La primogénita

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-Pase.

Agustín entró en el despacho de su jefa con cuidado de no hacer ningún ruido. Es sumamente quisquillosa.

La encontró parada de espalda al escritorio, observando detenidamente la ciudad de Buenos Aires por el gigantesco ventanal. Admiro su piel bronceada por la camilla solar y su cabello castaño claro. Ella se giró cuando escucho que su asistente dejaba las carpetas en su mesa. Lo encontró dirigiéndose a la puerta para retirarse con aire resignado y con la cabeza gacha.

- Fernández.

Agustín se detuvo, pero no se giró. No quería encontrarse con esos pozos café que descubrían todos sus secretos.

- ¿Necesita algo más?

- ¿Qué te pasa? –dijo fríamente. Agustín se ruborizó. Gracias a Dios que está de espaldas a ella.

- Nada señorita, es solo que estoy un poco cansado.

- Ah. Está bien. Podes retirarte. –y Agustín se sintió peor. Y ella lo notó, pero no iba a hacer nada para solucionarlo, así que lo dejó ir.

Donatella Romanelli no mostraba sus sentimientos. Le habían dicho que debía ser fría y calculadora para poder manejar como se debe la empresa de su padre.

Il Romanelli era una empresa fundada por su abuelo, Pasquale Romanelli, que confeccionaba trajes de etiqueta para hombres. Su padre, Giuliano, había heredado la empresa después de que Pasquale falleciera a una avanzada edad.

En uno de sus viajes de negocios a Buenos Aires, Giuliano conoció a su madre, se casó con ella y se la llevó a vivir a Sicilia. Después de su llegada a Italia, Dona nació.

El amor entre ellos fue fugaz, pero su matrimonio no. Estuvieron casados obligadamente cinco años, pero los últimos de estos años fueron infernales para ellos. Ambos tenían formas muy diferentes de educar a su hija y eso traía muchos problemas a la pareja.

Un día, la mamá de Dona anunció que se iba a vivir a otro país porque había encontrado al hombre de su vida y que se llevaría a su hija con ella. Donatella no entendía como es que había encontrado al supuesto hombre de su vida si ya estaba casada con su padre, así que decidió quedarse con su padre hasta unos meses después, cuando se enteró de que había tenido una hermanita.

Al principio no quería saber nada de esa niña, hasta que su inocente mente de niña la llevó hasta la ciudad de Galway, Irlanda, donde su mamá vivía en ese entonces. Debió reconocer la belleza de la ciudad apenas llegó, y estaba tan entusiasmada cuando su mamá le pidió que se quedara a vivir con ella, que ni dudó cuando le respondió que sí.

Noel, el papá de Anna o Annie, como todos la llamaban en ese país, la llevaba a visitar todos los lugares de su ciudad natal y le hacía probar sus platillos favoritos. Su madre, siempre muy atenta con la nueva bebé, había perdido interés en las salidas y dejaba que su hombre la paseara por todos lados. Al principio Dona disfrutaba de todo aquello, hasta que se aburrió y comenzó a acordarse porque su mamá se había marchado de su lado.

Entonces comenzó a alejarse de aquel hombre que le arrebató a su madre y de aquella criaturita que la miraba con esos ojos cafés iguales a los suyos. Eran tan parecidas pero a la vez tan distintas...

Aunque debía admitir que Anna era la bebé más hermosa que había visto. La amaba por ser su preciosa hermanita, pero la odiaba por ser hija de aquellos dos. Ella era el fruto de la aventura que destruyó su vida y la de su padre. No podía perdonarla.

Noel notó que la Dona estaba un poco ida, así que le propuso a su mujer algo que ya había pensado antes pero que nunca habían tenido el valor de hacer: dejar todo lo que tenían en Irlanda e irse a vivir al país natal de la mujer, Argentina.

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