Prólogo

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Ha llegado el momento, lo sé. Se respiran brizas llenas de esperanza. Pero hay una pregunta que me ha invadido desde aquel día que llegó a la ciudad de los gnomos por primera vez. Entregarle la misión de buscarlos a alguien tan joven. Buscar algo, de lo cual, alguna vez se negó su existencia. Muchos los olvidaron, otros simplemente lo ignoraban. Pero la biblioteca celestial del Todo, guarda el registro de cada hoja que cae al suelo, y yo soy de los pocos que tengo acceso a parte de ella.

Todo comenzó desde aquella rebelión en Nibiru, nuestro planeta. Antes de Marduk, inclusive mucho antes de Ea y Elil. En los tiempos de Anshar y Kishar, cuando su tiranía había puesto en contra a las razas y los dioses; la raza más fuerte, pero también las más pequeña, así es la justicia del Todo.

Aun así, siendo minoría, los dioses eran la raza dominante, la raza que reinaba a los anunnakis. Pero La guerra se volvió interminable, y los gritos, aclamando justicia, se escuchaban en cada rincón de Nibiru.

Los grises, conocidos hoy día por ser los creadores de los humanos, habitaban en el Eden; una pequeña villa en nuestro mundo. También eran conocidos por su gran sabiduría y su habilidad para forjar las armas más poderosas; sin hacer ascos, claro, a las armas forjadas por los gnomos.

Pero las armas de los grises eran especiales, distintas, todo guerrero quería una de ellas, sobre todo unas en especial. Los nueve elementos que crearon los grises en busca de la igualdad de las razas, un elemento para cada una. Los líderes de cada raza escogieron a su máximo héroe, su mejor luchador o más inteligente. Ya que solo un anunnaki con un remi lo suficientemente fuerte sería capaz de controlar el poder del elemento.

Se acercaron uno a uno al Eden, para luego regresar a su hogar como amos de su elemento otorgado. Los tauros; mi raza; fueron recompensados con la rapidez. Tendríamos al guerrero más rápido de Nibiru. A los gnomos le otorgaron el poder del alcance, la baja estatura de su héroe ya no sería un obstáculo. El héroe de los olil recibió el poder de sanar a su pueblo, ocasionando que se llenara de odio contra las demás razas, no entendió nunca el gran poder que se le otorgó. Los reptilianos recibieron el poder de la sabiduría lo que llevó a un pueblo que vivía escondido bajo tierra, a construir sus propias murallas. Al héroe de los elfos, su propio rey, se le otorgó el poder de controlar el elemental que fluye, mientras que los draconianos obtuvieron el poder de controlar el elemental que se acrecienta. A los tyladin se les otorgó la variedad infinita, lo que despertó el celo de los presentes. El héroe de los nefilim, la raza olvidada, se llevó con orgullo el guardián que traslada. Fue la última vez que se vio a uno de ellos lejos de sus montañas. Y los grises se quedaron para sí, el poder del invencible. Para que la sabiduría prevaleciera por siempre.

Pero ni la máxima sabiduría alejo el error de sus caminos. Los grises cometieron el error de crear armas tan poderosas. La avaricia por poseerlas se extendió por todo Nibiru, por todas las razas, en especial en los dioses. A quienes se les negó su posesión desde el principio.

La guerra nunca terminó, y los amos originales de los elementos fueron asesinados, y los siguientes dueños obtuvieron el mismo destino, y los siguientes, y los siguientes... Los elementos pasaron de mano en mano, de raza en raza, hasta que la ubicación de cada uno se perdió en la historia, concluyendo con el olvido de la existencia de estos. Se convirtieron en solo una leyenda, muchos aseguraban que nunca existieron mientras otros creían en ellos como si de mártires se tratasen. Canciones, bailes y cuentos se inventaron en su honor. Incluso, su verdadera historia, el verdadero propósito de su invención, fue olvidado.

En los tiempos de Uruk, la guerra entre razas por la conquista de Nibiru se hacía cada vez más devastadora, y para los dioses era cada vez más difícil mantener el reinado. Uruk no aguantó la presión y huyó hacia las blancas montañas, donde se cree, fue devorado por los nefilims. Ea, su hijo mayor, tomó posesión del poder en contra de la voluntad de Elil, su hermano. Las batallas internas entre dioses ahora iban en aumento, mientras Ea se amañaba al poder, Elil reunía a sus seguidores y los preparaba para una futura guerra.

Ea sabía que debía preparar a su heredero para las batallas a por venir, y obsesionó a su joven hijo Marduk con el poder de los elementos. Muchos dicen que jamás los encontró, que no se podía encontrar lo que nunca existió. Pero quienes lo vimos batallar contra Assur; el draconiano que lideró la rebelión; sabíamos que el rey Marduk había tenido éxito en su búsqueda. Los dioses eran poderosos, pero Marduk era invencible. Si no logró reunirlos todos, seguro si reunió la mayoría de ellos. Era más rápido, más ágil, fuerte y resistente. No recibía rasguño alguno de parte de ningún enemigo. Los elementales, inclusive hasta las bestias, se doblegaban ante él.

Al término de la última batalla desterró de Nibiru a los draconianos, famosos por su eterna rebeldía hacia los dioses, considerándose siempre superiores. Los igigi; que fueron creados para proteger al famoso planeta llamado Tierra, de cualquier daño externo; eran unos poderosos demonios que ahora se habían convertidos en enemigos de los anunnaki, ellos también querían el poder y la posesión del planeta que juraron proteger. Lo que llevó a Marduk a enclaustrar a los que pudo mientras otros huyeron al oír la caída de sus compañeros. Hasta que triunfalmente logró poner fin a la guerra entre razas, y la paz reinó en Nibiru por primera vez de lo que cualquier anunnaki viviente pudiera recordar.

Pero Marduk enfermó, su remi; la energía espiritual de los anunnakis; se empezó a debilitar lo que ocasionó que los elementos dejaran de funcionar para él. Kinón, hijo de Elil aprovechó la oportunidad para derrotarlo y apoderarse del reinado de Nibiru. El sueño de su padre, y el suyo propio se había cumplido al fin.

Marduk y sus seguidores fueron desterrados al planeta azul, territorio que los anunnakis teníamos tiempo de haber habitado, pero ahora viviríamos escondidos de los humanos, la raza creada por los dioses para suplantar el trabajo que los igigis abandonaron. Y aunque muchos los buscaron, el rastro de los elementos se había perdido nuevamente.

Aquí estamos, noventa y ocho años después de la incautación, solo dieciocho años desde su desaparición, aun obedeciendo sus órdenes. Enviando a su joven heredero a una misión que hasta los grandes guerreros temerían. No dejo de hacerme aquella pregunta desde su partida. Han pasado muchos días y aún ignoramos su paradero y el de sus acompañantes. Denarión está actuando a escondidas, lo sé; puedo notar su desesperación desde el regreso del Támesis a Mernok. Pero el sueño del todo no debe ser interrumpido. Esa pregunta, estoy seguro de que se me repetirá en mis pensamientos hasta el día que lo vea regresar. Pero Marduk era sabio, debemos confiar en él y sus decisiones. Solo de esa manera encontraré la respuesta a mi tormenta.

¿Hicimos lo correcto?...

El Hijo de Marduk - El Mapa de Vomón ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora