Sin título (por ahora)
Sus lágrimas eran hermosas. Recuerdo que me enamoré de ella cuando la vi llorar por primera vez.
Yo tenía 25 y ella 24. Nos conocimos en una cita a ciegas que nuestros amigos habían arreglado en un restaurante que me iba a salir un ojo de la cara.
Recuerdo que yo estaba nervioso ante la mera idea de cenar con alguien que nunca había visto, además de que aún no estaba listo para enfrentar una situación de ese tipo.
Estaba pensando todo eso cuando la vi llegar acompañada de un mesero que le señaló la ubicación de la mesa. La primera impresión que me dio es que era una de esas personas alegres que te atraen más por su simpatía que por su belleza, y sin duda ella no era fea, pero no tenía esa sensualidad que caracteriza a las personas de su edad. Aún así, había algo en ella que no me tranquilizaba del todo.
Cuando sus ojos se cruzaron con los míos esbozo una pequeña sonrisa que se le borró casi por completo al sentarse. Después de un rápido "Me llamo Alan, mucho gusto" y un "el gusto es mío, soy Mariana", el mesero nos trajo las cartas y el resto de la noche pasó entre pequeñas charlas corteses. Descubrí que a ella le gustaba comer primero el postre, que odiaba las cosas calientes y que su sonrisa era hermosa.
Después de cenar, caminamos alrededor de un parque, hablando de todo y de nada. La noche era tranquila, cálida y con muchas estrellas en el cielo, aún así, ella no se veía cómoda. Fue cuando le hice tal observación, que ella me sostuvo la mirada por más de dos segundos en toda la noche, parecía sorprendida. Suspiró y se disculpó. Me dijo que no era nada personal, que desde hace unas semanas se sentía incómoda de todo y de nada. Cuando le dije que no entendía a que se refería, ella solo respondió " es mejor así", con una sonrisa cortes. Sin darme tiempo de decir algo más, salió corriendo después de darme las gracias por darle una hermosa noche y decirme que era un buen hombre. Ni siquiera pude preguntarle acerca de la pequeña cicatriz que se vislumbraba en su cuello a pesar del maquillaje.No sabía su nombre completo, ni tenía su teléfono, y mis amigos no insistieron con el tema al ver que no les preguntaba por ella. Llegué a pensar que mi corazón sólo servía para amar a un persona, y me sorprendí al darme cuenta de lo doloroso y solitario que sería si fuera así. De hecho asustaba.
Creí que no la volvería a ver.
Cuando tenía cerca de 15 años, leí una novela en la que uno de los personajes afirmaba que si dos personas están destinadas a estar juntas, sin importar las circunstancias, ellas se encontrarían. Fue lo que pensé cuando un par de semanas después, iba caminando por el centro de la cuidad y me escuché a mi mismo llamándola al ver su figura del otro lado de la acera, ella se giró y al verme se reflejo una enorme sorpresa en su cara. Corrí hacia ella sin saber realmente lo que estaba haciendo. Mariana me saludó cuando llegué y se disculpó por la forma tan grosera en la que había terminado nuestra cita y por no haberme contactado. Después, me dijo que se tenía que ir y que había sido un placer verme de nuevo. Pero justo cuando se estaba girando para irse, un impulso de no dejarla ir me invadió y antes de darme cuenta de mi boca salió una invitación a tomar café. Ella me miró de arriba a abajo, como tratando de ver mis intenciones. Justo cuando pensé que me rechazaría, me sorprendí al escuchar que ofrecía su casa para tal café.
Ella vivía en un departamento pequeño, con una sola habitación, una cocina-comedor y un baño con bañera. Me invitó a sentarme y después de que sirviera las bebidas, no pude esconder mi curiosidad. Le pregunté acerca de su incomodidad. Pensé que se enfadaría o que me diría que no era asunto mío, pero ella soltó una carcajada carente de gracia.
-Si, creo que es justo que te de una explicación.- susurró borrando su falsa sonrisa.
Suspiró y me dijo que acababa de terminar una relación complicada, una relación de 4 años que no había terminado bien. Me contó que ella no se sentía preparada para salir con alguien, pero que no se pudo negar al ver que sus amigos se preocupaban al grado de arreglarle una cita.
-¿Esa relación tiene que ver con la cortada que tienes en el cuello?
Como acto reflejo ella se cubrió la cicatriz con la mano y bajo la mirada. Me di cuenta que en realidad me estaba metiendo en terreno vedado y que tenía que disculparme.
-Lo siento, no tienes que respon...
