¿FIN?

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Iba decidido a contarle todo esto a Ruben, indiscutiblemente sus sentimientos se le habían ido de las manos y ya no sabía como manejarlos.

Se encontraba muerto de miedo y con mas nervios que nunca. Estaba enojado, con el mismo. No entendía porque de repente le costaba tanto enfrentar a su mejor amigo y contarle lo que le pasaba. Era su mejor amigo, la persona que mas lo conocía, la persona que lo había ayudado con todo, la persona que siempre iba a estar ahí para decirle que todo iba a estar bien.

Pero también, era la persona de la que se había enamorado. Tanto que dolía. Tanto que se odiaba. No podía entenderlo. Había crecido en una sociedad en la que dicen que un hombre solo puede enamorarse de una mujer. Que hombre que se enamora de hombre es un enfermo.

Pero el no se sentía enfermo. Los sentimientos que tenía por Ruben, eran lo mas bonito que había sentido nunca. Pero también, le asustaban horrores, no los entendía. No sabía porque sentía eso, no podía creerlo.

Y tampoco sabía que era lo que sentía Ruben.

Se dispuso a escribir una última nota para el castaño, en donde ponía que se verían a la salida del colegio, en un parque que había a unas pocas cuadras del establecimiento.

Estaba tan nervioso que podía jurar que su letra, su perfecta caligrafía se veía terrible en ese trozo de papel arrugado y húmedo por el sudor de sus manos debido a la tensión de la situación.

Se dirigió al casillero de Ruben, de su mejor amigo. Pero lo que nunca se imaginaba es que al cerrar la puerta de este, alguien lo vería. Alguien lo reconocería y lo llamara.

—¿Mangel? —su primer idea fue salir corriendo. Huir de ese lugar y no volver jamás. Pero estaba harto de huir de todo. Huir de sus sentimientos, huir de sus miedos, huir de los prejuicios. Finalmente por primera vez en su vida decidió enfrentarlos. Por lo que al dar la vuelta quedo de frente a la persona dueña de esa voz que lo llamó hace unos minutos... Esa voz que tanto le gustaba escuchar.

—Ruben —dijo maldiciendose. Hubiese querido sonar mas firme, pero era imposible, cuando sentía que sus piernas estaban a punto de flaquear haciendolo caer por el miedo que tenía.

—¿Qué cojones haces aquí... En, mi casillero? —preguntó el castaño, pero en ese momento las piezas del rompecabezas acerca del misterio de las notas, que no lo dejaba dormir por las noches deseando conocer a la persona que se escondía detrás de esas líneas, empezaron a unirse —¿Eres tu? —preguntó con un hilo de voz. Mangel asintió.

—Si, lo soy ¿Contento? —preguntó al borde del llanto.

Ruben se sentía extraño. Sentía miedo. No sabía que hacer, el se había enamorado de la persona que se escondía detrás de unas simples notas, pero era lo suficientemente inseguro para admitirlo antes. Una simple nota, podía llegar a hacerlo sonreír el día entero. Y la ausencia de esta, hacía que el quisiera ir a su casa y acostarse a dormir.

El no se había enamorado de un hombre, se había enamorado de una persona y eso era lo que importaba. Lo que le hacía sentir esa persona, era lo importante. Si era hombre o mujer era algo secundario.

Mangel era la única persona que siempre había estado ahí para el pase lo que pase. Sabía que siempre iba a estar ahí y no quería arruinarlo por nada en el mundo. Lo necesitaba en su vida, lo necesitaba para siempre.

Se negaba a perder esos ojos oscuros que había descubierto mas de una vez observándolo. Había que ser estúpido para no darse cuenta de que el sentía lo mismo que su mejor amigo.

Vuelta a la realidad se dio cuenta de que aún se encontraba ahí, delante suyo. No había salido corriendo, no había huido. Eso demostraría quizás, que el valía la pena. Que debía apostar todo a esa persona, que si lo perdía, si eso no funcionaba al menos iba a tener la tranquilidad y la satisfacción de que él lo había intentado.

Pudo ver lagrimas en los ojos de Mangel, eso lo hizo reaccionar. Le dio la valentía que necesitaba y simplemente lo abrazó. Este abrazo fue algo diferente a todos los que se habían dado anteriormente. Era un abrazo lleno de dudas, de miedos, de inseguridad, pero a la vez cálido, reconfortante y sincero.

Mangel se sorprendió y si bien se sentía aliviado, aun estaba un poco preocupado por la reacción del castaño. Cerró sus ojos y inhaló su olor. Ese perfume que lo enloquecía hacía tiempo. El sabía que no volvería a ver nunca más como un simple mejor amigo a Ruben.

Ruben, por su parte, sonrió. Sonrió, porque al fin había encontrado a esa persona que hacía que se sintiese completo y feliz con un simple abrazo, con una mirada. Deshizo lentamente ese abrazo para tomar el rostro de quien llamó mejor amigo por años. Lo observó en su totalidad. Observó sus ojos, que aún se encontraban con algún que otro rastro de lágrimas, las cual el castaño se encargo de limpiar con sus dedos.

Ambos se encontraban perdidos en la mirada del otro. Ninguno hablaba pero sobraban las palabras en ese momento. De repente la mirada de Ruben se deslizó lentamente a los labios de su mejor amigo. Se encontraban tan cerca que podía sentir el aliento del otro chocar en sus bocas.

En ese momento no le pareció algo tan descabellado besarlo. Así que fue el quien tomó la iniciativa. Se acercó poco a poco y de un segundo a otro, Ruben estaba besando a Mangel. Dándose cuenta de que lo que creía que era un buen beso, no se comparaba en nada con su lengua jugueteando con la del pelinegro. Que el sabor de los labios de su mejor amigo era mejor que cualquier otro. Era mejor que besar a cien chicas distintas.

En cambio Mangel no podía creerlo. Sintió al castaño estremecerse cuando lo tomó por la cintura y lo acercó a el, pero eso no pareció motivo suficiente para dejar de besarse. Permanecieron así por minutos, descubriendo sentimientos nuevos. Sentimientos fuertes e intensos.

Pero el mundo es injusto y llegaron al momento en el que necesitaban volver a llenar sus pulmones de aire.

Mangel miró a Ruben y su mirada se encontraba perdida, no decía nada. Finalmente rió.

—Eres mi mejor y me has enamorado por unas malditas notas, gilipollas —dijo sonriendo. Mangel sintió un alivio increíble, sintió como su corazón se inchaba y su sonrisa se ensanchaba.

—Yo... No se que decir —dijo y una risa nerviosa prosiguió.

Ruben rió. Era una locura, pero una locura hermosa que estaba dispuesto a cometer.

—¿Por qué coño no lo hiciste antes, Mangel? —preguntó un poco triste —Sabes que me voy a Noruega en unos días.

—Tenía miedo —dijo un poco apenado el pelinegro.

—No temas, ya no más. Seguiremos con esto de todas formas. Te lo prometo —dijo y volvió a besarlo.

Se había enamorado, se había enamorado de su mejor amigo. Y eso ya no sonaba mal en su mente, sonaba como algo que no quería dejar de sentir nunca.

Continuará...

Notas [Rubelangel]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora