treinta y cinco

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Miraba al suelo, como si estuviese buscando el infierno -o librarse de él-.

Parecía concentrada en algo físico.
Por su mirada perdida y su alma corrupta, podría ser la típica tía medio rota con ganas de autoinflingirse un poco de dolor para saciar su apetito destructivo.

Iba labrada en traje, y podría haber llegado a ser atractiva si hubiese sonreído algún día después de aquel día.

Se empezó a pasar la lengua entre el hueco de los dientes, gesto que tendía a hacer cuando estaba enfadada.
Se odiaba un poco, y al mundo.

Le pedí que se acercase, buscando sus palabras. Y no encontré nada.

Me aclaré la garganta y ella siguió temblando.

"No sé qué quieres que te diga."

Silencio.
Y más silencio.

Y ese fue el momento en el que ella se dio cuenta de que iba a ser la tía que me amaba, y a la que me tiraba.

Dear xx.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora