En Mercyfields ni hablar —ella evitó mirarlo a los ojos—. Tengo que estar cerca de mi trabajo en la ciudad.
—No tendrás que trabajar cuando seas mi mujer, al menos en lo que haces. —Claro que voy a trabajar —ella frunció el ceñoAdoro mi trabajo. —No me importa que trabajes si llevas la casa según mis criterios. —¿Qué has dicho? —ella se quedó boquiabierta.
—Quiero que seas una esposa como Dios manda —él esbozó una leve sonrisa de satisfacción Mantendrás la casa limpia y ordenada y cocinarás cuando no cenemos fuera.
Ella no podía creerse lo que estaba oyendo. —¿Quieres que haga las labores de la casa? —Naturalmente...
—Yo no hago las labores de la casa —afirmó ella categóricamente. —Todas las esposas las hacen. —No en este siglo.
—Naturalmente, no espero que lo hagas todo... al menos, no más de lo que tu familia exigía a mi madre...
Ella empezó a atar cabos y no le gustaba. Samuel quería desquitarse de la forma en que su familia había tratado a su madre, pero ella no recordaba haber hablado con aquella mujer durante todo el tiempo que ella vivió en una de las casas del servicio al fondo de la finca. Sophia Kaproulias había sido una trabajadora silenciosa y diligente, pero a andrea le enseñaron a no tratar con el servicio y menos cuando corrió el rumor de que Sophia había tenido un desliz con alguien de la finca.
Además, ella pasaba casi todo el año en un internado y durante las vacaciones que pasaba en Mercyfields procuraba evitar a Sophia para no encontrarse consamuel , que siempre le había parecido bastante hosco. Intentó no acordarse de la vez que tuvo un contacto más íntimo con él...
—Estás enfermo —ella se puso en jarras con los puños cerrados. —Al contrario, estoy pletórico de salud y en plena forma.
Ella evitó mirar el cuerpo musculoso que tenía delante. Podía percibir la fuerza de su cuerpo e imaginarse cada músculo que rozaba la perfección gracias al gimnasio. Ella metió tripa y le lanzó una mirada furiosa. —Crees que lo tienes todo bien atado, ¿verdad? Don Nadie prospera y se consigue una esposa como trofeo. Pues te equivocas conmigo porque yo no voy a ser la esclava de nadie en ninguna habitación de la casa.
Samuel captó el resplandor de desprecio en los ojos de ella y no pudo evitar imaginarse lo apasionada que sería en la cama. Su cuerpo se puso en tensión y se preguntó cuántos hombres la habrían poseído antes.
—No necesito una esclava, necesito una esposa.
—A mí me parece que no necesitas una esposa, creo que necesitas un psicólogo.
El se rió, y ese sonido, profundo y lleno de matices, la dejó sin habla. Se quedó plantada en medio de la enorme escalera y mirándolo a los ojos mientras el reloj daba las horas.
—Tengo que volver a la ciudad —dijo él, lo que la sacó del ensimismamiento—. Me pondré en contacto contigo en el piso de la ciudad para tenerte informada.
Ella lo observó mientras se dirigía hacia la puerta de la casa de los Mercer como si fuera suya. Sintió un vacío en el estómago al caer en la cuenta de que, efectivamente, era suya, entre otras cosas...
Andrea esperó hasta que el ruido de las ruedas de su coche sobre la gravilla se había desvanecido. En poco más de una hora, él la había trastornado. ¿Cómo iba a pasar largos ratos en su presencia? Por no decir nada de casarse con él... Para ella, casarse era un anatema. ¿Qué sería casarse con alguien a quien odiaba? ¿Qué había hecho su padre para llevarlos a esa situación? Si su madre había estado al tanto, ¿por qué no había hecho nada para avisarla?
Estaba demasiado desasosegada para seguir en la casa, pero, por algún motivo extraño, tampoco quería salir por donde había salido samuel . Se dio la vuelta y salió al jardín por una de las puertas traseras.
La brisa de la tarde movía las ramas de los sauces que rodeaban el lago y le ofrecían un sosiego al que ella no podía resistirse. Cruzó el césped inmaculadamente cortado y se dirigió hacia la sombra de los sauces en la parte más alejada del lago. Allí hacía mucho más fresco. Se sentó en una roca, se quitó los zapatos y metió los pies en el agua mientras observaba las ramas que acariciaban la agitada superficie del agua.
Hacía años que no iba a ese rincón oscuro y escondido. Ni siquiera los jardineros llegaban tan lejos.
Aspiró el aroma a tierra mojada y sus pensamientos empezaron a agitarse, como el agua entre sus pies...
Fue una de esas tardes de calor insoportable tan famosas en Nueva Gales del Sur. El olor a humo de eucalipto flotaba en al aire sofocante y las nubes adquirían un tono negro y amenazador. Ella había ido al lago para bañarse lejos de la mirada de los demás. Tenía diecisiete años y sabía muy bien que había engor
dado durante el último trimestre. Una lesión en la rodilla, los nervios por los exámenes y la sustanciosa dieta que ordenó madame Celeste se habían ensañado con su esbelta figura.
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verdades y mentiras
RomanceAños atrás, ell era una muchacha rica y él, el hijo de la sirvienta... ahora las cosas habían cambiado. Samuel Kaproulias había regresado convertido en un hombre rico y poderoso con la intención de vengarse de andrea Mercer y de su familia por habe...