Marín

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El santuario de Athena empezaba a regresar a la calma. Algunos caballeros de bronce empezaban a portar armaduras doradas, tal era el caso de Seiya que se le había encomendado la Novena casa.

- Estoy orgullosa de ti. - Le dijo la pelirroja.

- Gracias Marín.

Ambos se miraron en silencio.

- ¿Sabes quién portara la armadura de Leo? - Habló ella bajo el frío metal de su máscara.

Seiya, en su constante estupidez, no noto el dolor que arrastraba aquella pregunta.

- Sera Ikki. - Le contestó.

Una lágrima se resbaló por la mejilla de la chica del Águila, la cual fue cubierta por su fiel máscara.

Seiya se fue despidiendose con la mano de su antigua maestra.

- Ese burro con alas jamás entenderá nada. - La voz fría de la cobra la llamó. - Dijimos que no volvería a pasar. No lloraríamos más.

- Lo se, Shaina. - Marín dirigió su vista al vientre de la peliverde.

La chica le dió un codazo a su amiga.

- Oye, el tuyo sera el primero. - Dijo la oficuo.

Era cierto. Marín tenía un mes más que Shaina. Así una tenía cinco meses de embarazo y la otra tenía cuatro.

- Seguro que ese maldito bicho estaría muy feliz. - Dijo la pelirroja.

- También Aioria, amiga.

" - Marín, nuestro hijo sera como un león.

- ¿Si? ¿Qué hay de mi? Tal vez sea un águila.

Aioria le sonrió con amor a su linda novia.

- Tal vez sea un grifo ¿No crees gatito? - Dijo Milo. - Mitad tú y mitad ella.

Los ojos de Aioria brillaron.

- ¿El tuyo que sera Milo? Digo, ¿un escorpión y una serpiente? - El castaño hizo una mueca.

- Te escuche Aioria. - Le reclamo Shaina."

Los caballeros dorados se sacrificaron en el Muro de los Lamentos. Como lo habría hecho cualquier santo de Athena.

A ellas se les prohibió ir.

Todo el tiempo estuvieron con el alma en los labios. Shaina acariciaba su estómago y Marín pedía por que los dorados regresaran con bien.

- Veras que todo saldrá...

Las dos se miraron con los ojos casi por fuera de su lugar.

- Sus cosmos... Shaina.

Ambas salieron de la cámara de Athena para ver las doce casas. Todas habían perdido su brillo.

Marín calló de rodillas al suelo, Shaina junto a ella.

Los sollozos del águila retumbaban en todo el Santuario. Las lágrimas de la cobra mojaron el suelo.

Desde aquel día ellas no volvieron a llorar así. Y juraron salir adelante por sus hijos.

El corazón de Marín se había echo trizas. Ella no conocía el amor de un padre o una madre y el amor que le había sido entregado fielmente... se lo habían arrebatado.

La vida después de élDonde viven las historias. Descúbrelo ahora