Día 12.

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Día 12.

Al día siguiente me quedé en casa toda la mañana. Dormí hasta las dos de la tarde.

No comí.

Como estaba solo en casa (ya que mi madre trabajaba ese día) nadie me regañó por no hacer nada y quedarme hasta las tantas durmiendo.

Me levanté sin ganas de hacer nada, y me tiré de plancha sobre el pequeño sofá que había en una esquina de mi habitación.

Jugué con la play hasta las tres de la tarde aproximadamente.

Más tarde, cuando mis tripas rugieron me vi obligado a bajar hasta la cocina para coger algo que llevarme a la boca. Eran las cuatro de la tarde, y di por perdida la mañana.

Y quién sabe si la tarde también.

Sólo me apetecía quedarme en casa, ir al cine o estirarme en uno de los parques de la ciudad a dormir. Siempre me ha gustado dormir. Duermo mucho. A veces puedo considerarme peor que una marmota. No me cuesta nada dormir, en cambio tardo millones de años para levantarme. Como hoy.

Hoy es uno de esos días en los que lo único que quiero es dormir hasta que me muera. Hasta que llegue el invierno. Hasta que vuelva a ser verano de otro año. Hasta que me salgan canas o quién sabe...

Deseché esa idea de mi cabeza. No podía quedarme todo el día allí encerrado.

Por lo que subí hasta mi habitación y me calcé mis deportivas. Estaba dispuesto a correr hasta que el sueño, las ganas de no hacer nada y el aburrimiento desapareciesen por completo.

Dejé el móvil en casa. Y salí por la puerta sólo con una pequeña botella de agua mineral y mi ipod con un repertorio de canciones expresamente elegidas para cuando iba a correr.

Mientras corría sentí que me olvidaba de todos los problemas. Me acordé de Lorena.

Después de correr media hora me senté en uno de los bancos que habían en el sitio que me encontraba. Me pasé las manos por la cabeza, bufando a la vez. Estaba sudando. No estaba así por haber corrido todo ese recorrido. Estaba así por haberme acordado del tema de Lorena.

No la quería como una novia. Eso estaba claro. No la deseaba igual. No tenía los mismos planes de futuro con ella que antes. Ahora sólo quedaba amistad. Simplemente eso.

Me estaba dando cuenta de que lo nuestro no tenía ni pies ni cabeza.

Después de una semana con ella, me estaba dando cuenta de que lo único que quedaba de nuestra relación era el cariño. Pero ese cariño que siente un primo hacia su prima. Un hermano hacia una hermana. Un amigo hacia una amiga cercana. Un cariño fuera del terreno amoroso.

No me atreví a decirle nada. Es más, cada vez tenía menos fuerzas para poder soltarle ese "Lorena, ya no es lo mismo". Se la veía tan emocionada...

Pero yo no merecía ese amor. Yo no se lo estaba correspondiendo. Ella merecía algo más...algo mejor y que la quisiera igual. Supongo que ella merecía un hombre. No un niñato como yo con las ideas revueltas.

Justo el día anterior había tenido una pequeña pelea con Sam. Yo le había dicho que no podía quedar con Max, que tenía que acompañarme al partido de los sábados. Ella me dijo que no tenía ganas de ir ese día, que prefería ir a ver una película con Max. Me enfadé. Mucho. Supongo que yo no llevaba la razón pero ya no sabía que hacer más para que dejase de verse con Max.

Me levanté del banco y me sorprendí a mí mismo caminando hacia la casa de Sam. Simplemente odiaba enfadarme con ella.

Cuando llegué, lleno de sudor, y algo agotado piqué dos veces al timbre. Me abrió la madre de Sam, sonriendo como siempre.

Los encantos de Sam (EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora