13/04/2015 - Oculto

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-¿Has estado evitándome?

Bueno, si bien su silencio, su altura y el hecho que fuera un año mayor a todos en su clase, le daban un porte imponente difícil de disimular para quien recién le conocía, para todos los demás, Bertholdt Fubar era invisible. Incluso él buscaba esta transparencia vistiendo sólo en tonos fríos que lo camuflaban a la sombra del árbol bajo el que se sentaba en los recreos. Bert era reconocido en la escuela por su manía de estar solo. Hacía todo por su cuenta. Tareas, excursiones, gimnasia, almorzar, asistir a una que otra fiesta. Se podían contar con las manos las veces que se lo había visto acompañado y todas esas ocasiones no duraban más de quince minutos. Ni siquiera en la época en la que su romance con Annie se hizo público, Bertholdt desestimó su soledad. Al poco tiempo, su presencia se asemejó más a la de un fantasma al cual podías atravesar que a la de un joven muchacho de su talla. Pero las cosas estaban cambiando. Marco había regresado a clases, actuaba como si nada hubiera pasado y tampoco nadie se atrevía a preguntarle al respecto, incluso Ymir dejaba de ser una atrevida y lo miraba con pena. Todo esto, llevó a la necesidad de aislamiento del pecoso y, como para alguien acostumbrado a los amigos rodeándolo resultaba casi imposible, encontró en Bertholdt el compañero ideal. Pronto eran vistos en cada momento libre. Marco lo acompañaba mientras hacía sus tareas, gimnasia y almorzaba. Todo podía marchar con total calma pues Bert rara vez emitía sonido alguno. Esto era lo poco que sabía Jean. Y era suficiente para reducirle el alma a cenizas.

Durante los recreos o cualquier momento libre, Marco y Bert se sentaban juntos bajo el mismo árbol cómplices en su mudez. Marco, por largos momentos se preguntaba si acaso él lo sabía, buscaba cualquier indicio en la mirada verde olivo de su nuevo amigo, pero sus ojos eran el rasgo más inexpresivo en la cara del gigante. Sí, por supuesto que lo sabía, todos lo hacían. Creyó confirmarlo el día que extendió sus enormes manos para acariciar la suya. Entonces Bert le dijo:

-Disculpa que sea un chico de pocas palabras, pero es que prefiero actuar antes que gastar saliva.

-Mh... -Contestó Marco mordiéndose la lengua para no decirle que, de hecho, Bertholdt tampoco actuaba y hacía gran cosa para ser sincero. «Él también es una persona herida», pensó y devolvió el gesto acariciando los nudillos de su acompañante. Por ese entonces, le habían llegado comentarios cizañeros sobre la reconocida "promiscuidad" de Bert. Bien podría haberse enfadado, pero sabía que en el fondo, sólo estaban preocupados por él e intento pensar en eso cuando estuvo a punto de gritar a sus amigos las peores cosas.

-¿No piensas responderme? –Insistió Jean, quien había preguntado si acaso estaba evitándolo tan pronto hoyo las pisadas de Marco sobre los escalones. Sentado rodeado de por el hedor a cigarrillos baratos, estaba Jean en las escaleras a la terraza del colegio. Escondido, con culpa, lejos de cualquier par de ojos familiares. Era una mañana gris, las nubes habían aparecido de la absoluta nada, incluso los pájaros habían dejado de cantar al verse usurpado su cielo azul con nubes de tormenta. Una fina llovizna había empezado a caer, lo suficientemente persistente para empapar todo. Marco miró al blondo, reducido con la cara escondida tras sus rodillas. No estaba preparado para dar la cara.

Era obvio quien estaba evitando a quien.

-Tu amigo ha de estar esperándote –Le dijo pensando en Fubar, tomando a Marco por sorpresa.

Nuevamente, la verdad empezó a picarle la lengua, pero pudo contenerse. Quería contarle lo mucho que lo frustraba el silencio de Bert, lo mucho que todavía le dolía lo que el propio Jean le había hecho y, peor aún, que todavía le doliera más el haberlo perdido. Revisó en los bolsillos de su pantalón buscando el presente que había preparado. Sacó una pequeña pero pesada caja de cartón opaco y lo arrojó a sus pies. Jean palideció y sintió secarse su lengua al ver la pequeña caja con los cartuchos apropiados para su revólver. Como una ligera reacción, alejó el regalo unos escasos centímetros de sí.

-No es común en ti ser descortés.

Marco comprendió lo que Jean decía.

-No lo estoy siendo –Dijo firmemente -. No es lo que piensas. Es sólo que si sigues utilizando las otras balas, tal vez el tiro te salga por la culata y termines volándote la mano, en el mejor de los casos... -Jean intentó levantarse y hablar con él pero Marco lo detuvo. Conocía tan bien a ese imbécil cara de caballo que pudo adivinar cada una de las palabras que intentaría decirle, sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, pero al igual que Jean, ellas no tenían derecho al habla en la escena -¡Jean, tú no mereces en lo absoluto que yo me preocupe por ti! Ya lo sé, así que si vas a decirme eso, por favor, guárdatelo. Guardate todo el discurso que me tengas preparado, que soy demasiado buen chico para una basura como tú, que nunca entendiste como puedo seguir siendo tu amigo, que todo fue un error, y, más que nada, que todo ha sido culpa de Sasha, que no intentas excusarte porque no mereces ser perdonado y todo, todo lo demás, porque voy a creerte, porque sé que lo dirías con total sinceridad. ¡El problema es que todo eso es cierto porque me tienes lastima! Perdón por levantar la voz, estoy harto. Harto de ti y de todos los demás.

Acercó todavía más a su amigo la caja de una ligera patada.

-No te estoy evitando. Me es imposible evitarte, Jean.

Los peces que no nadanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora