Rutina

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Eventualmente, la relación deja de ser novedad. Esa urgencia de besarse apasionadamente, de tener sexo en todos lados, de no poder sacarse las manos de encima... eso se apaga y no porque uno se aburre, sino porque se sacia.

Se da espacio a la rutina: se ven un par de veces al mes y hablan por teléfono el resto del mismo; se encuentran un fin de semana y ya no salen a comer. Los besos apasionados pasan poco y se acortan, y pueden pasar ese mismo mes tranquilamente sin tener sexo, antes se dormían abrazados y ahora de espaldas al otro.

Cervezas mediante, Luciano le había dicho que no hay nada más triste en la relación que la rutina. Martín se le había reído en la cara.

Porque lo que son ahora le gusta mucho más.

Al comienzo había más urgencia, pero también había más tensión. Esa culpa constante de lo que eran y lo que estaban haciendo que trataban de ahogar de forma temporal entre orgasmos. Ese miedo punzante de cagarla y arruinarlo todo, esa rabia de no saber separar sus decisiones como países de sus sentimientos humanos, de malinterpretar las cosas, de pelearse.

Martín no quiere volver a eso.

Le gusta extrañar a Daniel y quererlo mucho, mucho, cuando se encuentran. Salir a comer se vuelve perdida de tiempo y dinero, después de pasar tanto tiempo comprando comida en el laburo, Martín prefiere mil veces la comida casera, y prefiere cocinarla con Daniel mientras suenan tangos viejos en la radio. Prefiere los asados de familia a las citas, donde se les une también Sebastián y se mima con él, que siempre le hizo bien.

Se siente más maduro todo, se aprendieron a separar las cosas de lo que son, lo que representan y lo que sienten. Le hace bien la tranquilidad de Daniel, así como a Daniel le hace bien el dinamismo de Martín. Le gusta sentir su espalda pegada a la suya y dormir así, le da seguridad.

Esos besos apasionados se hicieron piquitos inocentes. Muchos piquitos, por cualquier cosa. De saludo por las mañanas, mientras cocinan, mientras limpian la casa, cuando hacen compras en el super, cuando pasean a los perros los domingos de tarde; cuando hablan y justo dicen la misma palabra al mismo tiempo, eso es piquito y se toca madera. Cuando se miran a los ojos de coincidencia y se leen un poco, Daniel se acerca y entrecierra los ojos y le besa, Martín cierra los ojos completamente y le corresponde, y se separan rápido con una sonrisa satisfecha y algo pícara. Ya no hay presión de que cada beso sea una explosión de fuegos artificiales, solo tienen que haber besos.

Y está el piquito ese. Ese piquito. Que empieza con un beso en la mejilla, que se desliza a besos por la quijada y el cuello y finalmente, salta a la boca, rapidito y tentador. Martín le mira a los ojos a Daniel, y los ve un poco nublados, pero los lee perfectamente por como combinan con esa sonrisa que conoce demasiado bien. Se toman de la mano y se van al cuarto, sin prisas, se quitan la ropa y se van a la cama entre risas y besos. Hacen el amor lento, disfrutando cada segundo como bocado del postre más rico que existe.

Luego se levantan a hacer sánwiches porque mucho dulce empalaga y mucho ejercicio da hambre.

Y están bien. Está todo bien.

Pero Martín no explica lo que siente, se ríe nomás. Luciano le mira con pena, y le paga otra cerveza. El bar pone música triste por alguna razón, quizá eso incentiva también la lástima del brasileño. Martín le palmea la espalda un poco, porque Luciano no entiende todavía.

Pero es su amigo y le desea igual que algún día, Luciano tenga la misma suerte que él tiene ahora.

Un par de manos se posan sobre los hombros del argentino y presionan en un masaje suave que Martín conoce demasiado bien. Se voltea a mirarle justo cuando Daniel se agacha a su lado.

-Hola- se saludan a unísono, como si fuera que no llegaron juntos a ese bar y solo se habían separado por una hora para compartir mesas con sus respectivos amigos.

Se escuchan, sus voces suenan al mismo tiempo y se sonríen con picardía. Ambos estiran una mano para golpear suavemente la mesa de madera y acercan sus rostros uno al otro en un piquito rápido, antes que Daniel se levante y regrese a su mesa.

Luciano les mira y solo ahí, entiende un poquito. Se arrepintió de pagarle la cerveza a Martín. 

De paraguas y maradonasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora