En el que Dani se revienta un ojo

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Daniel se sentó en el retrete cerrado, sin remera, una mano presionando contra su ojo herido. Martín, desnudo, mojado y re caliente, seguía puteándole en chino.

Bueno, fue la culpa de Daniel: porque abrir la cortina y gritarle a tu primo como niña en película de terror para que el rubio se cague encima no es una forma muy linda de sorprender a tu pareja en el baño. Y la piña contra su ojo que le salió al argentino de más pura inercia se lo constataba.-¿Podés parar de una puta vez? ¡Me tenés las bolas llenas!- Seguía Martín- te juro que si me volvés a hacer algo así te re rompo el or–... che, - el rubio se detuvo cuando al fin notó que Daniel no alzaba la cabeza, ni le contestaba.- ¿Te lastimé mal?-

Daniel rió un poco dentro de su dolor, pero no dijo nada.

Martín se había encogido y tenía los brazos cruzados porque hacía fresco, y se agachó para verle la cara.- ¿Dani?-

-Too quirlo- siseó el paraguayo, sobándose el ojo, aún sin alzar la cabeza- no te vayas a preocupar-

Martín apretó sus labios juntos, hasta que estos perdiesen color ante la presión de su quijada.- Dejáme te reviso-

-Nah, estoy bien-

-Pará Dani- el rubio le toma del brazo y trata alejar la mano del rostro de Daniel- quiero ver-

En el momento que logra estirar la mano del paraguayo lejos de su cara, el moreno se voltea y le estampa un beso en la boca. -Estoy bien, nde.- ríe él, incorporándose y levantando a Martín consigo, al tomarle de las mejillas- con un poco de agua se me pasa-

Martín le mira el ojo hinchado y suspira, rendido, antes de besarle. Su lengua acaricia el labio de Daniel, quien abre la boca y lo recibe con un gemidito, succionándola hasta que se encuentra con la suya y estas se hacen el amor.

Con los ojos cerrados, sus brazos rodean la cintura del menor, para luego empezar a bajarle los pantalones, que Daniel con ganas se los termina de sacar con los pies. Daniel le muerde el labio inferior y hunde sus manos en el cabello rubio de él, y ambos ríen boca contra boca, cuando Martín le aprieta las nalgas y lo empuja para sí, guiándolo hasta dentro de la ducha, y buscando ciegamente la canilla para abrirla de nuevo.

De paraguas y maradonasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora