Mi nombre es Laura…Escucho los pasos de mi amante captor bajando las escaleras y suspiro alerta aunque no aliviada dada la incertidumbre de mi situación.
Desde hacía dos días estaba cautiva en ese lóbrego sótano, y en ese preciso momento me encontraba atada al techo, con los brazos encadenados hacia atrás por gruesas esposas que torturaban mis omoplatos y llenaban de calambres los músculos de mi espalda. Mis muñecas hinchadas y mis manos entumidas habían comenzado a tener un tono purpúreo.
Soy una joven adolescente y, actualmente, mi uniforme colegial de blusa blanca desgarrado al frente, sobre mi falda de cuadros se encuentra manchado de sudor, y denotan junto con las marcas y cicatrices de mi blanca piel, los azotes que he recibido. Mis zapatos negros enmarcaban dos calcetines perfectamente blancos que llegaban hasta mi rodilla, aunque uno de ellos estaba más bajo que el otro, pero la posición del encadenamiento me hacía unir las rodillas y juntar las puntas de ambos pies dándole un aspecto patético.
Sobre mis ojos tenía una venda que me cegaba absolutamente impidiéndome percibir nada, y mi boca tenía una mordaza redonda que me imposibilitaba emitir nada que no fueran gemidos desesperados. Sobre mi cuello tenía una correa canina ajustada que, dependiendo del gusto del amo, podía estrangularme levemente, y mi largo y rubio cabello lacio caía sobre mi rostro y mis hombros atado en dos colas adolescentes.
¿Y como había llegado a esa situación?
—Entonces, Profe, dígame —le pregunté de forma provocativa a mi estimado profesor de artes plásticas un mes anterior— ¿Tiene usted pareja?
—No veo por qué eso sea de tu interés, Laura.
Siempre había sentido una atracción profunda por ese profesor en particular, y por los hombres mayores en general. A propósito ajustaba mi blusa reglamentaria y subía mi falda a cuadros para que se ciñeran mis hermosos muslos y se denotaran mis pechos juveniles. Lo hacía con el propósito de seducir a mi profesor, al que consideraba una víctima más de mis juegos erógenos. Pensaba tórridamente en someter al incauto docente a mis caprichos, seducirlo para que este sucumbiera a sus deseos y luego de usarlo y hacerlo mi presa, dejarlo a mi merced. Pero, por las ironías del destino, pronto confrontaría una cruel ironía.
Por eso, cada día que me quedaba tarde después de clases para conversar con mi Profesor al que consideraba ingenuo, y cada vez que me agachaba eróticamente para recoger un pincel dejado caer a propósito, y cada vez que me inclinaba seductoramente sobre el cuadro para mostrarle mis pechos al Profe, y me estremecía de placer al verlo reprimir sus impulsos —al menos en apariencia— me regocijaba. Y cuando el Profe pareció sucumbir por primera vez a mis avances y posó tímidamente su temblorosa mano sobre mi muslo, sonreí. Y cuando el Profesor de manera insegura colocó por primera vez las manos sobre mis pechos, sonreí aún más. Y cuando el Profesor gimió de placer mientras besaba mi hermoso y terso cuello, fui incapaz de contener la risa.
—Quiero que vayas a mi casa mañana viernes, Laurita.
—¿A que, Profe? —le pregunté sonriente pero fingiendo inocencia en la mirada, y llevándome un dedo a la barbilla en forma infantil.
—Para darte una clase especial de arte. Quizás puedas modelar un poco para mí. Naturalmente no deberás decir nada a nadie, decile a tus padres que pasarás el fin de semana con una amiga. ¿De acuerdo?
—Por supuesto, Profe… lo que usted diga…
—Y quiero que llegues puntual —dijo aferrándome un brazo, pero su mano rápidamente bajó hasta la cintura, y finalmente me aferró el glúteo derecho con gran fuerza— ó deberé disciplinarte severamente.
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La Indisciplinada Laura
Mystère / ThrillerContenido erótico, se recomienda discreción al lector.