capitulo 1

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Andrea , por favor, no entres ahí -le pidió temblorosamente Glenys Mecer a su hija.- Tu padre está con... una visita importante.
Andrea soltó el pomo de la puerta del despacho principal y se volvió para mirar a su madre.
-¿Quién es?
Su madre pareció envejecer a ojos vista ante la mirada azul y transparente de andrea .
-Me parece que tu padre preferiría que no te lo dijera -Glenys se retorció las manos-. Ya sabes cómo son estas cosas.
Efectivamente, andrea lo sabía. Se acercó a su madre y sus pasos ligeros resonaron en el inmenso vestíbulo, lo cual le recordó el vacío de aquel caserón desde la muerte de su hermano.
Desde que Austin murió, hacía diez años, parecía como si la casa estuviera abatida, como el resto de la familia. Cada ventana, esquina o habitación sombría evocaba a un joven que había perdido la vida muy pronto, incluso los crujidos de la escalera parecían lamentar esa pérdida.
-¿Qué pasa, mamá? -preguntó andrea con una voz más apagada.
Glenys no pudo aguantar la mirada de su hija y la bajó para distraerse con la barandilla tallada.
-Mamá...
-andrea , por favor, no me atosigues, mis nervios no lo aguantarían... andrea contuvo un suspiro. También conocía bien los nervios de su madre.
Oyó un ruido detrás de ella y se dio la vuelta para ver a su padre que salía del despacho. Estaba pálido.
-andrea ... me pareció oírte entrar -él se pasó el pañuelo por la despejada frente. -¿Te pasa algo?
Andrea fue a acercarse a su padre, pero se paró en seco al ver una figura alta que aparecía en la puerta. Andrea se quedó paralizada al ver a samuel Kaproulias, el enemigo declarado de su hermano. Intentó decir algo, pero no pudo. Le temblaban las piernas y tenía el pulso muy acelerado. Era más alto de lo que ella recordaba, pero diez años era mucho tiempo. Los ojos marrones parecían más oscuros y las cejas rectas le daban aire de arrogancia. Lo miró inmediatamente a la boca, como hacía siempre desde que ella le hizo una cicatriz en el labio superior. Seguía allí.
-Hola, andrea .
La voz grave y aterciopelada la sacó de su ensimismamiento y se encontró con la mirada irresistible de él.
Andrea se aclaró la garganta, pero la voz le salió ronca y vacilante. Hola... samuel ...
Owen Mercer se guardó el pañuelo en el bolsillo y se dirigió a su hija.
-samuel quiere comentar algo contigo. Tu madre y yo estaremos en la sala verde, por si nos necesitas...
Andrea frunció el ceño y observó a sus padres que salían del vestíbulo como si alguna amenaza pendiera sobre sus cabezas. En las palabras de su padre había una advertencia velada, como si temiera que aquel
hombre pudiera hacerle algo mientras estaba a solas con ella. Andrea se volvió para mirar a samuel con una expresión de recelo. -¿Qué te trae por Mercyfields, samuel ?
Samuel sujetó la puerta del despacho e hizo un gesto con la cabeza para que ella entrara. El silencio de samuel la desasosegaba, pero ella no estaba dispuesta a demostrarlo. Andrea pasó con un gesto inexpresivo e intentando no fijarse en el traje hecho a medida ni en el especiado aroma de su colonia.
Andrea pensó que el hijo bastardo de la sirvienta de Mercyfields se había labrado una próspera carrera profesional. Ya no quedaba rastro del larguirucho niño, parecía un hombre acostumbrado a salirse con la suya y que no aceptaba ordenes de nadie.
Ella atravesó la inmensa alfombra persa y se sentó en la butaca que había junto al ventanal que daba al lago. Cruzó las piernas y se miró la punta del zapato para mantener la compostura. Sabía que él estaba observándola. Notaba la presión de su mirada en todo el cuerpo, como si estuviera tocándola. Estaba acostumbrada a las miradas masculinas, pero cuando la miraba samuel Kaproulias era como si la desvistiera y quedara expuesta a aquellos ojos marrones.
Andrea se dejó caer contra el respaldo y lo miró con frialdad. El aguantó la mirada sin decir nada. Ella sabía que era una especie de prueba para ver quién apartaba antes la mirada.samuel posó los ojos en la boca de ella y andrea sintió una necesidad casi irresistible de pasarse la lengua por los labios, pero se contuvo con toda su alma. El esfuerzo para parecer inalterada era tan grande que empezó a notar cierto dolor de cabeza y su resquemor hacia él aumentó otro grado.
Ella no aguantó más. Se levantó precipitadamente y se cruzó de brazos.
-Muy bien. Podemos ahorrarnos los prolegómenos y pasar directamente al motivo de tu visita.
El siguió mirándola durante un instante.
-Me pareció que era el momento de visitar a la familia Mercer.
-No entiendo el motivo. Ya no estás en la lista de amigos de la familia.
Él apretó los labios y ella recordó que aquel gesto era su versión de una sonrisa. -Ya me lo imaginaba.
Ella apartó la mirada de la cicatriz. Le sorprendía que todavía le afectara después de tanto tiempo. El parecía en forma, como si hiciera mucho ejercicio, y estaba de verano. Ella, en contraste, parecía lechosa, a pesar del calor que había hecho.
-¿Qué tal está tu madre? -se sintió obligada a pre guntarle. -Murió.andrea parpadeó ante su franqueza. -Lo... siento... No lo sabía... -Claro -los ojos de samuel brillaron con cinismo-, supongo que el fallecimiento de una sirvienta de toda la vida no es tema de conversación en la mesa de los Mercer.
La amargura de las palabras escoció a andrea . Ella detestaba tener que reconocerlo, pero él tenía razón. Sus padres nunca hablarían de un sirviente como de una persona normal. Ella se había criado en ese ambiente, pero al hacerse mayor se había alejado de ese esnobismo trasnochado. Aunque no pensaba permitir que él lo supiera. Prefería que siguiera pensando que
era la heredera mimada de los Mercer. Lo miró por encima del hombro y volvió a sentarse ceremoniosamente en la butaca.
-¿Y bien...? -andrea se miró las uñas antes de mirarlo a los ojos-. ¿A qué te dedicas, samuel ? Supongo que no habrás seguido los pasos de tu madre y no limpiarás lo que otros han ensuciado...
Andrea supo que había parecido tan insustancial como él la había considerado siempre.
-Supones bien -samuel se reclinó sobre la mesa del despacho con la misma indolencia que ella había asociado siempre con su padre-. Se podría decir que estoy en el mundo naviero.
-Qué griego... -comentó ella con un sarcasmo evidente.
-Soy un ciudadano tan australiano como tú -samuel la miró retadoramente-. No he estado nunca en Grecia ni hablo griego.
-¿Cómo puedes estar seguro de tu ascendencia? -le preguntó ella-. Creía que no sabías quién era tu padre...
Fue un golpe muy bajo y ella no se sintió orgullosa, pero la actitud de él la había exacerbado. Notó que él contenía su ira.
-Compruebo que sigues igual de impertinente -replicó samuel . Andrea tenía la mirada clavada en los insondables ojos de él. -Lo soy cuando me obligan.
-Esperemos que apechugues con las consecuencias si te sientes obligada a serlo en un futuro próximo.
Andrea no pudo evitar fruncir levemente el ceño ante semejante declaración.

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