-¿Y tú por qué aceptaste salir conmigo?-me espetó sin mirarme- Eres guapo, y amable, apuesto a que sólo fuiste a esa cita porque pensabas divertirte conmigo.
-Escucha, yo no...
-Si- me miró a los ojos alzando un poco la voz- la persona con la que salía intentó asesinarme. ¿Ya estás feliz? Ni siquiera se porqué te invité. Quizás ya hasta estás saliendo con alguien, o con varias chicas a la vez, ¿no es así? ¿Eres de ese tipo de hombres a los que no les importan los sentimientos de los demás?
Su respiración estaba agitada.
-Lo siento, yo no debí preguntar. Pero nunca pensé en divertirme a costa tuya. Yo nunca sería capaz de hacer algo así. Yo... Hace 5 años que no salía con nadie, ¿sabes? De hecho, sólo he tenido una pareja en toda mi vida. No me llevo con esto de las citas.
Ella me miró arrepentida.
-Yo... No te disculpes. Es sólo que... -se cubrió los ojos con las manos-No estoy acostumbrada a que me traten... Así. Eres alguien demasiado bueno, no deberías perder el tiempo con alguien como yo, ahora mismo no se qué puedo esperar de los demás ni de mi misma. Es increíble que estés soltero, ¿puedo... Puedo preguntar porque rompieron?
-Ella se suicidó.-solté sin pensar.- Salimos por dos años. Era alguien... de esas personas que sólo con su presencia te hacen sentir mejor, amable, inteligente, siempre sabía que decir y cuando decirlo, era tan diferente a mi que sólo digo lo que pienso. Ella era... Perfecta.- sonreí bajando la mirada- Era tan feliz a su lado que nunca me di cuenta de que se sentía atrapada, sola, y desesperada. Se fue sin despedirse y sólo dejo una nota en la que me pedía disculpas. ¿Puedes imaginarlo?-reí- se disculpó conmigo, cuando el único que tenía que pedir perdón era yo. Es decir... No pude ayudarla ni una centésima parte de lo que ella me ayudó. Yo no pude... Salvarla.
Alce la mirada al escuchar un sollozo. Mariana me miraba con sus grandes ojos almendra cristalinos y dos gruesas lágrimas cayendo por sus mejillas sonrojadas. Tomó mis manos entre las suyas y las llevó a sus labios.
-No te culpes por ello. Nunca lo hagas.-susurró- Ella debió de tener sus razones. Tal vez pensó que no podía hacerte feliz, tal vez lo que sentía ya no tenía forma de cambiarse. Como quiera que fuese, no tienes que culparte por ello.
-Eres hermosa.-fue lo único que pude contestarle.
Ella me miraba entre lágrimas, con la nariz y mejillas rojas, balanceando sus pestañas al compás de su agitada respiración con los labios entreabiertos.
-Es la primera vez que alguien me lo dice.
-Pues de ahora en adelante lo escucharás muy seguido-dije antes de besarla.
Pensé que se opondría ante tal acto tan sorpresivo, pero sentí sus brazos alrededor de mi cuello.
Esa noche, ella se permitió ser amada sin dar algo a cambio y yo me permití entregar todo el amor que desde hace 5 años se había quedado guardado en mi pecho. Nos quedamos por mucho rato viéndonos, casi sin siquiera respirar, manteniendo un silencio que nos permitía observar cada detalle del cuerpo del otro. Y entre aquellas miradas profundas y leves suspiros, hicimos el amor. No como toda la gente lo hace, simplemente nos acariciamos hasta que estuvimos satisfechos; ella rozó cada parte de mi pecho, deteniéndose en el corazón cada cierto tiempo, apoyando su palma en mi pectoral y quedándose ahí un rato, asegurándome en susurros que nuestros corazones sanarían pronto, y que sanarían juntos. Yo me limité a besarle los párpados, los labios, las puntas de los dedos, las lágrimas que resbalaban por sus mejillas, y las cicatrices de cortadas y quemaduras de cigarros que tenía por todo su cuerpo. Tan sólo nos amamos. Fue entonces cuando entendimos que todos pueden volver a empezar, sin ocultar la herida, pero permitiéndole cicatrizar. Mariana y yo juntos. Y cuando al final ella se acurrucó en mi pecho y yo la abracé tan fuerte que pensé que la lastimaría, sollozamos largo y tendido hasta quedarnos dormidos, hasta que estuvimos satisfechos, hasta que estuvimos en paz.
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128√e980
RomanceSeamos sinceros, a todos nos gusta leer, escribir, vivir, ver y/o imaginar una historia de amor; de amores eternos, de amores que duran una noche, de amores que sanan, de amores que lastiman, del primer amor...