Capítulo 2

14 1 0
                                    

El lago Dreugan es inmenso. Como ya he dicho anteriormente, en invierno se congela. Formando una gruesa y resistente capa de hielo, dejando así que los habitantes de Akesia patinen en el. En primavera el hielo se derrite, y el lago posee aguas limpias y cristalinas. En este mismo sitio se casaron nuestros padres, otra razón por la que nuestra madre no viene. Demasiados recuerdos.
En cambio, nosotras nos lo tomamos como algo bueno que recordar, sentimos que el espíritu de nuestro padre está junto a este lago.
Aún recuerdo cuando él me regaló mis primeros patines, y me enseño a patinar. Y yo admiraba como mi madre y Annie patinaban juntas. Para mi eran las reinas del lago. Pero esos son recuerdos que mi madre prefiere no recordar. Así que no solemos hablar sobre ello en casa. Pero Annie y yo siempre pensamos en ello cuando venimos aquí.
Hay mucha gente. Familias enteras vienen aquí. Pequeños y grandes se divierten. Los más pequeños aprenden a patinar. Y los mayores se ponen a hacer saltos y piruetas, pues llevan años de práctica. Mi hermana es una experta, en cambio yo soy una torpe.
Es... simplemente mágico.
Nos sentamos en una roca para ponernos los patines. Son simples, echos de madera. La cuchilla es de metal, reluciente y afilada.
Una vez puestos, las dos nos levantamos y nos ponemos a patinar.
Annie se luce y atrae muchas miradas, sobre todo de chicos.
Ella es hermosa. Con su cabellera rubia hasta las costillas, que siempre recoge en una trenza. Con sus relucientes ojos azules y su blanca piel de porcelana. Annie siempre está sonriendo. Siempre. El mundo es cruel, pero ella lo afronta todo siempre con una enorme positividad. La admiro mucho. Muchos chicos han sido los que se han acercado a ella. En cambio Annie solo tiene ojos para Patrick, su novio. En cuanto a mi... soy pelirroja. Es una cosa que suele gustar a la gente de Akesia. En cambio, en otros sitios no agrada tanto. Mi melena es bastante abundante y rizada, me llega hasta el pecho. Siempre la llevo suelta. Por lo demás... no suelo sorprender mucho a la gente.
Me limíto a patinar rodeando el inmenso lago. Es lo único que se hacer.
Entonces, le veo. Esas sonrojadas mejillas, ese cabello castaño a la longitud de la nuca; el cual siempre lleva alborotado y esa inconfundible sonrisa.

—Hola.—me dice Noah sonrojado.
—Hola.—le digo intentando lucir mi mejor sonrisa.
—¿Que tal lo llevas?—me pregunta.
—Como siempre. Con lo torpe que soy no sería capaz de dar ni una sola pirueta.—le digo.

Se ríe

—Intentalo.—me dice.—Yo te sujeto.
—Vale...—le digo no muy convencida.

Noah me toma de las manos y me empieza a dar vueltas. Cada vez que giro noto que mis pies pierden un poco el equilibrio, ya que obviamente el hielo resbala. Más o menos le voy pillando el tranquillo, pero me mareo y caigo. Noah me coge a un par de centímetros del suelo.

—Por poco.—me dice.—¿Estás bien?
—Si.—le digo un poco sonrojada.

Miro a mi alrededor y algunas personas me están mirando. Me sonrojo más. 
—¿Nos vamos?—me dice como si me hubiera leído la mente.
—Si.—le digo tapandome un poco la cara con las manos.
—Tengo una sorpresa para ti.—me dice sonriendome.
—¿Ah si? ¿Qué es?—le pregunto.
—Sorpresa.—me dice frotando su puño contra mi cabeza cariñosamente.
Vamos al establo de su familia, el cual está al lado de su casa. Dentro están Fúria y Trueno. Trueno es su caballo y Fúria es la yegua de su hermana. La otra yegua no la había visto nunca antes.

—Aquí tienes a tu sorpresa.—me dice con aires señoriales.
—No....—le digo incrédula.
—Si.—me dice sonriendome.—Toda tuya.
—¡Muchas gracias!—le digo dandole un abrazo.

Contemplo a la yegua, a MI yegua. Es blanca, su pelaje brilla y parece estar muy sana. Me encanta.

—Y bien... ¿Cómo la vas a llamar?
—No sé, ¿Sorpresa?—digo bromeando.
—Sorpresa, me gusta.—dice riendose.—Tu Sorpresa.

Me mira dulcemente.

—"Misorpresa".—digo yo.

Y así bautizamos a la yegua, Misorpresa.

Keith KimberlinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora