Una bruma fantasmal lo cubría todo; hacía frío, y mi respiración tomaba la forma de un espeso vapor blanco que salía por mi boca. Estaba caminando entre las grutas del imponente Monte Corona; mientras caminaba, algunos Rattata corrían al verme. El peso de la Flauta Azur, aquel objeto que desprendía un aire místico parecía querer recordarme que seguía ahí, conmigo. La flauta estaba bellamente trabajada por manos ancestrales en lo que parecía ser adamas, el material de los cielos; según contaban las leyendas, abría las puertas del cielo. Probablemente sólo eran patrañas que inventaron los ancianos para contar y maravillar a los niños.
Caminaba en una amplia galería llena de grandes piedras y musgo que luchaba por sobrevivir en el ambiente hostil. Unas escaleras aparecieron frente a mí. La roca de las paredes ya no se veía tosca y maltratada por el tiempo, empezó a verse suave, sin protuberancia alguna que saliera de ella, como si hubiera sido trabajada por manos cuidadosas. Me acerqué a una pared y la toqué; la textura recordaba a la cerámica.
Al subir las escaleras, llegué al final de la galería, y el fondo de ésta era un callejón sin salida. En la pared del fondo había una enorme pintura rupestre; en ella, los seres del tiempo y del espacio estaban dibujados con trazos cuidadosos. Los seres parecían contemplar el cielo, donde una figura oscura los miraba fríamente. El omega del alfa... la nada.
La pintura emanaba un suave calor. Posé mi dedo sobre ella.
Flash.
Hacía menos frío que antes. Mi cuerpo se sentía extraño; un olor a rosas e incienso flotaba en el aire. Divisé a un hombre y a una mujer; ambos eran muy bellos, con piel morena, cabello negro como una noche estrellada, y ojos pardos. Sus rasgos afilados y su gran altura inspiraban admiración; hablaban en un idioma que nunca antes había oído. Estaba en la misma galería, parado donde debería de estar el pie de las escaleras, pero éstas ya no estaban.
Flash.
Las imágenes pasaban frente a mis ojos muy rápido; los hermanos trabajaban la tierra junto a sus pokémon, los cuales esperaban a que sus amos cavaran un tramo antes de usar sus llamas para darle la textura que sentí antes. Fueron moldeando los escalones con la roca que desprendían de las paredes y luego sus compañeros la fundían y le daban forma.
Flash.
Llegaron al final de la gruta, y al derribar la última piedra, un aire viciado con un olor a incienso los golpeó súbitamente.
Flash.
La visión se acabó. Estaba en la gruta de nuevo, solo. La Flauta Azur comenzó a emanar calor desde mi bolsillo, y el aire también se calentó; la flauta desprendía energía. Los colores de la pintura empezaron a brillar. El diamante del tiempo y la perla del espacio. La figura que parecía el Ser de la antimateria, se oscureció, parecía absorber la luz de sus hermanos. El ser se pulverizó; en realidad, toda la pintura comenzó a hacerse polvo, parecía una capa de polvo siendo soplada de un libro. Así, poco a poco fue deshaciéndose aquella bella pintura. Cuando sólo quedaba una fina capa de roca, ésta cayó toda al mismo tiempo, como si fuera sólo polvo que estaba flotando, sostenido por una fuerza invisible. El olor a incienso inundó mis fosas nasales. Mis ojos tardaron en adaptarse a la luz, pero después de unos instantes, logré ver una sala majestuosa. Todo era blanco. El suelo parecía ser de mármol puro. De éste se erguían dieciocho columnas gigantes en dos filas, con una en medio. Se veían desgastadas por los siglos. Estaban quebradas en la parte superior, pero no logré ver ningún trozo de mármol en el suelo, era como si una gran fuerza hubiera arrancado el techo que aquel templo alguna vez tuvo. El cielo era un vacío sin estrellas, negro como el carbón. Me estremecí por aquella vista.
Tomé la flauta. Estaba caliente, parecía palpitar en mi mano. Posé mis labios en ella, y el calor que emabana acarició mi cara. El aire salió lentamente de mis labios, y así un bello sonido hizo eco en el Pilar Lanza. La melodía no parecía venir de una, si no de varias aves a la vez, un bello canto que llenaba mis oídos, una melodía que armonizaba en el silencio del templo: llamas, el sonido de unas furiosas llamas; y viento, el soplo de un viento huracanado. Éstos sonidos se dejaban oír entre los acordes de la canción. Me invadió una gran sensación de paz y de felicidad.
De los pequeños agujeros de la flauta comenzó a emanar un extraño halo de luz; eran como cintas de luz las que salían del instrumento. Éstas comenzaron a envolverme poco a poco, hasta que me vi rodeado de un tornado de luz. La luz pareció materializarse, convirtiéndose en polvo dorado. De pronto, la flauta dejó de producir sonido alguno, y el polvo me cubrió por completo. El vórtice dorado estalló con un brillo precioso. Éste fue tal que me cegó por unos instantes, y lo que vi a continuación me dejó estupefacto.
El templo ahora estaba adornado con retazos de oro, hilos dorados recorrían el suelo, entrelazándose para formar el mismo dibujo de la pintura rupestre. Los pilares ahora estaban completos en sus puntas, adornados bellamente por patrones dorados. Dieciocho formas que se entretejían con los hilos de oro: un rayo, una hoja, una llama, un colmillo, una gota, una roca, una esfera, un diamante, estrellas, formas de lo que parecía ser un destello, una luna, una sonrisa de dientes afilados, una burbuja, un copo de nieve, una pluma, la tela de una araña, una balanza, y en medio, un pilar blanco, sin ningún dibujo en él. Parecían hechos por la más cuidadosa mano, labrados con el más puro oro en el más bello mármol. Un olor a incenso se sentía flotar en el limpio aire. Los pilares, a pesar de estar completos, no sostenían nada, como si estuvieran ahí para cargar el peso del cielo.
Los hilos de oro comenzaron a brillar cada vez más, su brillo entorpecía mi mirada, era como un sueño. La luz comenzó a difuminarse, la luz blanca se deshacía en pequeños arcoíris.
El oro que adornaba mi alrededor volvió a su forma de polvo. Empezó a desprenderse de todo y a flotar, y en el aire, fue cambiando lentamente de color. Frente a mí se formaron unas escaleras cubiertas del polvo, que ahora relucía plateado. Caminé lentamente hacia una, y al poner mi pie sobre una, el polvillo estalló en un destello. El polvo salió disparado, y en el aire, éste se evaporó, simplemente desapareciendo, dejando ver una bella pieza de adamas tan puro, que parecía que estaba parado en el aire. Ésto sucedió con todos los escalones, parecieron ser cien... no lo sé. Estaba hipnotizado con el espectáculo del material celestial.
Al llegar al final, una plataforma inmensa sostenida por los pilares se dejó ver. En su centro, el padre de todo se erguía majestuoso. Medía lo que parecían ser unos tres metros, era una figura digna de admirar. Una voz sonó en mi cabeza.
«He de concederte tu anhelo, mortal. Tu corazón me reveló qué deseas. El vínculo ahora existe, tu empeño lo hizo algo verdadero, debes aprender que mis hijos son tus iguales, tratalos con sabiduría.»
Dicho ésto, Él brilló y comencé a flotar. Todo se puso oscuro, pero antes de perder mi visión, vi que los arcos dorados que adornaban la diestra y la siniestra del Ser se tornaron rosados, y sus ojos emitieron un fugaz destello.
Me encontraba de nuevo frente a la pintura. Ya no hacía frío, un aire cálido me envolvía.
En el aire flotaba un ligerísimo y agradable olor a rosas.
Lo había logrado.
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Las Tres Virtudes
AventuraEnfoque maduro a una historia pokémon. Algunos elementos fueron extraídos de la historia de las ediciones Diamante y Perla, pero ésta es una historia original.