Phoenix

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Enarqué las cejas. ¿Cómo se le podía ocurrir responder por mí? No, claro que no. Definitivamente ir no era una opción.

—Estás loco.

—Yo creo que es un buen plan. Así podrás evitar que me abalance sobre sus pechos ¿verdad?— nunca creí que un sarcasmo podría irritarme tanto.

—No me interesa. Después de todo puedes hacer lo que quieras— repliqué.

—Exacto. Y eso incluye entonces obligarte a ir conmigo.

— ¡No decidas sobre mí! — pero ignoró mi queja completamente. ¡Qué fastidio!

Stella reclinó un poco su asiento para apoyar sus piernas sobre el banco sin siquiera recordar o preocuparse que usaba falda, aunque la maldita suertuda sabía cómo evitar mostrar sus bragas a todo momento. Podría ser una muchacha femenina a simple vista, pero no. Que su apariencia de perfecto maquillaje no los engañe. Dylan corrió los pies de ella para sentarse cruzándose de brazos sin despegar una mirada cargada de recelo, vaya a saber el porqué, aun no lo descifro, sobre Daniel. Pero él ni siquiera se inmutó, quitó su abrigo siendo casual y lo lanzó sobre su asiento.

—Bien, ¿irás sola o paso por tu casa?—ofreció Daniel.

—No iré— repetí. Francamente, aunque hayamos intercambiado palabras por al menos una hora y un encuentro casual dentro de una joyería, sentía estar hablando con una pared— tal vez se trate de una trampa para avergonzarme o algo parecido. Créeme. No es normal que Sam me haya incluido en su bonita fiesta.

Él suspiró.

—La joyería queda cerca, no tengo problema en buscarte— allí va de nuevo. Acostumbraba a que un gran porcentaje de las personas pasaran de mí, pero esto era el colmo— Oh...podemos ir todos juntos, ¿qué opinas, Phoenix?

Abrí la boca para quejarme nuevamente, pero mis labios articularon silenciosos un "oh" quedito, dejando que mi boca mostrara la vocal apenas perceptible. Los tres lo observamos estupefactos. Bien, Daniel, ¿cuánto más planeas confundirme?

— ¿Phoenix?

— ¿No te gusta?

—En realidad...— pensante, torcí los labios— sí, pero ¿Por qué Fénix en inglés? Suena bonito, lo admito pero...—.

—Oh, perfecto. Lo diré, tenlo por seguro. Te diré cuando estemos en esa fiesta superficial que tanto miedo le tienes.

— ¡Tratas de engatusarme! — grité llevando una mano hacia mi pecho como si sus palabras hubiesen atravesado mi corazón.

—Por supuesto que no. Que tú seas curiosa no debería ser mi culpa.

— ¡De hecho! Lo es.

—Si yo te doy un bonito y simpático apodo no es para captar tu atención. Que te dejes llevar es únicamente tu culpa.

—Me fastidias...—.

La puerta se abrió de golpe. Sam la atravesó con su rostro levemente elevado, batiendo pestañas sin razón aparente, señalando la superioridad absurda que sentía ante todos nosotros, considerados unos simples gusanos sin tener la menor oportunidad de estar a su altura. Tomó el marcador de pizarra y comenzó a escribir con aquella letra prolija y redonda. Observación inútil: su caligrafía era perfecta, lo admito. Pero ella era tan delgada que me encantaría poder decir algún comentario estúpido y sarcástico con respecto a lo "relleno" que podía ser su escritura. Algo como "¿cómo es posible que escribas tan gorda?". Y dile adiós a mi dignidad.

Lágrimas de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora