El ordinario mundo de Alicia

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Era una mañana de Junio, y el otoño se hacía sentir, recostada en el pasto mi vista abarcaba las copas algo rojizas, algo anaranjadas, de los árboles y el abierto cielo, ni una nube a la vista. La brisa era casi inexistente por lo que el Sol, ya sin fuerzas, se hacía sentir. Una pequeña nube solitaria surcó el cielo y, alzando los brazos, comencé a acariciarla, moldeándola hasta formar un lindo y esponjoso conejo blanco. Luego abrí los ojos, el cielo estaba completamente gris y la lluvia caía demasiado fuerte, golpeándome la cara. Me senté y al instante mis piernas se llenaron de barro acuoso, supuse que estaba escondido entre el pasto esperando a que me enderezara para subirse y así llevármelo a casa.

-Me encantaría llevarte pero a Mirana le gusta la ropa blanca-

Traté de sacármelo pero no hizo caso, tendré que llevarlo a casa.

Aún faltaban unos metros para llegar pero su delicada silueta y su dulce voz la delataron. Hay algo en su forma de caminar, de mover las manos, hasta la forma en que agarra las cosas... no sé como explicarlo pero nunca lo vi en otra persona, todo es suave como algodón o delicado como la seda. Así es ella, demasiado blanca para un lugar así.

-Alicia ¡estás empapada! Vamos, entra antes de que te enfermes-

Subí los escalones de madera pero frené antes de llegar a abrir la puerta, volteé esperando la típica sonrisa de "todo esta bien" y la profunda tristeza en sus ojos que siempre trata de esconder cuando hago algo mal, allí estaba. Trató de disimularlo con un "No hay problema, luego limpiaré" pero a mí no me engaña. El blanco la hace feliz.

La casa apestaba a humedad como siempre, no hay forma de ocultarla cuando llueve 5 días a la semana, todos los años. La única parte de la casa diferente es la habitación de Iracebeth, cuyo olor es aún peor; sumado a la humedad está el repulsivo perfume que siempre usa, lo que convierte su pieza en el lugar menos habitable sobre la Tierra. De todas formas, hay algo increíblemente interesante sobre su habitación y es la inmensa cantidad de pequeños frascos apilados en estanterías que llenan las paredes, cada mañana salgo de mi pieza y mientras ella usa el baño los observo a través de la cerradura; menos mal que las cerraduras no hablan, sino estaría en grandes problemas.

Luego de pasar junto a la, comúnmente, cerrada puerta de Iracebeth me apresuré a llegar a mi pieza y ponerme ropa seca. Una vez con el camisón puesto y el pelo seco corrí las sábanas para meterme en la cama. De repente escuché un leve golpeteo en la ventana frente a mí, dejé las sabanas donde estaban y me acerqué lentamente a ella, corrí despacio la cortina y me encontré con un gato muy peludo golpeando el vidrio con una pata, sin pensarlo dos veces abrí la ventana y el gato saltó al interior. En los 10 segundos que cerré el vidrio y acomodé la cortina el gato ya se había subido a mi cama y me miraba fijamente moviendo la cola, nunca había visto otro igual; tenía rayas grises y negras, parecía gordo pero solo era el pelaje porque al tocarlo la mano se hundía alisándole el pelo y mostrando su verdadera figura; pero sobretodo, lo más llamativo eran sus enormes y profundos ojos azules, jamás pensé que un gato pudiera tener ojos tan penetrantes.

Me senté junto a él despacio con el presentimiento de que en cualquier momento iba a salir corriendo, pero fue todo lo contrario, se acomodó con confianza en mi regazo y, mientras lo acariciaba, ronroneaba plácidamente.

-Tengo que ponerte un nombre- dije suavemente para que no se asustara -¿Qué te parece Cheshire?- Levantó unos segundos la cabeza fijando sus penetrantes ojos en los míos y... sé que suena una locura, pero juraría que ese gato me sonrió. Cuando me desperté al día siguiente el gato había desaparecido.

