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Escucho el sonido de las llaves en la cerradura. Estoy en completa oscuridad y me quedé dormida en el sofá.

¡Puta madre!

El dolor de cuello me está matando ya. La puerta se abre tan despacio como poco y al cerrarse, los pasos son casi inaudibles.
Prendo la lámpara de pie que tengo a mi lado, me siento como si fuera esas películas donde la pareja espera al otro para que entre y largarle todo el bardo*.

-¿Dónde estuviste? - indago con voz fría. Está tan sorprendido como yo de que estemos en esta situación.

-Eh... Salí con los chicos a tomar algo... - revolea los ojos y estira los brazos mientras bosteza. Sí, deben ser las tres o cuatro de la madrugada.

-¿Tu iPod? ¿Lo encotraste? - siento que soy el policia y él, el acusado. Palpa frenético los bolsillos de su jeans y tiene expresión de pensar.

¡Ni siquiera se dignó a buscarlo!

-Lo debo haber olvidado de nuevo en lo de mi mamá - susurra regresando a la puerta y cuando le tiro con un pesado almohadón a la cabeza, me mira.
Extiendo una mano y se lleva una sorpresa al ver que tengo su pertenencia.

-Espero que no me estés mintiendo, Samuel.

***

No veo las horas de salir de la Facultad. Tengo un terrible aburrimiento ya que Camila no vino y James, mi otro amigo, tampoco. Es decir, ese chico casi nunca pisa una baldosa de este lugar pero tiene uno de los mejores promedios, nunca supe cómo hace eso.

Acomodo mis cuadernos y todas las cosas que llevo en un pequeño bolso y salgo prácticamente corriendo de ahí. Sé que hoy tenía algo importante qué hacer...

¡El vestido! ¿Acaso iré a mi propia boda sin un buen vestido? Ya estoy de la cabeza.

Vuelvo a casa con rapidez, tiro mi bolso en el suelo y... ¿Escucho ronquidos? Camino hasta la habitación y lo encuentro a Samuel durmiendo plácidamente hecho un bollo de sábanas en la cama.

-Samuel - agito con la poca fuerza que poseo el colchón - ¡Samuel!

-Mmm - ni siquiera abre los ojos. Me da la espalda y sigue durmiendo.

-Levantate, carajo - ahora grito desesperada y lo empujó fuera de la cama. Su reacción es tardía y se frota donde se golpeó.

-¿Qué queres? - gira en el suelo y se pone de pie de un salto. Me besa la frente y muerde la punta de mi nariz redondeada.

-¡Tengo que ir a ver el vestido! - exclamo y hago un gesto con las manos, como si fuera lo más obvio del mundo.

-No me acordaba, amor - se rasca la barba - ¿vas a ir con mamá y la tía a elegirlo?

-Sí, entre mujeres, Sam - contesto rodando los ojos. Termina de vestirse y salimos en el auto a la casa de sus padres, a buscar a los demás.

***

-¿Color blanco, verdad señorita? - pongo cara de horror cuando la mujer del local hace la pregunta.

-No... No tengo un color en específico pero no lo quiero blanco - confieso sin darle demasiada importancia. Es un dato irrelevante ese.

-¿¡Cómo no vas a llevar el vestido en blanco!? - casi grita la tía. Abre tanto los ojos como si fueran dos platos y se tapa la boca con una mano.

Pongo cara sin expresión alguna y no le presto atención. La mujer que me atendió, me entrega un vestido verde agua y entro al cambiador.

-No - es la décima maldita prenda que me pongo a la que Aymara se niega. No es que me importe su opinión pero que esté constantemente diciendo que no, ya me está sacando la paciencia. Mi suegra, se limita a asentir y dar puntos como si me hace ver más alta o con muy pocas tetas.

Dulce engañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora