10 años
Sol y Fátima no dejaban de fastidiarme. De un día para otro les había entrado en la cabeza la odiosa idea del primer beso. Era repugnante, yo seguía creyendo que eso era sólo un método para traspasarse babas.
Fátima nos había confesado que un chico de la escuela le pidió un beso y que ella se lo había dado. A la semana llegó Sol diciendo que consiguió que un niño la besara. Y ahora esperaban mi turno.
Mis labios estaban sellados, no besaría a nadie. No estaba dispuesta a correr ese riesgo, podría contagiarme alguna enfermedad, besarse era muy peligroso.
—Vamos, no tiene nada de malo. Es la mejor sensación del mundo, son como miles de mariposas en tu estómago… —argumentó Fátima mientras comíamos helado en la terraza de mi casa.
—Y además te tiemblan las rodillas… es tan romántico —siguió Sol y ambas suspiraron a la vez. Yo resoplé y me llevé una gran cucharada de helado a la boca.
—No, gracias. Paso. Y aunque quisiera, jamás lograría que alguien me besara, soy Jenna la descerebrada, Jenna la torpe, Jenna la inútil… —podría seguir nombrando los apodos que me ponían mis compañeros, pero no quería amargarme la tarde recordando lo cruel que podían ser los niños. Lily me decía que no les prestara atención, que nuestro padre era el jefe del de ellos y que si me apetecía podía hacer lo que quisiera. Lily se estaba transformando en una chica malvada con el correr de los años.
—Bueno, entonces con un niño que no vaya a nuestra escuela —me dijo Fátima y algo se encendió en su mirada. Noté que Sol estaba con el mismo rostro cómplice, se miraron y sonrieron.
—Y que esté cerca, que te conozca y que se muera por ti. ¿Se te ocurre alguien Fati? —preguntó Sol. Me estaban asustando, sonreían de una manera amenazadora.
—Sea quién sea, no lo haré. Sólo tengo diez años, quiero vivir mi infancia sin enredos amorosos.
—¡Jenna, es normal! —exclamó Fátima. Que testarudas eran mis amigas.
—¡No lo haré! —les grité—. No besaré a nadie.
—Bien, si esa es tu decisión —Sol se cruzó de brazos y miró de soslayo a Fátima, quien hizo lo mismo y se pusieron de pie—. No beses a nadie, no te podemos obligar. Pero… nunca mencionaste algo sobre si un niño te besara.
—¡No, no, no, no! —les espeté.
Las eché de mi casa y les dije con seriedad que me hablaran cuando pensaran racionalmente.
A la mañana siguiente, me encontré en el desayuno con Harry. Desde que se cambió de escuela se había vuelto más esquivo. Intenté hablarle y decirle que haría sufrir a Sandy, pero él parecía estar en otro mundo, así que desistí y en semanas las cosas quedaron como antes.
Saludé a Ellen, que me preparaba un tazón con cereales y pan tostadas, y le dediqué una fría mirada a Harry como unos buenos días. Sin embargo, a diferencia de los otros días, él no se levantó de su silla y dejó su comida a medio terminar, sino que se quedó allí con la mirada perdida observando su cuchara.
—Jenna, quiero hablar contigo —me dijo de repente. Ellen nos miró y sonrió.
—Le llevaré el desayuno a tu madre, Jenna —tomó una bandeja con una taza de café y unos pastelitos de fresas y salió, dejándonos solos.
—¿Qué quieres?
Él se acomodó en su silla y presencié algo que nunca esperé por parte de él: inseguridad.
Abrí la boca como tonta, Harry el niño listo de todos los tiempos estaba nervioso. No pude evitar reírme.
—¿De qué te ríes? —me preguntó.