Como todos los días me levanté temprano y me dirigí al centro de la ciudad, lo cual viviendo en las afueras toma un tiempo. En fin, me levanté, me puse mi, ya desgastado por el uso, vestido celeste y bajé al comedor, donde Mirana me esperaba como todas las mañanas con un pequeño bizcochuelo blanco y una taza de leche caliente, la saludé y emprendí camino.

Hay varias cosas que me gustan, me gusta andar descalza por el pasto mojado, me gustan los días cálidos aunque sean muy pocos, me gusta ensuciar mi vestido con barro, me gusta pensar que todas las cosas tienen vida y que puedo hablar con ellas; a veces me acuesto en el pasto y converso con las margaritas... es una lástima que sean tan vergonzosas y no quieran responderme, después están las rosas, pero se ven tan presumidas que me da miedo hablarles. Siempre uso un reloj en mi muñeca, y cuando hay gente cerca lo observo por unos segundo y grito "¡Ya es tarde!" y salgo corriendo... aunque tengo todo el tiempo del mundo, me gusta pensar que debo apurarme porque alguien me espera para resolver asuntos importantes y no tengo suficiente tiempo. Me gusta ver las nubes e imaginar que son conejos blancos y esponjosos.

Para llegar a la ciudad tengo que atravesar el bosque Turgal , es el nombre que le puse para que sonara misterioso (me gusta inventarles nombres nuevos a las cosas); para no perderme tengo algunas referencias: carteles imaginarios, son divertidos porque solo yo se donde están, algunos son tramposos y señalan a lados donde no tengo que ir; por suerte absolem me guía, cada vez que tengo alguna duda la consulto con él, a veces es difícil entender lo que dice porque al ser una oruga habla de formas muy raras.

Una vez en la ciudad voy al mercado y compro los víveres cotidianos como pan, leche, huevos, etc. Buscar los alimentos siempre me lleva mucho tiempo porque a los gemelos les encanta cambiarlos de lugar y para que yo los encuentre me dan pistas y acertijos, que generalmente se contradicen, yo los llamo Tweedledum y Tweedledee, aunque son idénticos en el exterior son lo opuesto por dentro por eso siempre terminan peleándose y al fin y al cabo encuentro las cosas sola.

Una vez que emprendo el camino de regreso debo atravesar la avenida que en a esa hora se llena de gente, siempre andan vestidos con tantas plumas y telas muy coloridas o muy oscuras y con peinados altos y extravagantes que no parecen personas, sino más bien criaturas; son muy molestas, andan tan apuradas que me empujan y estorban el camino.

Luego de llegar a casa y almorzar vuelvo a salir y me siento en el pasto a tomar té, descalza por supuesto, con mi amigo el Sombrerero, está loco y es feliz festejando todos los día sin un motivo en especial. Siempre me reprocha que llego tarde para el té y que me apure porque se va a enfriar. A veces pienso que estoy loca y que perdí la cabeza, pero él siempre dice "y qué si estás loca, las mejores personas lo están".

Esta vez volví antes de que lloviera, es el peor horario para volver porque es cuando Iracebeth está en casa y sale al patio con sus amigas, les gusta jugar al críquet y admirar los incontables rosales del jardín. Ella es una persona muy iracunda y nada la enoja más que descubrir que una de sus flores es blanca, dice que prefiere el color rojo porque la hacen acordar a los corazones; y cuando me llama a gritos diciendo "¡Alicia, quiero mis rosas rojas!" siempre le respondo "Entonces pintalas de rojo". Odia a los conejos blancos, probablemente es por eso que nunca vi uno, tienen miedo de que les corte la cabeza.

Hoy fue un día tal y como los demás, es como si el tiempo no cambiara, el día se repite y se repite y se repite... si tan solo el tiempo se parara por un momento...

En fin le prometí al Sombrerero que iría a tomar el té con él, dijo que lo espere en el bosque que tenía una sorpresa.

¡Alicia hora del té!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora