Cuánto había cambiado aquello; sobre lo que antes había sido un punto verde, ahora se cernía una enorme carretera, que casi no se distinguía por la fuerte neblina. Intentó mirar a toda la extensión de terreno que vio por primera vez, pero ya no se distinguía ni la zona de Artillosa debido a la espesa niebla. Sus ojos se humedecieron. Toda la zona que antes tenía aquel color pajizo y marrón estaba ahora negra como el carbón y el punto azul había quedado reducido a una mancha verde oscuro, una ciénaga.

Se giró angustiada, aún sin recuperar el aliento, para contemplar lo que había a su espalda y un escalofrío recorrió su cuerpo; a pesar de que el calor era sofocante. En sus ojos cobrizos se reflejaban unas enormes llamaradas. La neblina se cernía sobre aquella zona con mayor fuerza que en ningún otro lugar. Unas enormes columnas emergían entre aquel espeso gas y expulsaban un humo gris intenso. Violentas llamaradas de fuego se desprendían cada poco tiempo de las torres. Todo ese humo, junto con el de los coches, formaba la neblina.

El calor era insoportable y la chica estuvo tentada de quitarse la chaqueta, pero los rayos de sol que se colaban entre la niebla eran demasiado perjudiciales para dejar la piel desnuda expuesta a él. Miró aquellas columnas y su humo extendiéndose como una peste por todos los lados. Volvió a poner las manos en sus rodillas y comenzó a hiperventilar de nuevo. Estaba satisfecha por haber conseguido subir, pero las vistas de la cima la decepcionaban tanto... además sentía un calor sofocante en todo su cuerpo. La falta de oxígeno le producía un enorme dolor de cabeza y los músculos le dolían fuertemente.

Nándidor. Viaje a un continente de ensueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora