El sol invernal me molestaba, habían corrido las cortinas de mi habitación y eso logró despertarme. Hacia tanto frío que ni la luz me convenció para salir de mi cama, estaba cómoda entre las tibias sábanas y la esponjosa almohada que madre me había comprado la semana pasada.
Era una paz, una tranquilidad amortiguadora.
Hasta que Holly entró corriendo y se puso a saltar sobre mi cama.
—¡Es el día, es el día! —gritaba. Se tiró encima de mí y me destapó. Busqué las mantas con mi mano, pero las había apartado hasta dejarlas al borde de la cama. Genial, ahora debía levantarme.
—¿De qué estás hablando, enana? —le pregunté irritada. Los ojos verdes de Holly brillaban de excitación, algo la tenía muy emocionada. Algo que yo no podía recordar.
—¡Es el día! —repitió. La agarre del pelo y la tiré al suelo. Se quejó un buen rato hasta que al fin se quedó callada.
—Ahora que estás calmada y no estás aplastándome, me dirás de qué día estás hablando.
—¡Es el cumpleaños de Harry! —exclamó.
Claro, era el cumpleaños de Rizos. Lo había olvidado por completo. O al menos eso intenté.
—¿Y por eso me despiertas? —le gruñí. Holly ya tenía catorce años y aún seguía siendo bastante infantil. Anne cuidaba de ella como si fuera su hija, como Gemma se había marchado hace ya algunos años a Londres para estudiar, consolaba su tristeza en velar por la felicidad de Holly. De cierta manera eso me gustaba, ni Anne ni Holly sufrían, se tenían la una a la otra cuando más se necesitaban.
—Sí, es que ya es un adulto. ¡Ahora es un hombre! —gritó otra vez. Iba a dejarme sorda antes de que yo cumpliera los 18.
—¿Y qué se supone que yo era antes? —ambas miramos hacia la puerta, donde Harry se apoyaba en el umbral con los brazos cruzados sobre su pecho. Iba en pijama al igual que Holly, tenía el cabello despeinado y se notaba de lejos que recién había despertado.
—Eras un hada —le dediqué una sonrisa burlona y él me devolvió una mirada asesina. Tuve una larga discusión con él después de que me regalara a Nana, le expliqué que todos esos años creía que el hada de las galletas me las dejaba frente a mi puerta cada vez que me sentía mal. Le dije que era un acto muy dulce de su parte, pero que no lo hiciera más hasta que se me pasara el enfado por lo de Sparks, que si quería mi perdón unas simples galletas no bastarían. No rechistó y me hizo caso, como todas las cosas que le pedí después de ese día.
—Lo importante es que ahora soy un hombre…
—Y mi chofer —agregué rápidamente. Holly estalló en carcajadas.
Cuando Harry fue a dar su examen para conducir, se puso tan nervioso que terminó por atropellar a las ancianas de maniquí que colocaban en la pista, pinchó un neumático y vivió su primer choque en el que destrozó toda la parte delantera del auto. Seguía siendo el mismo desastre como conductor que a los quince años.
El coche que mi padre le regaló para sus 16 seguiría estacionado en el porche una temporada más.
—Al menos tengo coche —me dijo. Entró a mi habitación y se sentó sobre la cama—. Y un pijama decente.
Observé mi pijama, un pantalón y una camiseta con dibujos de vacas. Por las noches hacía frío y en las tiendas no vendían nada más normal que esto. Era mejor que el pijama de Barbie.
—Pero yo tengo carnet —duro golpe para Styles. Pude ver como se le distorsionaba la sonrisa socarrona que se había formado en su rostro—. Ahora, Holly largo de mi cuarto…tú, Rizos, quédate.