Tomar esta decisión ha marcado mi vida. Soy consciente de ello mientras la asumo, pero ¿qué otra cosa podía hacer? Mi vida ahora está aquí. Acogido por la Hermandad, un viajero apátrida, un nómada por la Tierra de Anne, y un peregrino hacia la Torre del Recuerdo. Aunque aún no he dado un solo paso hacia ella, ya he comenzado a recorrer el camino. He convertido mi celda en mi hogar, y agradecido tras tanto padecer, me he acomodado en ella. Vivo con los hermanos, entre ellos, haciéndome pasar por uno más. Como con ellos y les ayudo en sus labores, aunque dirijo mis oraciones hacia el Plemirión. Desde el primer día tras la reunión, comenzamos las lecciones. Leafär me enseña las nociones básicas, y me anima desde el principio a comenzar a pronunciar palabras, pues la lengua élfica suena en extremo diferente a la nuestra. Yo, no sin vergüenza, comienzo a soltar algunas palabras, pero lo cierto es que me parece que me he embarcado en una empresa imposible.
Vivir entre la Hermandad es sencillo. Llevan una vida de reclusión en este bastión, formando una jerarquizada familia. El Gran Prior los gobierna a todos, aunque le sigue un círculo de cuatro allegados con suficiente poder. Son tres elfos y un hombre, se hacen llamar así, el Círculo, y todos los demás los obedecen. Éstos se organizan por oficios. Están los sacerdotes; los artesanos, entre los que hay herreros, alfareros, artesanos de la miel y la cera, tejedores, vidrieros, leñadores y ebanistas; los jornaleros, que también asumen la labor en las cocinas; los viajeros, quienes van de un bastión de la hermandad a otro; y los soldados, que son enviados desde Filania y Torres Mirdan, haciendo turnos de once días. Los hombres que viven aquí son la mayoría artesanos y jornaleros, aunque los hay en todos los estratos y oficios. Tienen un poder relativo, pero viven libres entre los elfos, es asombroso.
Descubro que tienen pequeños santuarios, templetes o capillas, donde adoran a sus dioses. Allí les levantan estatuas, como hacemos en el Plemirión, y les rinden tributos y ofrendas. Acuden a la oración una vez al día, y cada uno le reza siempre al mismo dios. Es una práctica que me sorprende. En todo caso, cuando necesito mis momentos de contemplación acudo a las murallas, al bastión situado más al sur, y desde las almenas le imploro a mis dioses que no se olviden de mí.
Leafär es un gran maestro, y aunque no soy malo para las lenguas, aprender una desde cero es como escalar la más alta de las montañas. La lengua élfica es hermosa, su fonética suena deliciosa, como un canto bien entonado, a pesar de que yo me sienta ridículo cuando la pronuncio. Usamos tablillas con una fina capa de cera, para escribir el alfabeto. Está compuesto por cuarenta y siete caracteres, y cada uno corresponde a un sonido, lo que me facilita las cosas. Pero es pronto para escribir, primero vamos a tratar de hablarlo. Leafär me insiste en las reglas gramaticales, que no son muy diferentes a las de la lengua helénica, salvo por algunas excepciones: utilizan muchas palabras compuestas, y el verbo siempre va situado al inicio de la oración. Conocer la sintaxis me permite construir frases, pero muchos se ríen de mí cuando lo intento. En realidad no se me da nada mal, a pesar de que hable despacio, y me falte vocabulario. Puede que termine dominándolo, y mientras pienso en ello me doy cuenta de que con el paso de los días comienzo a verlo asequible, a pesar de todo lo que me queda para dominarlo.
Me llama la atención la figura de los viajeros. Uno de los votos de la Hermandad es el correo, por lo que deben ocupar funciones para transmitir la información. Llevan correspondencia desde Thor-Addil hasta cualquier ciudad elfa, o hasta los demás bastiones de la Hermandad. A menudo pasan viajeros por aquí pues esta en la ruta desde el occidente hacia a Torres Mirdan y las ciudades de Gorlindon e Iftir. Entre los demás bastiones de la Hermandad mantienen una política común, sujeta por la férrea estructura de sus votos, pero actúan de forma independiente. La cantidad de hombres y elfos en Thor-Addil es desigual, hay bastantes más hombres, entre los que, ante mi sorpresa, hay algunas mujeres. A diferencia de entre los elfos, quienes siguen una castidad autoimpuesta, en un sistema jerárquico donde tampoco está permitido el mestizaje. Con todo, las mujeres tienen menos derechos que los hombres, comen y rezan después que nosotros.
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El Triángulo Sagrado
Fantasia"Me han repudiado y despojado de lo más importante para mí, mi ciudadanía. No sé si regresaré, pero si no acabo en el Érebo, que el destino me conduzca donde él desee. Ya no importa quién fui una vez, ahora ésta es mi vida. La de un exiliado." Ésta...