Capitulo 7. La fantástica propuesta del francés

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El cuarto de entrenamiento, así se le conocía a uno de los dos pabellones que el escenario Kaleido tenía. Anteriormente solo contaban con uno, que era amplio y grande para que todos entrenasen para las futuras presentaciones. Pero en el transcurso del último año, se había construido un segundo, el cual era más pequeño y era exclusivo para aquellos artistas protagónicos. Por lo tanto, el pabellón más grande había sido relegado para el resto del elenco. Ambos pabellones contaban con lo básico para los gimnastas: Las barras, los aros, caballos, entre otros artículos de gimnasia. Estaban demasiado completos, como siempre debía ser.

Leon Oswald se encontraba en el pabellón de entrenamiento, entró ahí desde las siete de la mañana y ya pasaban de las nueve. Pero ése día había llegado una hora antes de lo normal, concretamente gracias a aquella pesadilla que le había robado el sueño, y tan pronto vio qué el sol del nuevo día emergía del horizonte, se dirigió al pabellón, por lo menos entrenando podría distraer su mente, ocupando su cabeza en otras cosas.

Y vaya que se había tomado literal lo de ocupar su cabeza, sus piernas se encontraban colgando de los aros exclusivos para hombres, los cuales se sostenían de largas cadenas que se fusionaban con el techo, lo que colocaba a Leon de cabeza a 3 metros de altura, su cabello plateado caía como si de delgados hilos de seda se trataran. Él mantenía los ojos cerrados y brazos cruzados contra su pecho.

Esa pesadilla de alguna u otra forma le mortificaba, porque se veía tan real que la primera vez que soñó con eso, Leon se despertó pensando que había sucedido de verdad y cuando menos lo pensó había tomado su teléfono para llamar a Kalos y preguntar si Sora no había quedado en coma. Y a pesar de la negativa de Kalos, el albino no pudo sentirse tranquilo hasta que no fue a la cafetería y vio con sus propios ojos a Sora, platicando en compañía de sus amigas.

Leon recordó ése incidente y no pudo evitar sentir esa incómoda sensación de vergüenza ajena, vergüenza de sí mismo al recordarse en ésa posición y situación tan ridícula y todo por una pesadilla que le confundió la realidad y que no tuvo razón de ser. Una pesadilla que seguía teniendo y empezaba a fastidiarlo, de algún u otro modo.

Soltó un leve suspiro antes de abrir los ojos y tan pronto los abrió éste hizo una expresión de sorpresa, ahogando un leve quejido en su garganta, anunciando un pequeño y leve sobresalto. Se quedó en silencio, incluso sus brazos se separaron unos centímetros de su pecho donde los tenía cruzados.

Probablemente el haber estado de cabeza todos esos minutos había logrado que comenzara a alucinar... frente a él vio a Sora, era evidente que se trataba de ella, podía distinguirla aunque a su perspectiva ella estuviese de cabeza. Pero la cara de Sora era más amorfa y tenía dos ojos enormes en el área donde debían estar sus mejillas.

-Buenos días joven Leon –Saludo Sora, extendiendo la pequeña caja de leche entre sus manos- ¡Traje esto para usted!

Leon parpadeo, incrédulo, pero finalmente se percató de lo obvio y al mismo tiempo se sintió un poco idiota por no haberlo notado antes. Ése asunto del insomnio por pesadillas estaba dejándole secuelas demasiado deplorables.

-Sora... -Dijo él, cerrando levemente los ojos

La voz de Leon tenía ese tono imperativo y suave al mismo tiempo, el típico tono que usa la gente cuando va a aclararle o recordarle a alguien una situación que ya debería saber, al escucharlo, Sora se erizó cual gatito sorprendido dando un respingo sobre su propio eje.

-¡Lo siento! ¡Ya sé que me dijiste que te tuteara y te llamara por tu nombre a secas! –Apremió a decirle, con su voz temblorosa y nerviosa- ¡Pero es qué se me olvida! ¡De verdad Leon, intentó...!

Kaleido Star: Fairy WingsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora