Capítulo 4

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Se levantó de la cama cuando oyó a su abuelo salir por la puerta. Se dirigió a la cocina para desayunar. En la encimera había una nota de su abuelo:
Prepárate pasta para comer, si quieres. Los macarrones están en el armario a la derecha del de los vasos.
En ese mismo momento se puso a prepararlos.
No hizo gran cosa el resto de la mañana.
A mediodía se comió los macarrones. A continuación, encendió la radio, buscó una emisora con noticias y se sentó en el sofá. Tenía que estar atenta a las novedades de las nubes naranjas.

-Buenas tardes -dijo el interlocutor-, las nubes naranjas, se han convertido en una terrible amenaza para toda la humanidad. El equipo de investigación de nuestro país ha instalado cámaras en árboles para grabar por donde se encuentran las nubes; y bien, falta una hora para que alcance Alemania. Herr Wiss, cuéntenos de que se trata esta anomalía.

-Por lo que hemos podido averiguar, esas nubes se cuelan en tu cuerpo y afectan al sistema respiratorio. Te asfixias. Lo cual hace que tu cerebro deje de funcionar. También afecta al sistema circulatorio; ese virus entapona las venas impidiendo que la sangre circule correctamente. El corazón deja de recibirla y se detiene. Hemos intentado hacer todo lo posible pero ninguna solución hemos hallado. Nada te impedirá que fallezcas por culpa de las nubes naranjas.

-¡Oh, vaya! Gracias por su información y por haber venido -dijo despidiéndose con prisa el interlocutor.

Clara se levantó de golpe de su sitio histérica. ¡Una hora! No se podía creer que en una hora moriría. ¿Quién se imaginaba que el mundo se destruiría de esa forma? Todos pensaban que se destruiría con un meteorito gigante que impactaría con la Tierra, o por la contaminación, o porque el Sol se tragaría el planeta. Pero ¿por unas simples nubes?
Al menos iría a buscar a su abuelo. Y si moría, moriría con él.
Se dirigió a la cocina y se bebió un vaso de agua. Tenía que tranquilizarse. Después, salió corriendo de la casa, rumbo a la oficina de su abuelo. El camino más corto era atravesando el parque, el edificio estaba justo al final de este. El parque era enorme, andando tardabas media hora cruzándolo de lado a lado. Intentaría cruzarlo corriendo en diez minutos.
Echó a correr desesperadamente. No había gente en el parque. Todos se habrían resguardado en sus casas.
Soplaba un extraño viento; gélido pero sofocador. El cielo estaba nublado; no dejaba espacio al Sol, que momentos antes brillaba animosamente. Los árboles y la hierba bailaban al son del viento. La arena del camino se levantaba suavemente al ser empujada por el aire.
Ya llevaba medio camino recorrido cuando escuchó que alguien la llamaba a gritos. Hizo caso omiso y continuó corriendo.

-¡Eeeh, eeeh! ¡Niña, para!

Se detuvo y volvió la cabeza. En medio del camino había un chico que se aproximaba a ella ansiosamente. Parecía tener su misma edad, pero a medida que se iba acercando su cara desvelaba tener menos años. Pelo color miel y ojos marrones. Llegó a donde ella estaba.

-¿Qué haces? -le dijo a Clara.

-¿Qué hago de qué? -contestó confusa.

-¿Qué haces? -repitió.

-Anda, chico, déjame en paz.

Comenzó a correr de nuevo. El chico volvió a llamarla. Clara paró en seco.

-¿Qué quieres? -gritó enfadada.

Alcanzó a Clara jadeando.

-Venga, contesta, me estás haciendo perder el tiempo -le dijo al chico.

-¿Qué haces?

-Pero, ¿qué hago de qué? ¿Correr? ¿Eso es lo que quieres saber? Co-rrer. ¡Correr! ¿Entiendes?

-¿Por qué?

-¡Porque vamos a morir!

-¿Y?

-¿Sabes?, déjalo -dijo desesperada.

-Me llamo Jörg. ¿Y tú?

-Clara.

-¿Puedo acompañarte?

-Si vas a correr, sí -dijo mirándole de pies a cabeza.

Echaron a correr. Por culpa del chico casi había perdido diez minutos.

-He perdido mucho tiempo por tu culpa, niño -le dijo enfadada.

-¿Adónde vas? -preguntó sin hacer caso a lo que Clara había dicho.

-A buscar a mi abuelo. ¿Y tú que hacías por aquí solo?

-Mis padres salieron corriendo y me dejaron aquí solo.

Clara hizo una mueca de confusión. ¿Qué clase de padres abandonaba a su hijo en medio de un parque?

-¿Dónde vives? -preguntó Clara.

-No sé.

-Aaahh... ¿Y cuántos años tienes?

-No sé.

Ese chico era muy extraño. Clara no preguntó nada más porque cada vez le daba más miedo aquel niño.
Tardó veinte minutos en atravesar el parque por culpa de aquel incidente. Mientras corría se fue fijando si veía a alguna persona para preguntarle si conocía a Jörg. Pero la gente parecía haber desaparecido.
Entró en el gran edificio. Exhausta, se dirigió a subir las escaleras.

-Niños, no podéis entrar aquí -dijo la señora que aguardaba en recepción.

Clara y Jörg la miraron y subieron las escaleras corriendo. No tenía tiempo para entretenerse más. La señora dio varias voces a los niños y luego llamó a los guardias de seguridad al ver que no la hicieron caso.

Llegaron a un largo pasillo con bastantes puertas. Ella ya había estado en ese lugar un par de veces así que encontró el despacho de su abuelo con facilidad. Llamó a la puerta.

-Adelante.

Las nubes naranjas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora