Después de varias semanas de estar sirviendo como un respetable mayordomo de un magnate multimillonario, Arthur se había acostumbrado a realizar la limpieza y cumplir con los caprichos de su amo. Aunque a pesar de su mejoría en sus habilidades de mayordomo, aún era bastante torpe y tendía a equivocarse en diversas ocasiones.
Al ser la primera vez que realizaba tareas de este tipo, no sabía por dónde empezar o cómo debería hacerlas. Anteriormente él había sido poseedor de una gran fortuna, pero debido a una recesión económica perdió todo lo que tenía hasta haber llegado al punto de vagar por las calles en busca de comida en los basureros.
-El té de la tarde está servido, mi señor – Arthur había entrado a la habitación con un porte refinado después de haber llamado a la puerta.
-Estoy en medio de un gran experimento, no me interrumpas – soltó rápidamente Alfred detrás de su elegante escritorio.
El mayordomo ya se había acostumbrado a aquella clásica respuesta y en esperar en uno de los rincones de la habitación a que el excéntrico rubio gritara maravillas de su recién y más novedoso invento al fin terminado.
-¡Soy un genio, Arthur! ¡Te lo digo de corazón, esto revolucionará al mundo entero!
Se despegó unos segundos de su trabajo para dar un sorbo a su té, pero en cuanto sus labios tocaron aquel líquido, escupió e hizo volar la taza por los aires.
-¿Qué es esto; agua de alcantarilla? – Alfred limpió sus labios con la manga de su camisa – Necesita cinco kilos más de azúcar para que sepa a algo bueno.
-Pero señor – inquirió Arthur ligeramente irritado por el comportamiento caprichoso de a quien servía – siempre he preparado el té de esta manera y es la primera vez que se ha quejado.
-No puedes engañar a mi paladar, Arthur, es demasiado refinado para comida de tan poco nivel. ¡Oh por dios! ¡Parece que va a explotar!
Corrió de vuelta a su experimento al ver cómo salía cierto vapor de la máquina y esta comenzaba a sacudirse. Trató de nivelar la temperatura, apretó engranes y cambió piezas, pero ahora este invento producía un silbido sordo.
-¡Todos al suelo! – gritó Alfred mientras se arrojaba detrás de un sofá a la vez que obligaba a Arthur a ocultarse con él.
Arthur había caído debajo de Alfred, el cual lo abrazaba para protegerlo de cualquier consecuencia que pudiera causar la explosión del experimento. El inglés por un momento sintió un estremecimiento al tener el cuerpo de aquel loco inventor encima suyo.
La distancia que los separaba le permitió al mayordomo percibir su esencia a aceite, colonia y un reguste a metal. Tenía el cabello desacomodado y la camisa remangada, lo que le permitía observar los fuertes brazos que lo rodeaban.
Por un momento sintió como si su corazón hubiese empezado a latir más rápido, le fue difícil respirar, desvió la mirada de aquellos relucientes océanos que lo observaban con intensidad.
Arthur se exaltó al escuchar el estruendo que causó la máquina después de haber explotado.
-Todavía hay que añadir algunos ajustes – se levantó casi de un salto y se aproximó al montículo de tuercas y remaches destrozados.
-¿No sería más conveniente practicar este tipo de actividades en algún otro lugar de la casa? – reprochó casi irritado después de observar todo el desastre a su alrededor.
-¿A qué te refieres? – tomó uno de los pequeños sándwiches y se lo comió de un mordisco.
-¡Las alfombras están arruinadas, las cortinas quemadas y es la sexta vez en esta semana que he tenido que cambiar la funda de los sillones! ¡Sin mencionar lo difícil que es sacar la mugre del tapiz sin dañarlo! ¿Y cuándo aprenderá a comportarse con refinamiento? ¡Si usted es un conde debe comportarse como tal!
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El Mayordomo de un Noble
FanfictionSi Arthur Kirkland no lo hubiera perdido todo nunca lo hubiera conocido, entre las frías y nevadas calles de Londres, enamorándose perdidamente de aquellos infinitos ojos azules que lo invitaron a seguir viviendo. Aunque no se percataría enseguida...