¿Recuerdan que les dije que si me sobraban páginas, contaría una anécdota fuera de los cuentos? Pues bien, aquí está: tendría yo unos cinco años, no mucho más. Iba con mis padres por la calle hacia casa, creo recordar que veníamos de jugar en el parque. Ambos me tenían cogido de la mano, uno en cada una. Cuando, de repente, unas voces desagradables se escucharon desde la otra acera.
—¡Maricones! —gritó uno con una sonrisa torcida. Clavé mi vista en él, sin comprender del todo qué pasaba y por qué había gritado aquello. Su aspecto tampoco ayudaba.
—No les hagas caso, vámonos —le dijo papá Christian a papá David en voz baja, agarrando mi mano con firmeza.
—¡Devolved al niño! ¡Seguro que lo robasteis! ¡Maricones! —volvió a exclamar uno del grupo. Me empecé a asustar, sin comprender lo que decían pero no gustándome cómo lo decían, odiaba los gritos. Además, David también empezó a alterarse. El único que permaneció impasible fue Christian.
—¡Dais asco! —gritó el que empezó todo, luego pareció decirles algo a sus compañeros.
Entonces, yo ya empezando a llorar por lo que le estaban diciendo a mis padres, y ellos intentando alejarse de aquel grupo que nos seguía a una distancia considerable, empezó lo peor. Encontraron un par de bolsas de basura cerca del basurero, las abrieron y empezaron a tirarnos su contenido. Papá Christian reaccionó con rapidez, cogiéndome en brazos y protegiéndome contra su pecho. Yo comencé a llorar con más fuerza, alarmando a mis padres.
—Chris... —le llamó David, dudando sobre qué hacer, mirándolo con sus ojos verdes llenos de preocupación, dudas y miedo.
—Llévatelo, yo voy a llamar a la policía. Tranquilízate, amor —le respondió intentando protegerse de la basura, y procurando que yo escuchase los insultos lo menos posible. David le hizo caso, cogiéndome rápidamente y abrazándome con fuerza, susurrando que todo estaba bien, que no tuviese miedo, acariciando mi cabeza con una mano un poco temblorosa. Vi que Christian cogía el móvil y marcaba un número, haciendo señas para que nos fuésemos.
—Nos vemos en casa, ten cuidado —dijo con una sonrisa antes de que nos fuésemos.
Yo aún no paraba de llorar, diciendo que quería que papá Christian volviese, todavía confundido. David me decía que papá iba a volver mientras me mecía entre sus brazos sin parar de andar. Una vez llegamos a casa, conseguí calmarme un poco. También nos dimos un baño, ya que olíamos a basura a pesar de que a mí no me llegase a dar casi nada.
—¿Por qué esos chicos hicieron eso? —pregunté con tristeza mientras papá David me lavaba la cabeza con cuidado.
—Hay personas que no entienden ciertas cosas. Y, en vez de intentar entenderlo, quieren eliminarlo —explicó limpiando mi rostro de las nuevas lágrimas que habían empezado a caer.
—Tenía miedo... —susurré haciendo pucheros con mis labios.
—Lo sé, cielo. Pero nosotros nunca dejaríamos que esa gente te hiciese nada. Papá va a volver dentro de poco, ya verás —me animó a la vez que me sacaba de la bañera y me envolvía con una toalla, dándome un beso en la frente con cariño.
Mi padre y yo pasamos un par de horas angustiantes, preocupados por Christian, mientras que él intentaba distraerme con algo: poniendo la televisión, jugando con mis juguetes conmigo... Aunque, al final, llegó mi otro padre a casa con su sonrisa cálida de siempre. Al escuchar la puerta de la entrada abrirse, fuimos corriendo hasta ella, abrazándole con fuerza.
—Bueno, bueno, yo también me alegro de veros —rio devolviéndonos el abrazo —. Voy a ducharme y ahora vamos al sofá, ¿os parece?
Una vez hizo aquello, les escuché hablar mientras que jugaba con mis coches de juguete. Decía que la policía llegó rápidamente y el grupo huyó. Mi padre fue a poner una denuncia por lo sucedido, explicando la situación.
No entendía la gran preocupación de David por Christian ante aquello, y tampoco la impasibilidad de este al actuar en esa situación. Hoy en día ya lo entiendo. Hace unos años me enteré de que a él le maltrató la gente de su alrededor al enterarse de su orientación sexual, no era la primera vez que escuchaba esa clase de insultos hacia su persona. Llegó a pasar demasiados años destrozado internamente...¿Pero saben qué? Él, a pesar de toda esa gente, consiguió salir adelante, conoció el amor, y tuvo un hijo.
Admiro muchísimo a mis padres. Por todo. Por educarme y ayudarme, por haber superado las adversidades de la vida, por seguir sonriendo y siendo felices a pesar de todo. Realmente son personas que si no fuese por ellas, el mundo sería un poco más triste, un poco más apagado.
Dije que el mundo, a veces, es demasiado cruel con las buenas personas. Pero también acaba dándole a cada uno lo que se merece.
Fin

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Recuerdos de mi infancia #TuFamiliaCuenta2016
KurzgeschichtenLa familia no se elige, eso ya lo sabemos todos. Y el deber de ella es cuidarte y protegerte. Da igual si eres hijo único o tienes cinco hermanos, si solo tienes una mamá o un papá, si tienes dos mamás o... dos papás, como era mi caso. Da igual las...