VIII "Ake"

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VIII

-No sé qué hacer, Lika... yo, simplemente no esperaba perder a alguien, no de nuevo- susurraba, tan bajo que su hermana se esforzaba para entender con claridad-. ¿Acaso es el karma?

"Lika"... aquella forma infantil y cariñosa de referirse a su hermana mayor la había heredado de su padre, quien perdía todo su orgullo cada vez que se refería a sus hijas, utilizando una voz suave, y pronunciando las palabras a media.

Anke no era la excepción, incluso algunos de los vecinos se referían a ella como "Ake".

-No llores. Por favor, eres mi hermana pequeña, verte llorar es un martirio para mí-le dijo, y luego de un rato se corrigió: -olvidalo, es egoísta de mi parte pedirte semejante idiotez. Pero supongo que siempre he sido una persona egoísta, abandonando a mi familia por mis caprichos artísticos.

-No digas eso. ¿Se supone que debes abandonar tus metas por los sentimientos?

-Eso es lo que la mayoría hace,¿no?

-Pero no significa que sea lo correcto. Ahh, amo éste lugar, tengo tantos sentimientos encontrados, pero que si algún día mis sueños me guían a otro lugar no debo mostrar resistencia.¿Recuerdas cuando llegamos a casa? Estaba tan asustada del campo-. Una risa traviesa surgió en ambas, junto con las imágenes de aquellos días-. Amaba compartir cama, aún cuando acaparabas toda la sábana.

-Y tú me quitabas todo el espacio, a veces terminaba en el suelo.

-Era mejor que estar sola.

-Tú nunca has estado sola... nunca lo estarás.

El sonido rutinario de la radio invadía toda la casa sin hacer demasiado ruido, junto con el fuerte olor a huevos revueltos y jugo de piña. Anke respiraba profundamente, deleitándose con los olores que invadían su sentido

Estaba especialmente feliz aquella mañana, recordando los momentos con su familia, y entendiendo lo que su hermana tanto le repetía.

Ella nunca había estado sola, ni siquiera cuando sus padres murieron y decidió quedarse en el campo en vez de ir a vivir con su hermana.

Jamás había estado sola porque sabía que podía contar con alguien.

-No sabía que eras una persona mañanera-gruñó su compañera mientras se aproximaba a la cocina.

-¿Te sorprende?

-¡Ja! En lo absoluto-. Ambas se habían quedado dormidas en medio de la sala, arropadas con el chal que Persephone llevaba-. ¿Qué hora es?

-Siete y un cuarto- dijo Anke mientras preparaba el café, agregando un nuevo gran olor a la gama presente-. Amo despertarme temprano, ver el amanecer y desayunar en grande.

-Te apoyo en lo del desayuno-. Señaló la joven, sirviendo dos platos de comida y llenando cuatro vasos: dos con jugo y dos con café.

Persephone podía recordar la ultima vez que tuvo un desayuno familiar.

Fue el día de su partida, una mañana nublada llena de humedad, perfecta para dar el ambiente a la abundante y casi ridícula cantidad de café que se preparaba en el aquelarre, aquel lugar al que inevitablemente llamaba hogar.

No sabia si lo decía por instinto u obligación.

Tal vez eso era lo que pensaba, que ese era su hogar, pero nunca confiaba demasiado en sus pensamientos.

Se había preparado grandes cantidades de spanakopita, justo porque esta siempre fue su comida favorita. Incluso habían evitado usar queso barato, implementando sólo queso feta, que era por mucho su favorito.

-¿Te gusta?-Persephone miró a su plato vacío y luego a Anke, que seguía comiendo su arepa-. Cuidado y te ahogas.

-No sé cómo hacerlas bien-admitió, tomando un trago de su jugo-... no sé cocinar nada bien, en realidad. Bueno, soy famosa por mi ensalada griega, pero pienso que cualquiera puede hacer una ensalada.

-Yo podría enseñarte- dijo Anke, con la boca llena y chorreante por el abundante relleno de la arepa. A Persephone le gustaba el campo en comparación con la ciudad; las personas eran más amables, y sobretodo, los platos de comida mucho más abundantes. Aun cuando las personas no tenían mucho dinero se aseguraban de compartir todo lo que tenían a la mano. Recordó ver a la distancia aquellas reuniones en las que desde temprano todas las mujeres pelaban el maíz para hacer las cachapas, y a los hombres cortando la carne de una vaca recién asesinada, para asarla-. Después de que termine toda ésta locura.

-Mira, yo realmente creo que no deberías cambiar tu rostro, ésa no es una verdadera solución para nada, sólo estarías huyendo. Supongo que lo sabes, ¿no?

Anke terminó de ingerir su desayuno, y en silencio se levantó de la mesa, cogió los platos y los fregó en la batea. -Dije que te pagaría.

-Eso no tiene nada que ver... mira, hay otras formas de terminar con esto.

-¡Tengo miedo! -imágenes vivas de sus más amargos recuerdos recorrían sus pensamientos fugazmente. Las manos que tocaban su piel suavemente, pero con frialdad, no era como cuando tocas algo que amas, sino algo que simplemente deseas. Pero ella no quería ser deseada. El dolor en su vagina que le había espantado el sueño durante las noches; aquel palpitar de la piel vago sus bragas. Aquellos eran recuerdos que no podía borrar, pero estaba segura de que haría o posible para no volver a experimentarlos.

-Todos tenemos miedos, Anke, pero no puedes permitir que estos influyan en cada decisión que tomes, menos cuando de por si sabes que te impiden llegar a una mejor conclusión-. Estaba intentando controlarse. Ella era orgullosa, no permitía que las personas hablaran como si supieran más que ella, como si pudieran pasar sobre ella. Ella era mejor.

-Muéstramela entonces... cuando me muestres la solución tomaré una decisión, ¿eso es suficiente para ti?

Persephone se contuvo para mi golpearla fuertemente en ese mismo instante. Maldita malagradecida, pensaba. -Mira, carita pendeja, no me importa cuál es tu trauma, no me importa si te violaron, no me importa si te exhibieron, tampoco me importa que tus estúpidos padres hayan muerto. Intento hacer mi trabajo, sin embargo, como mi cerebro es el único aquí que no parece nublarse por sus sentimientos, no voy a simplemente cambiarte el rostro sin antes investigar la situación para ver si se puede encontrar una solución con la que no te puedas arrepentir a la larga. ¿Entiendes? - Ella se había acercado a Anke, de forma en la que ambas podían verse directamente a los ojos, justo como le gustaba hablar-. No me vuelvas a hablar así. Por alguna razón me vez como tu "Ángel Guardián" o lo que sea, pero yo no soy más buena que los Huber, recuerda eso.

ANKE BLAU "El trabajo de la bruja"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora