One-Shots de KaiLen

Detrás de las Rejas

Dolor. Sufrimiento. Más dolor. Era todo lo que rodeaba la vida del chico. Un lugar, donde sólo disfrutaban azotar a niños y hacer sus vidas miserables. Haces lo que te dicen, o te azotan. ¿Tarea mal echa? Azotar. ¿No limpiaste en diez minutos los platos, llenos de comida de tus jefes? Azotar. ¿Refunfuñas para levantarte temprano? Azotar. Estas personas, vivían de ello, aunque no lo creas.

De seguro te preguntas cómo llegaron esas vidas inocentes a ese lugar. Muy fácil. Se ocultaban en los callejones en las noches, o en algún techo de alguna casa, y observaban a los niños pasar tomados de la mano con sus padres. Todas las noches, había un niño que desaparecía. Cuando encontraban alguno, que irradiaba belleza, o en sus ojos ver la pureza de todo niño, a ese se llevaban. No fue hasta una noche, que siguieron a una familia hasta su casa. De allí les dijeron, si no entregaban al niño, deberían matarlos. Pero claro, los padres se resistieron a entregar a su hijo, por lo que acabaron muertos. El niño derramó todas sus lágrimas, al ver a sus padres muertos. Los asesinos, se podría decir así, aprovecharon esa oportunidad para llevárselo, y acabó, en esa prisión. Esta historia ocurrió cuatro años atrás, ahora tiene unos diez años.

Si se podía llamar belleza, desde el punto de vista de los hombres que les gustaba azotar a las criaturas, sí. Era belleza. Unos ojos cual zafiros y cabellera azul como el mismo mar, observaba, sentado en el suelo, el hermoso cielo y las aves volando, eso le recordaba a cuando antes él era libre, y no recibía azotes por hacer algo mal o no acabar de lavar los platos en un tiempo determinado. Le dolía recordar la muerte de sus padres, pero sabía que algún día, su vida se acabaría en cualquier momento.

Mientras pensaba, observó a un niño que se paseaba, del otro lado de la reja, de unos cinco o seis años. De cabellos dorados como el sol y ojos tan brillantes como el mismo cielo. Lo veía corriendo por la hierba verde y oliendo algunas flores. Al parecer, se percató de que lo observaban, al girarse en dirección al chico de cabellos azules, comenzó a caminar hasta quedar a unos tres o cuatro pasos de distancia con respecto a la reja.

-Hola- saludó con una sonrisa. Al parecer el otro chico era muy tímido -... Eres algo tímido ¿Verdad?- éste no se movió, ni tampoco, afirmó o negó con la cabeza -Oh, ya veo...- había caído en la cuenta, de que era un prisionero de ese horrible y espantoso lugar -Mi hermana murió allí dentro, mis padres... fueron asesinados porque no querían entregarla...- al parecer, esa pequeña historia, hizo entusiasmar al otro chico -Era mi gemela... a mí no me pasó nada, ese día estaba en la casa de mi abuela... ahora ella me cuida... y... ¿Cómo te llamas?- dijo el pequeño acercándose más a la reja.

-S-soy 305- claro, en ese lugar se llamaban por número y nunca por el nombre. Su ropa, tenía un cartel con el número 305

-Jeje... no el número, tu nombre, el verdadero... yo soy Len, Len Kagamine- el niño, se quedó pocos minutos esperando que el otro chico respondiera.

-Ha pasado... tanto tiempo de que... no preguntan mi... nombre verdadero... creo que era... Kaito... mi apellido... es mejor no... decirlo- hablaba tan bajo y entrecortado, con un tono triste.

-Así que, Kaito ¿No?- el susodicho afirmó con la cabeza -Tengo algo que te puede llegar a gustar- de su bolsillo, sacó un paquete de unos quince centímetros de largo. Kaito, retrocedió un poco -Tranquilo, ten.

-¿Qué es?

-Es vainilla helada, ten, tengo más de estas en mi casa, así que puedo sacar cuando quiera, la abuela me las da siempre- le ofreció, por uno de los huecos de la reja la vainilla helada, mientras que, el otro chico, pudo saber que era comida, y como sólo le daban de comer una galleta con un cuarto de agua por día, aprovechó para comer.

-Es deliciosa, gracias Len- el niño solo sonrió, al parecer ya tenía un nuevo amigo.

-Umm... ¿Puedo preguntar qué edad tienes?