Roto

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–Feliz cumpleaños, perra –murmuró Robert cuando se subió al auto y arregló el retrovisor, los ojos, ese día, grises e inyectados en sangre que le devolvían la mirada no parecían los suyos, giró la llave en el contacto, él era un extraño para sí mismo.

            Iba a lanzar el bolso en el asiento del copiloto, cuando se percató de los papeles que estaban allí, diablos en qué mierda estaba pensando cuando aceptó irse a Grecia e Italia por viajes de Illusions, él era un desastre como individuo, las probabilidades de que la cagara también en el trabajo eran muchas. Y eso haría que la poca estabilidad que había en su vida se fuera a la mierda.

            Arrancó rechinando las llantas en el asfalto, desde hacía tanto que se había perdido, era una tarea titánica volver a encontrarse y francamente no sentía que tuviese la fuerza necesaria para hacerlo, finalmente era mejor darse por vencido y seguir así, siendo un muerto vivo, y una puta de pubs londinenses, oh bueno, ellas al menos lo hacían por necesidad y recibían el sustento para poder vivir, él, por el contrario, moría cada vez un poco más, cada noche, con cada cama, con cada mujer sin nombre, era un puñal para sí mismo.

            –Sí, definitivamente, feliz cumpleaños –se repitió.

            Tan acostumbrado estaba a ir del motel a la editorial que casi ni se fijó en el camino, a una cuadra de llegar, sonó su móvil.

            –¿Aló? –dijo poniendo el altavoz.

            –Cumpleaños feliz, te deseamos a ti, feliz cumpleaños…

            –Dile Bobby, cariño –Robert sonrío, al escuchar esa instrucción de Kristine.

            –…querido Bobby, feliz cumpleaños a ti –Ophelia aplaudió.

            –Hola, princesa, muchas gracias, ha sido el Cumpleaños feliz, más hermoso que he escuchado –Ophelia, al otro lado de la línea se carcajeó.

            –Hola, Bobby –Esta vez Kristine habló.

            –Hola, rubia tonta –saludó agradecido por el detalle de su amiga.

            –Feliz cumpleaños.

            –Gracias.

            –Ophelia está desayunando, pero no iba a comer hasta cantarte el Cumpleaños Feliz, no entiendo por qué, pero esa niña te adora.

            Robert sonrió.

            –Yo también la adoro, por lo que por supuesto ya planeé lo que haremos.

–¿Haremos?–

            –Sí, mira, estuve pensándolo, sé que el término pensar es desconocido para ti pero has un esfuerzo por seguirme ¿vale?, para que todo sea perfecto, primero me mando a congelar… –Bromeó.

            Kristine rió.

            –Si te congelas ella crece, se olvida de ti y se enamora de algún compañerito de clases.

            –Eso ya lo tengo cubierto –completó aparcando en el estacionamiento–. La enviaremos a un internado de niñas en los Alpes suizos –Su amiga rió con más ganas–. ¿Estás viendo que funcionará, cierto? –Apagó el altavoz y puso el móvil en su oreja, de esa forma podía evitar tener que saludar a la nueva recepcionista, arruga del fin de semana pasado, última, por el momento, de la editorial.

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