-Capítulo 1. Rutina.

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 Su rutina era siempre igual. Despertaba a las 12:30 del mediodía, almorzaba, se cambiaba, iba al colegio, donde tenía que sufrir viéndolo a su ex, Emiliano. "Para él es fácil, él siempre felíz, al fin que yo soy la estúpida que se creyó sus mentiras y terminó sufriendo" siempre pensaba cuando le veía. Llegaba del colegio e iba a alguna actividad, casi siempre deporte, que la mantenga distrída de sus pensamientos. Cuando llegaba a su casa cenaba, pasaba rato con sus padres, una pareja que ya llevaban veinticinco años juntos, eran todo para Katia, lo único, pero mucho que le quedaba, de las pocas razones por las que insistía en seguir fingiendo estar bien, por lo que no  apretaba más la cuchilla y terminaba con todo.

 Al final que se pegaba una buena ducha y se "iba a dormir"; o eso  pensaban sus padres. Lo que ella hacía en realidad era poner música que la distraiga de sus pensamientos, aunque era en vano, al final se cansaba y comenzaba a leer o escribir, para ella era una especia de terapia; tomaba algunas fotografías, amaba hacerlo. Éstas actividades no le llevaba mucho tiempo, al final sus pensamientos ganaban la partido la atormentaban.

 Parada frente al espejo comenzaba a señalar sus propios defectos, se insultaba a ella misma en su mente, aunque en algo tenía razón: Se vería mucho  mejor si tuviera una verdadera sonrisa en su rostro.

-No debería culparlo, es obvio que no me elegiría, soy horrible, la personalidad no basta, y menos cuando se trata de un chico cómo el, hermoso, con muchas posibilidades, con varias chicas; fui una estúpida de tan sólo pensar que lograría que se fije en mí.- Se decía a sí misma, apenada, después de todo, aunque no le guste admitirlo, estaba muy lastimada y tenía el autoestima por el suelo. -Y es que si me pagaran por tarada, ganaría más que el propio Bill Gates. Ni siquiera yo me quiero, así no puedo pretender que la gente me quiera. Es lógico, ni siquiera yo me banco, no culpo a los demás. - Se decía a sí misma, torturándose con sus propias palabras. Las lágrimas comenzaron a aparecer en sus oscuros ojos. -No llores, imbécil. ¿Es que no sabes otra cosa que mariconear? ¡Debilucha! - Le gritaba a su reflejo.

 Abrió el cajón dónde siempre guarda la ropa de invierno, la revolvió, y entre ellas sacó un sacapuntas. Con una traba para el cabello, le sacó el tornillo, desprendió la pequeña cuchilla. En una caja, tenía guardados muchos algodones, de los cuales sacó unos pocos, al mismo tiempo que sacaba el alcohol; comenzó a empapar el algodón de éste, luego, tomó la cuchilla y lo pasaba por el algodón. Se sentó en la esquina de su cama, bajó sus pantalones, tiró la cabeza hacia atrás, apollándola en la pared, mientras recapacitaba. Posiblemente esas cicatrices no se irán en mucho tiempo, faltaba poco para el verano, sus piernas estarían horribles, llevaba meses tratando de dejarlo, pero ya no soportaba, le gustaba oler la sangre, le gustaba verla brotar, la tranquilizaba. Se decidió, tomó con fuerza la cuchilla, la apoyó en su pierna, estaba a punto de hacerlo, cuando escuchó unas risas cerca de su ventana: Había olvidado cerrarla y sus vecinos estaban jugando ahí. Se levantó, la cerró con fuerza y le puso traba. Sus vecinos eran unos pendejos chusmas, en poco tiempo también se ocuparía de ellos.

  Volvió a lo que estaba, tomó otra vez la filosa cuchilla, sin pensarlo, la clavó en sus piernas y formó líneas, largas líneas, de las cuales comenzaron a brotar sangre; tomó los algodones y los pasaba, quedaban teñidos de rojo.

 Luego de un largo rato, la sangre paró, ella subió sus pantalones y se acostó. Otra vez lo había echo, demostrado su cobardía, demostrando que era incapaz de controlarse ella misma. Todas las noches se proponía dejarlo, pero fallaba.

 Finalmente, leía, escuchaba múisica o escribía, a veces repasaba las tareas del colegio, aunque siempre decís: "Mañana las haré", cosa que nunca cumplía. Llegaba la mejor parte: Dormir; cuando lo hacía, su tristeza se iba, era feliz.

 Siempre soñaba con él, soñaba hermosos momentos que habían pasado, también soñaba una vida perfecta con él, pasaban de ser sueños tiernos a sueños cursis; aunque ella detestara lo cursi, daría lo que fuera porque se hicieran realidad, tenerle, al menos una hora más, era lo único que pedía, ya que nunca logró despedirse bien simplemente dejaron de hablar e hicieron como si nada hubiera pasado.

 Lo bueno dura poco. Así es como ella se despertaba, hundida en su tristeza, al saber que fue un sueño, un puto sueño que se alejaba demasiado de la realidad. Todavía recordaba cuando ella le contaba a él lo que soñaba y él siempre le prometía que algún día se harían realidad. Promesas, putas promesas, siempre prometía y al fin que no las cumplió.

 Llegaba el momento de levantarse, otra vez a comenzar con la detestable rutina.

El precio de lastimar.Where stories live. Discover now