Últimos segundos

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Volviendo a esta camilla, señorita enfermera. Quisiera decirle al pequeño de diez años que será un astronauta; al joven de veinte, que piense de nuevo sin ser ingenuo; al de treinta que deje de embriagarse hasta perder la consciencia y le preste atención a sus hijos; al de cuarenta, que ame a su mujer; al de cincuenta, que deje de pensar en dinero; al de sesenta, que valore a sus nietos; al de setenta, que valore sus piernas; al de ochenta, que sonría más seguido y al de noventa, que no deje de hacerlo.

Soy un escéptico.

Soy un crédulo.

Soy un risueño que suele estar serio.

Soy una ayuda, que causa problemas.

Soy un veneno con una mala etiqueta.

Si en un millón de años encuentran la cura a todos los males y lo que parecía perdido se comienza a recuperar, será por mi causa, ¡claro que sí! Bendita sea la mortalidad.

Si en un millón de años un día fuera un año y un año un segundo, entonces me perdonaría a mi mismo el arte de malgastar suspiros.

Señorita enfermera, no vaya tras la felicidad, que ella nunca se deja alcanzar, mejor dedíquese a realizarse con lo que ama, a valorar lo que tiene y a esperar nada a cambio, le aseguro que la felicidad llega por adorno.

Señorita enfermera, he llegado a mi fin, ¿podría decirle al pequeño de diez años que se esfuerce para llegar a la luna?

El viejo cierra sus ojos y la señorita enfermera llora al saber que el pequeño de diez años es una metáfora.

PensandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora