"¿Por qué los demás quieren hacerme daño?"
Aquella fue mi última pregunta, la última que tendría por respuesta uno de esos cuentos que tanto me gustaban. Tenía dieciséis años, y estaba pasando por una época difícil para mí. Me había enamorado, y había sido traicionado. Había ido a llorarles a mis supuestos amigos, pero estaban "demasiado ocupados" para escucharme. En aquel tiempo me sentí con el mundo en contra. Hoy en día ya no le veo tanta importancia, pero realmente lo pasé mal por aquellos días.
Llevaba unos días alicaído, casi haciendo las cosas sin ganas algunas. Por supuesto, mis padres acabaron notándolo, pero yo los evitaba. Esas tonterías de adolescente de no querer mostrarte débil ante tus padres fueron las que provocaron que al final le hiciese esa pregunta cuando creí tocar fondo, intentando no echarme a llorar, no teniendo demasiados buenos resultados.
—Ven aquí, cielo —respondió papá David abriendo sus brazos delante de mí, ofreciéndome un refugio en el cual poder descansar. Me acerqué a él y le abracé con fuerza, sintiendo el beso que posó sobre mi cabeza mientras me mecía ligeramente.
Papá Christian no se encontraba en aquel momento en casa, ya que aún estaba en el trabajo. Por lo que esta vez, David tuvo que lidiar solo conmigo, sin la sonrisa de mi otro padre para consolarme del todo.
Seguí aferrado a mi padre por largo rato, y él, viéndolo venir, se sentó sobre la cama de matrimonio de su habitación, en donde nos encontrábamos. No quise separarme todavía, aquel era el primer contacto de consuelo que había recibido desde que me empecé a sentir así. Así que, teniendo sus brazos alrededor de mis hombros, apoyé mi cabeza sobre su hombro.
—¿Por qué? —volví a preguntar sin moverme de mi sitio. Sentí a mi padre respirar profundamente antes de que empezase a hablar.
—Hora de una historia... ¿no crees? —habló con suavidad, pasando su mano por mi brazo repetidas veces con cariño —. Érase una vez... un hermoso pájaro. Él vivía junto a sus compañeros, pero su plumaje era el que más destacaba por sus colores tan preciosos. Tenía una variedad inmensa, además de que cada tono poseía un brillo especial. Algunos lo confundían con una joya voladora. Con frecuencia, iban todos a beber a una fuente de una ciudad. Las personas que pasaban por allí lo veían junto a sus compañeros, los cuales también eran hermosos. Pero él era el que más destacaba. Un día, un padre fue con su hijo hasta aquella fuente, y este le pidió que escogiese a uno. Era obvio que elegiría a nuestro querido pajarito, el cual no pudo escapar a tiempo de las manos del padre, siendo herido por ser privado de su libertad. Las cosas más bonitas son las primeras que sufren, ya que los demás desean la belleza que desprenden sus coloridas plumas. Pero, hijo, el tener esa belleza, aparte de nacer con ella, hay que mantenerla; porque una vez fue encerrado el pájaro, fue perdiendo su plumaje poco a poco, solo porque se dejó dañar en vez de buscar una salida y volver a volar con libertad.
—¿Y cómo lo hago para que no me puedan herir de esa forma? —susurré acurrucándome junto a mi padre, convirtiéndome de nuevo en un niño.
—Busca una salida, una vez lo hayas conseguido, extiende tus alas y vuela. Ya comprobarás que había otros como tú y que volarán contigo —respondió sin dejar de acariciarme la cabeza con ese cariño que solo puede darte un padre.
—¡Llegué! —Se escuchó a papá Christian desde la entrada.
Ambos nos levantamos y fuimos a recibirle, dándole la bienvenida. David se acercó a él y, viendo su sonrisa siempre cálida, le dio un pequeño beso en los labios. Ver aquello me hizo sonreír, deseando que algún día pudiese encontrar a una persona que me quiera y pueda querer como ellos lo hacen.
—¿Ocurre algo? Os veo raros —comentó él observando los ojos verdes de su marido con algo de preocupación.
—No pasa nada, solo nos alegramos de verte —respondí ampliando mi sonrisa, dándole un abrazo, sorprendiéndole.
—Ya veo... —susurró mirando a David. Pude ver de reojo que este le hacía un par de señas para decir que ya le contaría luego, pensando que no podía verles —. Entonces, ¿alguien se anima a ver una película en el salón? Hay una que me apetece ver.
—Si no te duermes, puedes elegirla —rio mi otro padre después de separarme de Christian.
—Perdona, amor. Pero el que siempre se duerme eres tú. Te estás haciendo viejo –le respondió al pique alzando un dedo con aire burlón.
—Cuidado con lo que dices, cariño, a ver si al final acabas pasando la noche en el sofá —sonrió ampliamente David, haciendo que soltase una carcajada por la cara que puso papá Christian ante su respuesta.
—Bueno, bueno... ¿vamos ya? —interrumpí yendo hacia el salón, pudiendo ver que ambos se miraban con complicidad ante mi subida de ánimo.
A partir de aquel día, me esforcé por buscar aquella salida de la que me habló mi padre. Y aunque al principio no la vi, después de un tiempo buscando conseguí encontrarla, volviendo a hacer amistades, las cuales todavía duran algunas. También me volví a enamorar, como es lógico, pero eso ya es otra historia.
Papás, si estáis leyendo esto, deseo que sea estando vosotros acurrucados en el sofá que tanto nos gustaba a los tres, que recordéis aquellos cuentos que me contasteis y que aún me sirven después de tantos años.
Espero que os haya gustado este último cuento y que pueda serviros para volar de nuevo.

ESTÁS LEYENDO
Recuerdos de mi infancia #TuFamiliaCuenta2016
Cerita PendekLa familia no se elige, eso ya lo sabemos todos. Y el deber de ella es cuidarte y protegerte. Da igual si eres hijo único o tienes cinco hermanos, si solo tienes una mamá o un papá, si tienes dos mamás o... dos papás, como era mi caso. Da igual las...