II

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Como no se muy bien por donde empezar, comenzare por algo sencillo.

Mi nombre es Kala. Si, ya lo se, un nombre extraño para vivir en los más extraños recovecos de las montañas de Galicia, en España. Pero tengo una explicación. Mi padre era hindú, o algo parecido. No lo se porque él está muerto. O eso creo. Todavía guardo pequeños retazos de conversaciones entre mis abuelos y él. Con su oscura figura recortada contra el sol que entraba a raudales por la ventana, me miraba con la repugnancia pintada en su cara. Me acuerdo de que su boca se curvaba ligeramente hacia abajo cuando me veía entrar por la puerta de la cocina, en donde él siempre estaba bebiendo whisky, y las ganas que tenia de estamparle el vaso decorado contra su cabeza. Incluso entonces tenía ese genio incontrolable que todavía hoy sigo manteniendo intacto.

Que ironía, ¿no? Mi nombre significa exactamente eso; arte, virtud, gracia. Que ironía. La verdad es que gracia no tengo mucha. Suelo jugar con el sarcasmo, y escondo mis miedos detrás de la ironía y las respuestas cortantes, hecho que, muy a menudo, hace irritar a las personas más cercanas de mi entorno.

Supongo que esa suele ser la razón de que todo el mundo huya de mi. No soy amable, ni tolerante, ni respetuosa. No soy nada. No soy nadie.

La primera vez que alguien me hizo sentir especial fue Basile. Fue después de la supuesta desaparición de mi padre, la cual yo sabia que había sido encontrado flotando en el rio, gracias a los cuchicheos que había en la plaza, habitual lugar de reunión de las y los cotillas. Al ver que yo me acercaba, dejaban de hablar, y cuando me iba, volvían a susurrar como si la vida les fuese en ello, mirándome de reojo. Al final, me canse de los cuchicheos colectivos, y les grite que dejasen de hacer el gilipollas, y fuesen a hacer algo productivo, y cosas lo suficientemente ofensivas como para no ponerlas aquí. Cuando termine de desahogarme, sentí como unos brazos fuertes me agarraban desde una pequeña plaza a la izquierda de la calle, a la sombra de miradas indiscretas, y la persona me tiro al suelo. Me golpee la cabeza contra el suelo de cemento, y se me nublo la vista. Notaba la sangre en la boca, y su sabor metálico me hizo explotar. Me iba a girar para gritarle un par de cosas bien dichas a la persona que me había agredido, pero mientras levantaba la cabeza, me di cuenta de que la sombra que proyectaba mi agresor era pequeña. No era una persona mayor, como había pensado en un principio, era un niño, de no más de trece años, que agitaba los brazos como un autentico demente. Entonces me di cuenta de que estaba gritándome. O más acertado seria decir que estaba regañándome. Me apreté las orejas con la palma de la mano para que dejasen de pitar, y entonces pude escuchar lo que me decía:

-... loca! El oficial Gomez estaba dentro del bar, ¡podría haberte llevado a la comisaria por revolucionar las calles! ¡No deberías haberlo hecho! ¡No entiendo porque lo has hecho!...

- ¡¿Puedes callarte un momento?! ¡Estoy intentando averiguar si me has provocado una conmoción! -Le respondo, también entre gritos. Nunca he sido muy pacifista.

Después de levantarme, le dirijo una rápida mirada antes de darme cuenta de que tengo un corte en el lateral derecho de la cabeza. Con un gemido vuelvo a sentarme, porque siento que me mareo. Mientras, me doy cuenta de que el chico me está taladrando con la mirada, porque no sabe que me pasa. Claro, tengo la cara cubierta por mi pelo moreno, y no puede ver la herida, que cada vez sangra mas. Cuando me empiezan a caer gotas por las manos y al pantalón, se da cuenta de lo que pasa. Con un grito angustiado se arranca una manga de la camiseta lo suficientemente grande como para poder meter mi cabeza en el hueco donde antes estaba su brazo. Después de acomodarme yo la tela alrededor de mi cabeza, sin dejar que el me toque, porque nunca he sido muy partidaria del contacto con nadie, levanto la cabeza y le repaso con la mirada.

Es moreno, muy moreno, pero no negro ni hindú como mi padre. Solo es moreno por el sol. El pelo es negro, con un brillo espectacular, que hace que parezca que tenga mechas horizontales blancas. Lleva una camiseta (ahora sin una manga) de color azul descolorida, dos tallas más grande de la apropiada para él, y un pantalón de montaña marrón.

Autobiografía de una ladronaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora