Todavía está oscuro afuera, por más que estamos cerca de las 9 am. Me gustaría que el día fuese más “alegre”, es más, con un poco de sol, menos nubes y una suave brisa me conformo, pero no, las grandes nubes oscuras que se encuentran en el cielo anuncian una fuerte lluvia, justo en el día que tengo mi entrevista de trabajo. Nunca tuve confianza en mí misma, por lo que necesitaba una mínima señal que me diga “te irá bien”. Mi tía, por su parte, hizo lo posible para hacerme sentir medianamente cómoda con sus palabras de apoyo, pero no lo logró. Tengo 19 años, en un país y barrio completamente diferente al mío, a punto de dar una entrevista laboral para trabajar en una empresa publicitaria. Cualquier persona en mi lugar estaría igual, ¿verdad?
Miro a las chicas a mí alrededor y me encierro aún más en mi burbuja de negatividad. Son perfectas. El prototipo de chica rubia estadounidense, el tipo de chica porrista que se queda con el jugador de fútbol americano para ir al baile de graduación juntos. Todas están vestidas como si de un desfile de modas se tratara, mientras que yo estoy con ropa que tuve que pedir prestada. De saber que mis “contrincantes” serían los dobles de Dianna Agron no me hubiese presentado, de ninguna manera, pero ahí estaba. Necesitaba un trabajo, no podía vivir de mis tíos, así que si no obtenía el puesto por mi apariencia, trataría de hacerlo con mi inteligencia. El reloj que se encontraba postrado contra la blanca pared dio las nueve cuando una de las secretarias se acercó a nosotras.
– Buenos días. – dijo con una sonrisa demasiado falsa para mí gusto. –Nombraré a cinco chicas ahora mismo quienes deberán ir a la oficina que se encuentra al final del pasillo para ser entrevistadas individualmente. –Explicó. – De seguro esta es la primera entrevista para muchas de ustedes. No estén nerviosas, los jefes se dan cuenta de eso y, créanme, no quieren que ellos se den cuenta. – Bien, cada una de sus palabras incrementaron mis nervios y mi ansiedad. Rogaba que mi nombre fuera uno de los primeros pero para mi suerte no lo fue, de seguro la lista iba por orden alfabético y yo sería una de las últimas. Suspiré y quité el celular de mi cartera. Un mensaje.
<< ¡Buena suerte en tu entrevista! Todo irá bien, no te preocupes. >>
Aquel mensaje logró sacarme una sonrisa. Desde Buenos Aires tenía el apoyo de mi mejor amigo, de obtener el empleo podría comprarle aquella hermosa guitarra que vi días antes en “Ziva Guitars” y también tendría una excusa para volver a encontrarme con aquel chico de tez blanca. Sonreí al recordarlo. Había algo en él que me llamaba la atención pero no sabía exactamente qué. Algo extraño ya que no parecía ser alguien extraordinario, trabajaba en una tienda de guitarras y su nombre era Taylor, nada extraordinario. Me gustaría enviarle un mensaje o recibir uno de su parte pero no tenía su número y el tampoco tenía el mío. Mi celular vibró. Otro mensaje.
<< Por cierto, tenés que decirme qué tal las secretarias en ese lugar ;) >>
Reí suavemente y me propuse a contestar.
<< Bueno, son todas parecidas a Dianna Agron, el paraíso para
un chico como vos. >>
<< btw, gracias por la suerte. La necesito. >>
Adoro a ese hombre. Es unos años más grande que yo y diferente en todos los aspectos. Él es un chico extrovertido, talentoso, y tiene muchísima confianza en sí mismo. Es más, muchas personas lo “odian” por esa misma razón. En cambio yo soy su opuesto. Razón por la cual él tiene tatuado el ying y el yang en su tobillo derecho, según él de esa forma le prometió a todo el universo que estaría a mí lado siempre que lo necesite, sin importar nada. Algo descabellado pero tierno también. Le prometí hacerme uno en el tobillo izquierdo, y algún día lo haré, soy una chica de palabra; cumplo lo que prometo. Un nuevo mensaje me sacó de mis pensamientos.
<< Si te tuvieras un poco de la confianza que te tengo yo, las cosas serían muy diferentes. Lo vas hacer bien, ¿entendido? PD: Si podés, saca fotos. >>
Sonreí nuevamente. Sin dudas, él sabía cómo hacerme sonreír. Desde el día que lo conocí, hace ya nueve años, tiene la receta justa para hacerme sentir bien. No sé cuál es su forma de volverlo todo mejor, pero le tengo mucho aprecio por eso.
<< Trataré de sacar tantas fotos como me sea posible y… Gracias de nuevo. >>
La secretaría se acerco, nombró a otras cinco chicas más y se retiró moviendo exageradamente sus caderas. La situación se repitió unas cinco veces más hasta que llegó mi turno. Mi burbuja ya se encontraba a punto de explotar pero recordé las palabras que aquella mujer dijo anteriormente. No debía estar nerviosa si pensaba conseguir el trabajo o al menos debía disimularlo. Mis piernas temblaban, al igual que mis manos las cuales parecían presenciar un terremoto de grado 6 en escala Richter. Caminé unos pocos pasos y me senté en una de las sillas de plástico que se encontraban contra la pared, unidas entre sí gracias a un fierro que las sujetaba. Me encontraba en el último asiento (eran cinco, uno para cada una) cruzada de piernas mientras miraba como, de a una, pasaban las postulantes. Unas más que confiadas que otras, la tercera entró con una sonrisa de oreja a oreja que parecía genuina, con un paso seguro y su cabeza mirando al frente. Podía jurar que ella obtendría uno de los dos puestos disponibles. Al salir, lo afirmé. Tenía un rostro precioso, su cabello dorado recaía en ondas sobre sus hombros, su sonrisa podía deslumbrar a cualquier persona. Sus ojos eran celestes, sus pestañas gruesas y sobresalientes. Aunque eso podría ser resultado de su máscara, no dejaba de ser alucinante, y a diferencia de las otras; ella parecía tener un poco de inteligencia. Agaché mi cabeza y respiré profundo. Bien, debía obtener ese puesto y lo iba hacer, aún cuando las posibilidades de que aquello pasara fueran mínimas.
–Welch, Génesis. – pronunció una voz proveniente de la oficia principal. Bien, era mi turno. Respiré profundo y me levanté de dónde me encontraba sentada para definir mi futuro.
-¿Señorita Welch? –preguntó un señor de cabello blanco. Su cara era redonda y estaba adornada por ojos azules. A su lado se encontraba un hombre mucho más joven, su cabello era color negro, llevaba anteojos y sus ojos también azules. ¿Acaso nadie en este lugar tiene ojos marrones? – ¿Señorita? – preguntó ya algo irritado. Con la yema de sus dedos frotó sus sienes con su codo apoyado sobre la mesa de madera.
–Sí, soy yo. Buenos días. –dije lo más segura que pude y me senté en la silla que se encontraba enfrente suyo.
-Bien. Mi amigo aquí y yo necesitamos una nueva secretaria. Las que tenemos no son lo que necesitamos. Esas ineptas no hacen más que cometer errores. –Se notaba la frustración que sentía en su voz. Trague saliva y comencé a jugar con mis manos por debajo de la mesa. – Quiero que me diga por qué cree usted que es mejor que esas dos novatas y por qué cree que merece el puesto.
-Bueno… Yo… -titubeé. –Creo que podría ser útil porque… -Mis nervios me jugaban una mala pasada y me atropellaba con mis propias palabras. Tenía miles de contestaciones a aquella pregunta pero ninguna a la vez. – Soy sumamente responsable. –dije finalmente. El señor canoso se veía aún más frustrado, mientras que su compañero me miraba y escribía anotaciones en su libreta. –Además, puedo realizar cualquier tarea en el menor tiempo posible ya que no perdería tiempo coqueteando con mis compañeros de trabajo. –Bromeé. El hombre más joven rió y luego calló en cuanto su jefe le lanzó una mirada asesina. –Miré… Este sería mi primer trabajo. A decir verdad, esta es mi primera entrevista y por eso mismo no sé qué contestar a su pregunta. - Mis palabras se escapaban por mi boca sin pensarlas anteriormente. –Pero señor, le aseguro que si usted me da el puesto seré la mejor secretaria que usted pueda pedir… O su compañero. Haré hasta lo imposible para cumplir cada una de las tareas que me dé. Sin importar el horario o si debo seguir trabajando en mí casa. Le prometo que si me da el trabajo, usted no se arrepentirá.-
-Bien, como sea. Terminamos. Puedes retirarte.