No había milagro que una cuantiosa suma de dinero y un excelente abogado como Mathew Hayes no pudieran solucionar.
Valen estaba hecho un desastre con la ropa sucia y hecha jirones. Tenía, además, brazos y piernas adoloridas, feos moratones, un labio partido y una herida de navaja en un costado que no había dejado que nadie atendiera.
Tres contra uno.
Había sido una entretenida pelea.
«E igualada», pensó con ironía.
El conserje del edificio donde estaba su ático lo observó con curiosidad.
—Señor Lemacks...
—Hasta mañana, Morgan —gruñó pulsando el botón del ascensor privado que lo llevaría directamente a...
¿A dónde?
¿A casa?
Valen no tenía casa. Él era un solitario en su caverna y no permitiría que nadie cambiara eso. Ya estaba lo suficientemente amargado como para recordar que en algún momento él había pensado que Alejandra, la pequeña perra traicionera, podía ser más que su casa; que sería su hogar.
¡Jodido imbécil!
Se limpió toscamente la herida de sus labios y apretó con la otra palma su costado.
La pelea había sido una bocanada de aire fresco para sus intoxicados pulmones. Por un momento, si quiera, se había olvidado del dolor y la agonía. Se había convertido de nuevo en un bruto músculo sin cerebro, con la clara necesidad de acabar con el contrincante, así fuera uno o mil.
Quería sangre.
Quería venganza.
Cuando las puertas se abrieron, Valen apretó los labios y salió. Caminó hacia su puerta.
Aún podía sentir el aroma de la sangre de sus oponentes y de la suya propia mezclándose en su cuerpo, o en su camisa.
Necesitaba un baño, con urgencia. También atendería la herida y luego, se iría al club Colosseum.
—Estás hecho una mierda.
Él conocía aquella voz. Automáticamente levantó la mirada y observó a la mujer que se le acercaba. Valen sonrió, como si aquello fuera una muy mala broma.
—¿Qué haces aquí, Celia? ¿No deberías estar escondiéndote debajo de alguna piedra y temiendo que te encontrase?.
Ella rió, y con esa maldita voz agregó:
—Me cansé de jugar al gato y al ratón cuando el gato está en tan deplorable estado.
—Me alegra que por fin comprendas que entre los dos, el que está más arriba en la cadena alimenticia, sigo siendo yo.
Valen abrió la puerta y la mujer estuvo dispuesta a entrar, pero él apoyó una mano en el quicio de la puerta, evitando de esa manera que pasase.
—Valen...
—Nadie te ha invitado a entrar —El parecía y estaba cansado. No iba a perder el tiempo jugando con Celia. No cuando lo que quería hacer con ella era romperle el cuello, así que más le valía salir de allí inmediatamente antes de que llevara a cabo su deseo—. Te aconsejo que te esfumes y no vuelvas a aparecer. Realmente maldigo la hora en la que te contrató mi empresa. Solo has traído problemas.
—Yo también te extrañé.
El hombre soltó un bufido y se metió en su apartamento. Ni siquiera se iba a despedir. Solo iba a cerrar la puerta en sus narices...
—Tengo información sobre el paradero de Alejandra.
Se detuvo en seco, abrió la puerta y la observó directamente con esos tormentosos y fríos ojos grises.
—No me gustaría hablar de este tema aquí —manipuló ella—, donde todo el mundo puede escucharnos. ¿Qué pasaría si alguien, como... no sé, la prensa se enterara que el gran Valen Lemacks fue abandonado por su mujercita?
Él le invitó a pasar, aunque de muy mala gana. Celia sonrió.
Sabía que mientras ella tuviera información, Valen era como un cachorrito. Ella diría brinca y él preguntaría qué tan alto.
—Habla —gruñó lanzando la puerta para que esta se cerrara.
—¿No vas a invitarme a tomar algo? ¿Dónde quedó tu hospitalidad, señor Lemacks?
Los tacones repiquetearon contra el caro piso, mientras la mujer se giraba y avanzaba a él.
Celia se detuvo y pasó sus dedos de uñas largas y pintadas de brillo por el pecho descubierto que su raída camisa dejaba al aire.
—Me dejas sin aliento, señor Lemacks —susurró, levantando la vista hacia sus ojos, mientras se inclinaba para dejar un beso en su piel.
Valen no se movió. Ni siquiera se inmutó.
—Y tú, Celia, me dejas tan frío como un iceberg —le dijo con asco, dando un paso hacia atrás.
La mujer montó rápidamente en cólera.
—¡No puedo creer que pudiendo tener una mujer como yo, sigas prefiriendo a la mustia de mi hermana! ¡Ella se fue con tu hermano, Valen! ¡Te traicionó con tu propio hermano!
En un simple y sencillo movimiento, Celia sintió que su cabeza se golpeaba contra la pared. Soltó un alarido de dolor, mientras Valen le mostraba los dientes como un lobo enfurecido.
—Veamos, Celia, si tu información puede salvarte el cuello esta vez —murmuró demencialmente mientras apretaba más su agarre en la delicada piel femenina—. Oh, no me hagas esperar. Digamos que no soy un hombre paciente.
Celia se removió con temor.
Valen estaba cerrando sus grandes y fuertes dedos entorno a su garganta.
—¡De acuerdo, te lo diré!
—Fantástica decisión.
—Sé que Alejandra va a reunirse con Damiano en el Gran Hotel Steptom. A las ocho de la noche. Mañana.
—¿Sabes dónde se está escondiendo ella? —preguntó.
Celia comenzó a balbucear y a decirle que esa información no la tenía, pero que había hablado directamente con su hermana por teléfono y que ella le había dicho donde sería su cita idílica.
Valen dejó su mano en el cuello de Celia, mientras su mente funcionaba con rapidez. Ella había dicho que Alejandra se iba a reunir... ¿cómo era posible que se fuera a reunir con Damiano, si es que no estaban juntos los tortolitos? Su hermano no era tan estúpido como para llevarse a Alejandra para luego ponerla en custodia.
—¡Valen! —gritó Celia como pudo—. Me estás haciendo daño... por favor... eso es... todo lo que sé.
—Estoy decidiendo si dejarte vivir es lo correcto.
Repentinamente Valen la soltó y Celia cayó al suelo tosiendo y tocándose la garganta, porque el hombre había estado a punto de asfixiarla. Lo observó con verdadero terror en los ojos.
—Eres un maldito psicópata... —le susurró mientras él abría la puerta.
—Muchas gracias —Sonrió con cinismo—. Ahora márchate, que aunque tuvieras precio como puta de cabaret, tú jamás estarás en mis ligas.
Indignada y adolorida, Celia abandonó el apartamento.
—¡Estás loco! —chilló antes de que Valen cerrara de un portazo.