CAPÍTULO 04

276 14 0
                                    

Despertó de nuevo a la misma hora que los últimos treinta y un días. Caminó hacia el baño, se aseó y luego, de regreso al dormitorio, como aún era demasiado temprano, ocupó su solitario lugar en el sofá frente a la ventana. Ese lugar que había sido suyo hacía mucho tiempo.

Subió y dobló las piernas sobre el acolchado material y se arrebujó en una manta.

Treinta días, con seis horas y veinticinco minutos.

El mismo tiempo que llevaba allí escondida, que bombardeaba su cabeza con ideas cada vez más locas y... sin ver a Valen.

Eso era lo que más le dolía, porque incluso casi treinta y un días después, seguía sintiendo una fuerte opresión en el pecho cada vez que le recordaba. En todo ese tiempo no había encontrado ningún sólo momento de paz. Y su alma desfallecía poco a poco con la idea de llevar una vida tan aséptica y funcional como la que tenía ahora.

Llevaba sin dormir hacia muchos días y el cansancio de sus músculos contracturados comenzaba a pasarle factura. Un elevado precio para alguien como ella.

En ningún momento había pensado que sería fácil la decisión que estaba tomando. Muy por el contrario, cuando decidió abandonar la mansión Lemacks, sabía que se estaba echando al lobo Lemacks encima. Pero nunca habría podido medir la intensidad del desgaste físico, mental y sentimental de poner en orden sus entregados pensamientos. Tenía tantísimo pros y contras que la desesperaban.

Aún lo amaba y estaba segura que haría falta más de una sola vida para dejar de hacerlo. Cuando lo conoció jamás pensó en llegar a ser algo más para él que una simple amiga, y luego había sido todo un descubrimiento sociocultural con resonancia universal, cuando pudo rodar su anillo de casada en su dedo anular. Y todo por una llamada telefónica.

Alejandra se abrigó un poco más mientras las ideas salpicaban el parabrisas de su memoria. Valen Lemacks no era un santo, pero era el dueño absoluto de cada parte de su ser.

Sacudió la cabeza viendo el amanecer y pensando cómo es que estaría Valen en ese mismo instante.

Ella lo extrañaba tanto.

Cerró los ojos un momento más, mientras una pequeña lágrima caía por su rostro.

Cada día había pensado cosas tan diferentes que ya no sabía qué creer. Celia le había mostrado un Valen que ella no conocía, que le aterraba. Pero también amaba a un hombre que podía ser tierno y considerado, que siempre había estado con ella, protegiéndola, cuidándola y aunque no lo quisiera reconocer, también amándola.

Estaba confundida.

Había tenido tanto tiempo para pensar en mil y una posibilidades que no sabía que debía creer. Había pasado por tantos estados anímicos que se sentía seca y cansada. Celia tenía los suficientes fundamentos para que Valen fuera condenado a la horca como el peor de los criminales, pero ella conocía la parte noble que él intentaba ocultar. No podía creer que un hombre así...

¡Eso no era cierto!

Si ella no hubiera creído en lo que Celia le dijo, jamás hubiera abandonado a su marido. Pero había tomado una decisión rápida y luego de tanto tiempo no sabía si había sido la correcta.

Aún tenía dudas.

Y aquello siempre oprimiría su corazón.

No podía evitar amarle porque el amor no era sólo un estado pasajero. El amor, al menos para ella, era el desprenderse y olvidarse de uno mismo por el bien del otro. Y si él no se hubiera metido con su hermana, ella habría estado dispuesta a entregarle su propia alma al diablo si con ello podía salvar la de Valen.

ESPOSADOS (Conectados #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora