Capítulo 1

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El viento sopla en mi cara. Es una mañana fría. Estamos a principios de Enero. Mis abrigos me protegen de las bajas temperaturas.
Akesia, es un Reino situado al norte. ¿Cómo lo se? Simplemente creo a los sabios. No soy una ignorante de las que piensa que ellos son indiferentes. Como decía, a pesar de las bajas temperaturas... Akesia es precioso. En invierno, sus lagos se congelan, y todo se cubre de blanca nieve. Las familias humildes, como la mía, van a patinar. Aunque nosotras no vamos en familia. Desde que murió mi padre mi madre no ha vuelto a ser la misma. Así que siempre voy con mi hermana mayor. Con la cual me llevo 2 años.
En primavera los lagos se descongelan, y los prados se llenan de vegetación y flores. Me encantan las flores.
Todo es perfecto dentro del muro.
En cambio en el exterior solo se respira muerte.
Hace 300 años, los fundadores de Akesia decidieron construir un muro, al que bautizaron como Muro Drageven, para protegernos de las bestias. Esas bestias a las que llamamos dragones.
Dicen que un día los dragones perforaron el muro. Y desde entonces un varón de cada família se ve destinado a combatir con tales bestias. Cuando esos varónes cumplen los 17 años se unen al Cuerpo de Exploración. Dónde les enseñan a luchar. Y tan solo cinco meses más tarde  los envían a combatir, junto con los supervivientes de otros años.
¿Por qué hacen eso? Los soldados no son lo suficientemente buenos, y mueren miles cada año. Si hacen lo que hacen nunca dejará de haber soldados, o eso es lo que creen.
En nuestra familia tan solo somos dos hijas. Mi hermana Annie y yo. No tenemos ningún hermano. Y fué por esa misma causa por la que mi padre tuvo que unirse al Cuerpo, para sustituir a ese supuesto hijo no concebido.
Que nosotras no tengamos que unirnos no significa que no nos perjudique, ya que tenemos conocidos que si que se unirán o que se unieron. Algunos siguen con vida, como el novio de mi hermana. Otros mueren, como muchos compañeros de clase.
Este año les toca a mis compañeros, incluido a Noah. Este es nuestro diecisieteavo año de vida, y quizás para muchos el último.
Estoy sentada en la puerta de nuestra casa, esperando a Annie para salir a patinar un rato. Nuestro hogar es un lugar acogedor y cada rincón está echo de madera. Desde donde estoy se pueden contemplar unas preciosas vistas.

—Keith.—me dice Annie.—¿Vamos?

Asiento con la cabeza.

—Pero no mucho rato.—le advierto.—Le prometí a Noah que daríamos un paseo a caballo.

Se me queda mirando con una amplia sonrisa y nos dirigimos juntas al lago.

Keith KimberlinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora