Carta número 4. Costillas frías.

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"Escondida detrás de la puerta comencé a ver una luz, una luz que cegaba mis pupilas. Comenzó entonces a iluminarse cada vez más el pasillo, y el chirrido del portón acompañaba al sudor frío que recorría mi espalda. Empecé a temblar y se me llenaron los ojos de lágrimas. Con absoluta delicadeza, cerré la puerta de mi habitación completamente y me metí debajo de la cama. El portón que antes se abría despacio, como queriendo pasar desapercibido, ahora se cerraba con un gran golpe, dejando toda la casa en silencio, y el pasillo a oscuras. Notaba cómo se iban enfriando mis costillas en el suelo. Unos pasos lentos, avanzaban por el pasillo. No recordaba que fuera tan largo. Los pasos cada vez se acercaban más y más a mi puerta, y mi respiración cada vez era más agitada. Tal era mi atención, que podía escuchar el choque de mis lágrimas contra el suelo. Pude escuchar el pomo de mi puerta girar, y yo me tapé la boca con la mano, para que mi respiración no delatara mi escondite. El pomo no podía girar más y fue entonces cuando la puerta se fue abriendo de nuevo poco a poco. Entraba una débil luz, de procedencia desconocida, y la verdad... no me puse a pensar de dónde podría venir. Una figura, delgada, con piernas largas y huesudas, se quedó en el marco de la puerta sin llegar a entrar en la habitación. Pasados unos segundos que se me hicieron eternos, entró. Puso la mano en el pomo y cerró de nuevo con un gran golpe, haciendo que yo sollozara. Mis ojos estaban como órbitas. Dejé de temblar. Las lágrimas pararon. Mis costillas ya estaban frías, y mi mano seguía apretando mi cara. La figura se había perdido en la oscuridad, pero, sabía que estaba en la habitación conmigo. Pude oír una pequeña risa. Se acercó lentamente a mi cama, y noté que se estaba poniendo de cuclillas. Pero nuevamente, de una manera lenta y tenebrosa, hacía que el corazón me fuera a mil. La sangre circulaba por mis sienes haciendo que la cabeza me doliese. Fue entonces cuando esta figura, sacó un mechero de algún bolsillo, y lo encendió. La habitación quedó levemente iluminada por una llamarada pequeña y sutil. Bajó el mechero hasta el suelo. Pude ver sus piernas en cuclillas. De pronto se apagó el mechero. Lo tiró al suelo. Metió su brazo debajo de la cama a la velocidad de la luz y me agarró una pierna. Empecé a chillar. Me sacó de debajo de la cama y me situó frente a su cara. Volví a llorar e intentaba decir algo pero sólo podía tartamudear. Sonrió. Sé que estaba oscuro, sé que nada se podía ver, pero sé perfectamente que empezó a sonreír. Dijo lo siguiente; "Pobre niña, ¿estás asustada? -volvió a reírse- Yo también lo estaría..."

Toda la casa estaba iluminada por un color rojizo. Había mucho humo en la habitación y me costaba respirar... Yo chillaba, y lloraba, pero un trapo me tapaba la boca y las cuerdas me hacían daño en las muñecas si me movía demasiado. La figura delgada, alta y huesuda, estaba delante de mí, viéndome sufrir. Se reía a carcajadas mientras el fuego se iba expandiendo por toda la casa. Empecé toser, me atragantaba con el trapo. Y la figura extraña se fue emborronando ante mis ojos. Ya no tenía fuerzas para mover las muñecas. Y, como diría mamá, hay que intentar ver las cosas buenas. Fue entonces cuando agradecí que mis costillas ya no estuvieran frías."

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