Hay muchos detalles que no recordé para esta crónica, así que si mis compañeros pueden ayudarme, prometo mencionarlos en los créditos cuando se haga la película.
Cursábamos el primer grado. Turno matutino del ciclo 96-97, los viernes a la cuarta hora que nos tocaba Educación Física con la maestra Graciela. (Quien también portaba el pants azul pitufo)
Es la única profesora a la que no recuerdo haber escuchado bromear de ninguna forma, ni de cerca ni de lejos con algún alumno al menos de mi grupo...o en caso de que lo haya hecho, su voz ronca y grave me confundía.
Tampoco recuerdo que nos haya llamado por nuestros nombres o apellidos, a excepción del pase de lista.
Pero tengo gratas memorias de sus clases.
Como cuando dibujamos las pirámides que formaríamos en equipos con nuestros cuerpos...o hicimos el intento de dibujarlas o de formarlas con el intento que aun eran nuestros adolescentes y adolecidos cuerpos.
Uno sobre otro, los mas gordos/altos hasta abajo, las más delgadas/chaparritas hasta arriba..."no me pises ahí, agarrame bien, me estas enterrando las rodillas"
Las clases dedicadas a enseñarnos el arte de escoltar la bandera; a dar vueltas de carro, hacer el arco, un split, un squad y ver como los los hombres se resignaban a no tener descendencia después de eso.
Las clases cuando por la contingencia ambiental no podíamos salir al patio o salíamos únicamente a mirarnos las caras porque no estaba recomendado realizar actividades físicas. (Al fin que ni queríamos).
Y una de las primeras clases del ciclo, que dedicábamos a medir nuestro peso y estatura. Cosa que me hace recordar que no crecí desde segundo de secundaria. Del peso, mejor ni hablamos.
La verdad es que nunca fui buena para los deportes, ni para las clases de educación física pero siempre hice mi mayor esfuerzo y nunca puse de pretexto la visita del mes para no tomar la clase. (No se hagan, algunas lo ponían de justificante cada 15 días) Pero agradezco que tuvimos muy buenos maestros que preferían "creerte" lo de la visita, antes que tenerte con mala actitud mientras corríamos al rededor del patio hasta que sintieras que se te salía el corazón.
Pero un viernes nublado, la clase se llevaría a cabo en el patio. No me acuerdo que patio. Si el principal o la cancha de basket/volley.
No me acuerdo cuanto tiempo pasó, si hicimos el calentamiento o no, si caminamos o corrimos, no recuerdo cual o de parte de quien fue el motivo que lo causó, pero de repente, la maestra estaba enojadísima y nos ordenó regresar al salón.
Con mucho volumen en su gravísima voz, nos ordenó estar callados y sentados.
Yo me sentaba en la segunda fila del escritorio a la puerta, segunda banca de adelante hacia atrás y el único pensamiento que tenía era evitar parpadear, para que la maestra no pensara que me estaba durmiendo.
Fue un silencio profundo. Como de primer día de clases de nuevo ingreso aun en cambio de hora.
El resto de la sesión la maestra nos regañó a todos y sigo sin saber (o sin acordarme) que hice para merecerlo.
Su cabello chino tenía en las puntas serpientes y sus ojos verdes podían convertirte en piedra si los mirabas fijamente. (Bueno, por poquito)
Al final de todo el regaño y de la hora, tomó un pedazo de gis que estaba en el marco del pizarrón. Un pedacito como de 1.5 cms. Y mostrándolo a todos tomándolo con el pulgar y el indice de su mano izquierda (recordemos que es zurda) nos dijo: "de este tamaño tienen el cerebro... Y este gis, por lo menos sirve"
Arrojó el gis al suelo con mucha fuerza y lo pisó para reducirlo a polvito.
(De eso si me acuerdo re bien y hasta me dieron ganas de llorar tanto como para poner de justificante la visita)
Ese regaño y la comparación con el gis, siguen siendo tema de conversación en nuestros reencuentros, casí teniendo el mismo nivel de repeticiones que la pelea legendaria entre Monica y Rebeca.
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